Finalista del IV Concurso Litteratura de Poesía
y el horizonte está borroso.
Nuestra conversación se difuminó
y se hundió poco a poco,
y también su
recuerdo, como un barco de papel.
Sólo queda un tenue olor a humedad,
a musgo en la
pared.
Interrogantes llenos de sudores fríos, de escombros
de partículas de
rubíes hechas polvo.
Partituras que nadie escuchará nunca, porque
Se levanta temprano, y lo primero que hace es ponerse sus gafas.
A veces son gafas violetas, pero la presión total de la institución las
rompe continuamente.
La cárcel de A Lama es una extensión de lagunas, soledad, incertidumbres y
laberintos
aplanados en hormigón. Nadie sabe si sube o baja, y sin embargo, el horario
es estrictamente cumplido.
A varios kilómetros de allí, en una cancha de deportes, dos amigos juegan
al baloncesto.
La pelota rebota y habla al rebotar, la desidia se convierte en
conversación y nacen proyectos. No es difícil.
Por aquí todo sigue como antes. Mejor dicho, lo que hay son etapas.
Llegó un pequeño pico de supuesta seguridad económica,
y ya la gente
desconecta de su propia supervivencia para embarcarse en sueños virtuales, tal vez.
O
acogen con placer el automatismo de su función en la administración o empresa cultural que se presente.
Mira, el agua del río corre igual. Aún no noté su suavidad eléctrica en la
espalda, pero lo hare pronto.
De momento, escribo para ganar dinero. Y es que, además, tengo ganas de encontrarme delante
a un presentador de
concursos e imaginármelo haciendo un striptease, mientras recojo un premio
millonario.
Sólo hay una estrela hoy. Tal vez, delante de ella ibas tú hacia el
sur de la France.
A ver de lejos esta periferia maquillada, y caminar por un
urbanismo humanizado en ruinas tecnológicas,
vivir cerca del conflicto, las contradicciones y la riqueza de sus gentes. Tal
vez.
Mis planes son más simples. Podar la vid: elegir bifurcaciones y cortar.
Dejar que crezcan las ramas buenas, y las que yo presienta más vivas.
Que desemboquen exhalando uvas dulces, arañas de colores y telas en las que
éstas cacen.
El ansia de los distintos muros se revela débil, pero esto no es más que un
papel.
Podría llegar Xio abriendo ventanas, subiendo persianas, dejando que
entrase el aire, y despertando
a por lo menos cien mil mujeres y hombres sin escrúpulos ni temor alguno a ser encarcelados. Nunca se sabe.
Ella, la Nube, el Tren. El perro sorteando obstáculos en una tragedia de la que aún resuenan ecos.
Angrois vive y muere cada día. Al fondo una cancha de basket, una pelota naranja, que es color de la
vitalidad.
¿Que qué es esto, me preguntas? Un ruido de nevera escangajada, un reloj analógico parado,
una vela dentro de un huevo, fuego que se
adentra en los ojos. Es de noche, pero podría ser de día.
Ella me invita a pasear por la orilla del mar. Recibo su mensaje y tengo la
boca seca.
Parece una tontería, pero es difícil encontrar el equilibrio encima de este
suelo pedregoso.
Las antenas de los tejados se ablandan al pensarte.
Problemas de cervicales, úlceras, dolor de oídos, marihuana, hachís,
cocaína,
ron de todos los tipos y etiquetas, vodka. Escalo por el frío arriba hasta
llegar al Monte Lampai.
La piel se monda en capas de cera. Menudo disgusto cuando rechazaste un
beso mío.
La historia del club está deshecha. El dueño aún está vivo. Tiene bigote y
tiembla.
No es de la heroína que vendió, sino de la incertidumbre. Yo ya no quiero
saber.
No es que no quiera saber nada más. Buenas entendederas sobran.
Como en cualquier posición de ajedrez, el riesgo está siempre presente.
Sea la pieza que sea, quien se mueve algo pierde.
Hoy las nubes están negras, el viento es fuerte y va a llover levadura de cerveza
seca.
Ella, perro y sombra, caminan bajo la luna creciente sin saber que lo está. Esquivan a la multitud,
de la que se mantienen apartadas apenas unos
metros, y se adentran entre los matorrales de la ciudad, porque esta ciudad respira
tojos y ortigas, camiones de obras con fecha de caducidad temprana y témperas.
No se sabe bien qué ansiedad les mueve. Ayer se suicidó un antiguo acosador
y maltratador
varias casas más abajo. Todo el saco de sentimientos enfrentados,
tal vez. Y si no enfrentados,
flotando en espiral, como si de un espíritu
se tratase, como persiguiéndola aún durante la noche.
La casa estaba cerrada, el colchón apestaba a rata putrefacta, las cebollas
tiradas por el pasillo...
Nadie quiso entrar de momento, nadie que no fuese la policía local.
Me da exactamente igual el número de veces que respires por minuto. Respeta
mi espacio.
Corto leña con la motosierra y después la dejo en el suelo encendida, dando
vueltas en circulo.
La dejo y me voy. Es una pesadilla recurrente. Faltan David Oubel y otros.
Por momentos, se inunda la casa y no me preocupa en exceso. Siempre y
cuando sea una vez al mes,
o cada tres semanas. Hay algo de vida en eso, y algo de queja de la
propia casa.
Pude ser aprendiz de narcotraficante, de atracador, de maltratador, de
proxeneta,
de traficante de personas, de blanqueador de dinero, de líder de mafia pequeña, de
psicópata incluso.
Cosas de los edificios grises. Toda la lluvia en sus tejados manipulados. No quiero hablar de eso aquí.
El paseo es largo. Algo busca ella en la estrella minúscula que se ve al
Sur.
La imagen de algún amor, tal vez. El perro abre y cierra los ojos, llora
sin llorar,
es viejo y divaga sin divagar. Está, acompaña. Ladra, más que nada para
sentirse vivo.
En aquel molino, el año pasado un amigo suyo aprendió a decir que no.
En la parada de autobuses, ella misma aprendió a hacer sudokus.
A hablar
abiertamente de la ansiedad sin temor alguno. A mirar desafiadoramente a un hombre.
La vela habla también sin hablar, bailando. La garganta duele, duele todo aquel dolor novedoso, sobre todo.
Aún quedan demasiados entierros por ver, por
suerte o por desgracia. Semillas también para el mes de marzo:
tomates, cebollas, acelgas, puerro,
lechugas... Es así el ciclo, o algo de eso hay.
Fase 0: Puedo convertirme en
una figura inerte, una crisálida cerrada, volverme una pintura
con la mirada fija en la
pared más próxima, darme la vuelta y bucear bajo la tierra
a escasos centímetros del
vacío absoluto. Ver, poco a poco, cómo se me arranca el tacto.
Sí, puede sonar melancólico, pero necesito volver a refugiarme en la tinta.
Recubrir de abono el álbum de fotos del último cajón y dejar que se diluyan simplemente los recuerdos.
No hay más que vasos encharcados de veneno posados junto a la ventana, y no
los quiero.
Fósforo, atrevimiento, vómitos de asco, y poco más.
Cada mañana, uno aprende a comprender que los rostros se recubran de
pesadillas, caminando por las calles
desiertas, consciente del valor cero, sabiendo que uno forma parte inevitablemente del ecosistema.
¿Dónde están las olas del mar, que las voy a buscar para sentir su
corriente dentro de mí?
Al menos, que me sienta parte del mar.
Este texto está
escrito desde la imaginación de una persona que vive en los márgenes de la ciudad.
Se nombran lugares concretos como Angrois (a las afueras de Santiago de
Compostela) y Monte Lampai (en el Ayuntamiento de Padrón), en Galicia. Como si
viéramos su realidad, recuerdos, sueños y pesadillas a través de un
caleidoscopio, narra una realidad cruda del extrarradio, donde la tierra y el mar
cobran protagonismo, como elementos casi humanos.
Jéssica Moreira Azevedo |
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