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Foto: A.B. Quintanilla |
El calor en el cuarto era mayor que el de la calle, lo que hacía flotar los objetos para los ojos de la niña. La sonrisa se le borró del rostro al ver a su hermano en posición fetal, acostado en el catre de su madre.
—¡Ay, mi Dios! Carlitos, ¿qué te han hecho? —gritó la niña, soltando sus cuadernos al piso.
—Mi niña… esta vez no hay bananas, pero sí muchos dientes —respondió Carlos, abriendo el ojo sin hematoma para ver a su hermanita—. Ayúdame a limpiar las heridas mientras llega mamá con la comadre de las hierbas y te cuento cómo casi mato a ese tipo.