Tercer Premio (ex aequo) del IV Concurso Litteratura de Relato
Foto: Elena Anaya y Natasha Yarovenko en Habitación en Roma, de Julio Medem |
No logro escuchar tus
palabras porque estás llorando, y cuando llorás sólo puedo concentrarme en tu
hipo y en la voz de golondrina que te brota de la boca. Algo me angustia y algo
me cautiva en tu forma de llorar. Empujo las sábanas y me apresuro a sentarme
junto a vos para poder ver cómo tus ojos se transforman en dos pétalos que me
encantaría poder tocar. Pero no soy tonta, aunque te escuche decirlo entre
gemidos. Me quedo sentada con las piernas cruzadas y te observo y pongo cara
seria. No es que no crea que esto es serio, pero recuerdo que estoy usando tu
suéter e imagino el momento en que me lo reclames y yo te saque la lengua para
hacerte reír y borrarte el ceño fruncido. Aunque sé que no lo podría lograr, ya
no, es lindo pensarlo.
Puedo fingir que todo lo que
me decís es un montón de palabras sin sentido, pero en realidad yo también
estoy llorando. No me permitís tocarte la cara y te parás de la cama y me
hablás desde arriba, tan alta, tan hermosa. Desde cuándo no me dejás rodearte
con mis brazos. Quisiera preguntártelo, pero no puedo hablar. Lloro en
silencio, contemplándote nada más, buscando en el perfume de tu suéter, en la
cama que acaricio, en el modo en que la vela te ilumina los pómulos, todo lo
que pueda conservar para que cuando por la mañana te hayas ido, al menos pueda
recordarte y fingir.
O tal vez podría convencerme
de que sólo estoy soñando y que pronto voy a abrir los ojos y encontrarte
nuevamente acurrucada junto a mí.
Estás parada y yo sentada,
porque cuando querés hablar de algo que te apasiona, como las maquetas, la
memoria muscular, las ballenas o lo poco que dura el algodón de azúcar en la
boca, necesitás ponerte de pie y recitar tus reflexiones como poesía. Te cubrís
el pecho con los brazos cruzados porque acaba de entrar un frío repentino a
través de la ventana que abrimos antes de acostarnos, para escuchar la música
que sonaba en el departamento de al lado. Se te humedecen los ojos y tu voz de
golondrina se entrecorta, porque sos así, impulsiva y auténtica, y quizás te
emociona que las ballenas den a luz a crías vivas que se alimentan de leche
materna. O quizás te conmueve mi belleza, como solías susurrar cuando
desayunábamos café y me contemplabas el perfil, tan hermosa que no lo
aguantabas, decías. Y yo lloro porque estoy feliz, y esta es sólo una noche de
insomnio y música distante, como de banda sonora, y qué bueno sería que nos
pongamos a bailar desnudas en la terraza y por una vez te desentiendas de los
problemas como yo, qué bueno sería poder besarte la frente y, como un conjuro,
hechizarte para que sigas bailando hasta el amanecer y me sigas queriendo al
menos una noche más.
Sería el sueño más hermoso
del mundo.
Pero me pregunto qué podré
decirle mañana al dolor, al pulso de un pensamiento, a la lluvia, a la música,
a la vela en la repisa, al silencio, al olor de tu champú, a todo lo que se
haya ido y a todo lo que permanezca, cuando los vestigios de mi memoria no
alcancen para traerte de vuelta a mis abrazos. Cuando la ventana del auto no
pueda dejarlo todo atrás y te conviertas en una nube gris en el camino. Supongo
que otra vez intentaré fingir y por la noche imaginar que, en realidad, no me
dejaste sola.
Lara Ubierna |
* Nació en 2003
en la Ciudad de Buenos Aires (Argentina). En 2020 se graduó como Bachiller en
Ciencias Sociales (modalidad bilingüe inglés) en la Bede’s Grammar School. Actualmente,
cursa el primer año de la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad
Nacional de las Artes (UNA), y desde 2018 acude al taller literario de la
escritora María Laura Pérez Gras. En 2021, con 18 años, ganó el IV Mundial de Escritura en la categoría adolescentes, certamen organizado por el escritor y tallerista argentino Santiago Llach, que contó con la participación de más de 13.000 personas de todo el mundo. Ha obtenido el Tercer Premio (ex aequo) del IV Concurso Litteratura de Relato.
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