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Foto: www.idealista.com |
Alargué el brazo para avisar a María, pero estaba profundamente
dormida y apenas se inmutó. El animal puso sus zarpas sobre el colchón y abrió
la boca en un prolongado bostezo. Pude ver con todo detalle su colosal dentadura.
Aquel animal parecía capaz de descuartizarme sin esfuerzo. Tal espectáculo me
convenció de la imperiosa necesidad de avisar a mi mujer. La agité con fuerza para
despertarla, pero sólo conseguí que me propinara un buen puñetazo en el brazo
sin abrir los ojos. Insistí varias veces hasta que acabó por despertarse y gritarme:
—¡¿Se puede saber qué te pasa?!
—¡¿Se puede saber qué te pasa?!