el lívido reflejo de
la luna en otro mar…
El
fulgor de la alborada
me
descubre tirado en el sofá,
entre
papeles arrugados,
libros
por el suelo,
ceniceros
derribados,
redomas
de cerveza vacías…
Y
la memoria de otro tiempo
me
saluda desde una fotografía.
La
foto de una niña sonriente,
que
no cabe en sí de alegría,
la
tarde que vagábamos por la playa,
contentos
simplemente de estar juntos.
Y
la felicidad parecía anidar allí,
a
nuestro lado, oculta entre los arbustos,
mecida
por el tiempo que se iba,
¿Qué
importa que te hayas ido
—te
hablo con el corazón abierto—,
si
para sentir el dolor de tu ausencia
basta
con un recuerdo ya incierto?
¿Y
cómo no morir de nostalgia
cuando
tú no estás presente?
¿Cómo
aguantar el dolor,
cómo
vivir… sin tenerte?
Intento
escribir algo dulce,
cálido
como tu cuerpo.
Y
por una vez, ¡maldita sea!,
tan
sólo por una vez,
me
gustaría tener acierto
en
lo que los pedantes llaman
“expresar
los sentimientos”.
Pero
a las diez de la mañana,
yo
aún no tengo sentimientos:
dolor,
resaca y cerveza
no
son buenos argumentos.
¿Qué importa que te hayas ido
—te hablo con el corazón abierto—,
si para sentir el dolor de tu ausencia
basta con un recuerdo ya incierto?
¿Y
cómo no morir de nostalgia
cuando
tú no estás presente?
¿Cómo
aguantar el dolor,
cómo
vivir… sin tenerte?
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