Modesto
homenaje a Felisberto Hernández
Éramos muchos, en una sala enorme; estábamos sentados en mesas
redondas, de cuatro en cuatro. La luz de las lámparas se nos había echado
encima por sorpresa; creí ver llamas sobre el botón rojo y la cubitera con la
botella de champán en el centro de mi mesa. Pero mis ojos ya se habían
acostumbrado a ir a cada momento a una región pálida que quedaba entre el cabello
y el escote de la mujer sentada enfrente; para no incomodarla, intentaba
mantenerlos en perpetuo movimiento. Mi cuerpo, ya sin palabras, estaba lacio
como un manojo de espárragos hervidos.