A Luis Cernuda
lejos
de sus niños rubios
por
el trigal fecundados.
Su
pubertad fue un país
confitado
por el presagio
en
un tarro de conservas,
mientras
se persignaban
en
el valle de los caídos.
Marchó
sin consuelo
por
la cruz de un día,
cuando
toda una vida
se
marchó al destierro
sin
tararear su derrota.
Solas
fueron las manos
que
no esperaban nada;
al
galope de las piernas,
por
un vuelo de cenizas
Desgranando
proyectiles
que
arrebataron cuerpos
a
la adolescencia: sin ser
enterrado
por aquel lodo,
anduvo
en tierra de nadie.
Retozado
por el silencio
cuando
el sol no termina
nunca
de arder del todo;
hundido
en las ascuas
de
eternas despedidas.
De
tanto errar fue su voz
el
alto vuelo que custodia
la
plenitud de su deseos,
cuando
acrecienta la vida
más
allá del sol enterrado
en
los ojos de una cuneta.
Allí
donde un cuerpo
se
fatigó por un abrazo:
caminando
hacia el exilio
aún
seguimos sus pasos.
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