Finalista del II Concurso Litteratura de Relato
Sólo le quedaba un cartucho para quitar de en medio al entrometido mirón. El primero lo había desperdiciado en la loca persecución entre almendros y olivos, pero se prometió que no pararía hasta asegurar el definitivo proyectil y callar al intruso para siempre; se jugaba en aquel lance su vida al completo, aún más, su excelsa reputación como padre de cuatro hijos, como conserje del ayuntamiento y como presidente de la peña “Los rebuznos simpáticos”, que aglutinaba a gran parte del pueblo; todo el cariño profesado por vecinos y familiares al estimadísimo don Minaya se diluiría hasta desvanecerse por las cloacas si aquel malnacido fisgón —al que aún no había reconocido— lograba relatar a alguien la inimaginable escena que acababa de presenciar.
El respetadísimo y estupendamente sonriente Luis Alberto Minaya de la Oca había salido como todos los domingos a pasear por los verdes campos de cebada —verde abril— con el Jeep Grand Cherokee negro que utilizaba principalmente para la caza —una de sus aficiones—, color frac metalizado, 250 CV, equipado con los nuevos faros bi-xenón de mayor rendimiento luminoso, en ese lapso en que el atardecer y el anochecer se confunden con sus paletas de colores. Lo condujo hasta la zona denominada Caña Honda —más conocida por Cañonda—, a un kilómetro y medio del pueblo, estacionándolo en una pequeña rastrojera —no más de un celemín— alejada de cualquier camino y rodeada de floridos almendros. Antes de bajar miró en derredor, más allá de sus bi-xenón y demás sentidos cardinales, asegurándose de que no anduviera por allí un alma.
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Foto: James Franco (Gala Óscars 2011) |
El respetadísimo y estupendamente sonriente Luis Alberto Minaya de la Oca había salido como todos los domingos a pasear por los verdes campos de cebada —verde abril— con el Jeep Grand Cherokee negro que utilizaba principalmente para la caza —una de sus aficiones—, color frac metalizado, 250 CV, equipado con los nuevos faros bi-xenón de mayor rendimiento luminoso, en ese lapso en que el atardecer y el anochecer se confunden con sus paletas de colores. Lo condujo hasta la zona denominada Caña Honda —más conocida por Cañonda—, a un kilómetro y medio del pueblo, estacionándolo en una pequeña rastrojera —no más de un celemín— alejada de cualquier camino y rodeada de floridos almendros. Antes de bajar miró en derredor, más allá de sus bi-xenón y demás sentidos cardinales, asegurándose de que no anduviera por allí un alma.