Ganador del II Concurso Litteratura de Relato
Este avión huele a hornazo. Las
manos suaves y arrugadas de mi abuela amasan con dedicación y mucho cariño esa
mezcla mágica de harina, agua y huevo. Recuerdo la radio encendida al fondo del
pasillo, en la entrada de la cocina. Se oía la voz de los narradores de alguna
obra de teatro. Por el estrecho pasillo se podía rozar fácilmente un enorme
reloj de cuco; hacía años que su inquilino se había quedado atascado con el
fuelle extendido, el pico entreabierto y el cuerpo recubierto con pelaje sintético.
—Mira, Carla, tienes que poner la
harina formando un volcán, y dentro metemos los huevos. Arremángate. Éste lo
haces tú.
Me ha venido a la cabeza ese inconfundible aroma que echaba de menos. Creo que procede del fondo del pasillo,
donde recalientan la bollería precocida del catering del avión.
Escucho a la azafata cómo ofrece un
aperitivo a los pasajeros. Mientras tanto, me voy poniendo el antifaz para
relajarme e intentar dormir un poco. Estoy bastante cansada. Llevo viajando
casi dos días para coger el avión.