Foto: kebuena.com.mx |
el abuelo un día trajo su nuevo descubrimiento
y lo dejó en medio de la sala.
Fue en el tiempo
en que desconocíamos el nombre de muchos de los
objetos que habitaban el ecosistema del hogar,
y sencillamente nos limitábamos a señalarlos con el
dedo índice para referirnos a la mayoría de cosas.
Desde ese día, nos reuníamos en la sala hasta que esa luz opaca se nos adhería al cuerpo.
La caja retumbaba con vocales débiles
y letras antiguas.
La abuela se espantaba cuando
veía sangre de color negro,
autos con brillo ceniza,
cabellos blancos
y rostros con una serie de tonalidades grises.
Era difícil imaginarse una realidad
alterna,
un universo así,
con esa ausencia de brillo.
Habría que acostumbrarnos.
Quizás ese fue el inicio mi infancia,
mis recuerdos descansan en la ternura de mi abuela,
en el verano en que el abuelo ocupaba complacido su lugar en el sillón más grande en esta casa,
y en esa pequeña máquina que nos llamaba a sala
toda la noche,
a recordarnos que el tiempo es sólo una excusa para desgastarnos
los colores.
Freddy Alva Fernández |
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