


La singularidad es algo sospechoso. La singularidad no es algo normal. Y ÉSE es su mayor pecado: salirse de la manada para expresar otra forma de balar.
Os voy a hablar de este joven al que conocí hace poco: delgado, 1.70 de altura, con brazos de movimientos suaves. Tronco hermoso y singular. Y con unos ojos verdes que García Lorca se quedaría estupefacto. Allí está él, en un bosque mutilado. Los otros árboles han sucumbido al incendio. Ninguno de ellos tiene frutos; porque ya no hay ganas de futuro. La Moral reinante les encerró en sus catacumbas, y de allí no se sale. El presente es sobrevivir, rapiñando lo que cae del árbol singular, pero a su vez deseando que éste también caiga. Así es lo mediocre: te quiere arrastrar a su fango; quiere embarrarte para llevarte a su terreno. Te quiere empequeñecer, quiere mutilarte el canto; porque tu singularidad lo mata, lo hiere, le da su real dimensión.