sábado, 12 de marzo de 2022

¿Qué quieres que te diga?......Jéssica Moreira Azevedo*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Poesía 

Aquella estrela del cielo habla, 
y el horizonte está borroso.
Nuestra conversación se difuminó
y se hundió poco a poco, 
y también su recuerdo, como un barco de papel. 
Sólo queda un tenue olor a humedad, 
a musgo en la pared.
 
Interrogantes llenos de sudores fríos, de escombros
de partículas de rubíes hechas polvo.
Partituras que nadie escuchará nunca, porque 
aquella guitarra está alquilada a los que mandan.

Se levanta temprano, y lo primero que hace es ponerse sus gafas.
A veces son gafas violetas, pero la presión total de la institución las rompe continuamente.
 
La cárcel de A Lama es una extensión de lagunas, soledad, incertidumbres y laberintos
aplanados en hormigón. Nadie sabe si sube o baja, y sin embargo, el horario es estrictamente cumplido.
 
A varios kilómetros de allí, en una cancha de deportes, dos amigos juegan al baloncesto.
La pelota rebota y habla al rebotar, la desidia se convierte en conversación y nacen proyectos. No es difícil.
 
Por aquí todo sigue como antes. Mejor dicho, lo que hay son etapas.
Llegó un pequeño pico de supuesta seguridad económica, 
y ya la gente desconecta de su propia supervivencia para embarcarse en sueños virtuales, tal vez. 
O acogen con placer el automatismo de su función en la administración o empresa cultural que se presente.
 
Mira, el agua del río corre igual. Aún no noté su suavidad eléctrica en la espalda, pero lo hare pronto.
De momento, escribo para ganar dinero. Y es que, además, tengo ganas de encontrarme delante
a un presentador de concursos e imaginármelo haciendo un striptease, mientras recojo un premio millonario.
 
Sólo hay una estrela hoy. Tal vez, delante de ella ibas tú hacia el sur de la France. 
A ver de lejos esta periferia maquillada, y caminar por un urbanismo humanizado en ruinas tecnológicas,
vivir cerca del conflicto, las contradicciones y la riqueza de sus gentes. Tal vez.
 
Mis planes son más simples. Podar la vid: elegir bifurcaciones y cortar.
Dejar que crezcan las ramas buenas, y las que yo presienta más vivas.
Que desemboquen exhalando uvas dulces, arañas de colores y telas en las que éstas cacen.
 
El ansia de los distintos muros se revela débil, pero esto no es más que un papel.
Podría llegar Xio abriendo ventanas, subiendo persianas, dejando que entrase el aire, y despertando
a por lo menos cien mil mujeres y hombres sin escrúpulos ni temor alguno a ser encarcelados. Nunca se sabe.
 
Ella, la Nube, el Tren. El perro sorteando obstáculos en una tragedia de la que aún resuenan ecos. 
Angrois vive y muere cada día. Al fondo una cancha de basket, una pelota naranja, que es color de la vitalidad.
 
¿Que qué es esto, me preguntas? Un ruido de nevera escangajada, un reloj analógico parado, 
una vela dentro de un huevo, fuego que se adentra en los ojos. Es de noche, pero podría ser de día. 
 
Ella me invita a pasear por la orilla del mar. Recibo su mensaje y tengo la boca seca.
Parece una tontería, pero es difícil encontrar el equilibrio encima de este suelo pedregoso.
Las antenas de los tejados se ablandan al pensarte.
 
Problemas de cervicales, úlceras, dolor de oídos, marihuana, hachís, cocaína, 
ron de todos los tipos y etiquetas, vodka. Escalo por el frío arriba hasta llegar al Monte Lampai.
La piel se monda en capas de cera. Menudo disgusto cuando rechazaste un beso mío.
 
La historia del club está deshecha. El dueño aún está vivo. Tiene bigote y tiembla. 
No es de la heroína que vendió, sino de la incertidumbre. Yo ya no quiero saber.
No es que no quiera saber nada más. Buenas entendederas sobran.
 
Como en cualquier posición de ajedrez, el riesgo está siempre presente.
Sea la pieza que sea, quien se mueve algo pierde.
Hoy las nubes están negras, el viento es fuerte y va a llover levadura de cerveza seca.
 
Ella, perro y sombra, caminan bajo la luna creciente sin saber que lo está. Esquivan a la multitud, 
de la que se mantienen apartadas apenas unos metros, y se adentran entre los matorrales de la ciudad, porque esta ciudad respira tojos y ortigas, camiones de obras con fecha de caducidad temprana y témperas.
 
No se sabe bien qué ansiedad les mueve. Ayer se suicidó un antiguo acosador y maltratador
varias casas más abajo. Todo el saco de sentimientos enfrentados, tal vez. Y si no enfrentados,
flotando en espiral, como si de un espíritu se tratase, como persiguiéndola aún durante la noche.
La casa estaba cerrada, el colchón apestaba a rata putrefacta, las cebollas tiradas por el pasillo...
Nadie quiso entrar de momento, nadie que no fuese la policía local.
 
Me da exactamente igual el número de veces que respires por minuto. Respeta mi espacio.
Corto leña con la motosierra y después la dejo en el suelo encendida, dando vueltas en circulo.
La dejo y me voy. Es una pesadilla recurrente. Faltan David Oubel y otros.
 
Por momentos, se inunda la casa y no me preocupa en exceso. Siempre y cuando sea una vez al mes, 
o cada tres semanas. Hay algo de vida en eso, y algo de queja de la propia casa.
 
Pude ser aprendiz de narcotraficante, de atracador, de maltratador, de proxeneta, 
de traficante de personas, de blanqueador de dinero, de líder de mafia pequeña, de psicópata incluso.
Cosas de los edificios grises. Toda la lluvia en sus tejados manipulados. No quiero hablar de eso aquí.
 
El paseo es largo. Algo busca ella en la estrella minúscula que se ve al Sur.
La imagen de algún amor, tal vez. El perro abre y cierra los ojos, llora sin llorar,
es viejo y divaga sin divagar. Está, acompaña. Ladra, más que nada para sentirse vivo.

En aquel molino, el año pasado un amigo suyo aprendió a decir que no.  
En la parada de autobuses, ella misma aprendió a hacer sudokus. 
A hablar abiertamente de la ansiedad sin temor alguno. A mirar desafiadoramente a un hombre.
 
La vela habla también sin hablar, bailando. La garganta duele, duele todo aquel dolor novedoso, sobre todo. 
Aún quedan demasiados entierros por ver, por suerte o por desgracia. Semillas también para el mes de marzo:
tomates, cebollas, acelgas, puerro, lechugas... Es así el ciclo, o algo de eso hay.
 
Fase 0: Puedo convertirme en una figura inerte, una crisálida cerrada, volverme una pintura

con la mirada fija en la pared más próxima, darme la vuelta y bucear bajo la tierra

a escasos centímetros del vacío absoluto. Ver, poco a poco, cómo se me arranca el tacto.

 
Sí, puede sonar melancólico, pero necesito volver a refugiarme en la tinta. 
Recubrir de abono el álbum de fotos del último cajón y dejar que se diluyan simplemente los recuerdos.
No hay más que vasos encharcados de veneno posados junto a la ventana, y no los quiero. 
Fósforo, atrevimiento, vómitos de asco, y poco más.
 
Cada mañana, uno aprende a comprender que los rostros se recubran de pesadillas, caminando por las calles 
desiertas, consciente del valor cero, sabiendo que uno forma parte inevitablemente del ecosistema.
¿Dónde están las olas del mar, que las voy a buscar para sentir su corriente dentro de mí?
Al menos, que me sienta parte del mar.

 

Este texto está escrito desde la imaginación de una persona que vive en los márgenes de la ciudad. Se nombran lugares concretos como Angrois (a las afueras de Santiago de Compostela) y Monte Lampai (en el Ayuntamiento de Padrón), en Galicia. Como si viéramos su realidad, recuerdos, sueños y pesadillas a través de un caleidoscopio, narra una realidad cruda del extrarradio, donde la tierra y el mar cobran protagonismo, como elementos casi humanos.


Jéssica Moreira Azevedo
* Nació en Aparecida de Goiâna (Brasil) en 1994, y desde la adolescencia vive en Galicia, ahora en Santiago de Compostela. Licenciada en Inglés: Estudios Lingüísticos y Literarios por la Universidad de Santiago (USC) en 2017, realizó un máster en Igualdad, Género y Educación (USC, 2019). Ha sido agente de igualdad de género en el Centro Autonómico de Formación e Innovación, y actualmente trabaja como profesora de inglés en ATEGAL - Aulas Senior de Galiza. Nos confiesa que siente empatía por las personas que deciden no seguir a pies juntillas el sistema. Finalista del
IV Concurso Litteratura de Poesía.

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