viernes, 7 de enero de 2022

Vitis vinifera......Waleska Barroeta*

Segundo Premio del IV Concurso Litteratura de Relato

Foto: Maribel Verdú en Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón

Cada hombre, como cada trago, tiene su nota especial. De todo existe bajo este cielo: están los que hacen que el cuerpo se suma en un sueño profundo del cual pareces no poder despertar nunca, algunos tan duros que sientes no poder más, aquellos que con una sola vez es suficiente para perder la cabeza, y otros con los que se necesita de varias rondas para agarrar mal camino. No soy una experta, pero sí sé reconocer un buen trago cuando lo tengo enfrente. Mi técnica ha consistido en dejar reposar unos segundos la bebida entre mi lengua y mi paladar, guardando el recuerdo para futuras catas. 
        Una noche, me acompañaban dos vinos, un Merlot y un Cabernet Sauvignon. Ya ebria, después de medio Sauvignon, guardé el Merlot en el refrigerador, porque, en alguna parte de mi cabeza, estaba la idea de que podría con ambas antes de quedarme dormida en medio de mis libros. Dos días después, descubrí lo que mi otra yo había hecho. La botella estaba vestida de novia y se le había salido el corcho. Irónicamente, no se botó manchando las paredes de plata a rojo. La saqué con cuidado, cuidado que no era necesario ya que no había forma de que se derramase, lo dejé descongelando hasta la mañana siguiente y lo volví a guardar en la nevera. 
          Un mes después, fui a un partido de la universidad. Me tomé dos cervezas que me supieron a gloria; claro, después de tanto tiempo hasta un Cocuy hubiese sido así de delicioso. Sin embargo, la fichita que indicaban mis treinta días de sobriedad, y que me había ganado esa misma mañana, me empezó a pesar en el bolsillo, sólo por eso no pedí un tercer tarro. Salí muy feliz, a pesar de lo que rezó el marcador al final del juego. Al salir del estadio, me pareció una excelente idea seguirle el juego a mi acompañante de esa noche, así que terminamos revolcándonos en el coche. Él no había tomado más que agua, como buen mexicano sufría de gastritis una vez a la cuaresma; sin embargo, sus gemidos sonaban tan delirantes como los míos.
          Se hacía tarde y, como no me gusta tener reputación de ser la que no deja acabar, bajé mi cabeza hasta donde ya mis ojos no encontraran los suyos para darle al partido el final feliz que se merecía. Me imaginé un gran helado sabor clericot. Las texturas de las fresas, moras y frambuesas guiaban los caminos que debía recorrer mi lengua, como el hilo de Ariadna. Poco a poco iba rebosando, casi sin querer, la espuma que lo endulzaba. Y así, cuando más fuerte gritaba, sentí que algo salía disparado a mi lengua. Lo mantuve allí unos segundos, como de costumbre; las mañas que uno se inventa para trabajar la memoria sensorial. No obstante, sentí un sobresalto prematuro. Abrí los ojos de golpe y no estábamos ya en medio de la oscuridad, había una luz amarilla rodeándonos. Aún había personas en el estacionamiento recogiendo sus coches para ir a casa. Tres de los jugadores, con sus uniformes aún puestos, habían abierto las puertas para subirse al auto y las luces se encendieron automáticamente. Nos reímos un rato, en coro con nuestros indeseados invitados de afuera, fue una buena manera de acabar la noche. 
          Rumbo a casa, me quedé pensando en el inconveniente que no me había dejado grabar aquel sabor en mi mente. Abrí la puerta de mi departamento, bien podría haber vivido en mi coche, a veces parecía más grande que aquellas cuatro paredes ejecutivas. Abrí la nevera, muerta de hambre y allí estaba el Merlot. “Peor es nada”, pensé. Lo serví en el único vaso que no estaba roto y tomé un sorbo, sabía mucho más tenue que cualquiera de sus semejantes.
          Se dilataron mis pupilas, ¡allí estaba! Pudo haber sido la mezcla entre lo blanco y lo rojo, pero yo ya no estaba entre mis cuatro paredes. Pude oler las hojas de parra quemándose en la orgiástica hoguera, escuché la lira de Baco que se reía en mi oído izquierdo con picardía. El vino estaba viscoso, sus partes se habían separado, sentí los pies mexicanos aplastando las uvas, las partículas de la tierra en sus uñas se atascaban en mi garganta, mi saliva se deslizaba por mis labios mientras ellos luchaban por no dejarla escapar... Y así, como en un túnel púrpura, mi lengua se pegó a mi paladar, trascendiendo y regresando al sobresalto de la luz amarilla.


Waleska Barroeta
* Artista multidisciplinar venezolano-mexicana, estudió Lengua y Literatura Hispanoamericana en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Es poeta, promotora cultural, correctora de textos y docente. Su trabajo explora las limitaciones del bilingüismo, la sexualidad y la identidad a través de la poesía. Se ha presentado a nivel nacional e internacional en eventos como "El otro y yo", Día Internacional Contra la Homofobia (México, 2019), II Festival Anual de Narrativas Queer de Kansas City, Muéstame Kansas City Pride 2021 y Día Nacional del The Writer's Place Kansas City. Ha obtenido el Segundo Premio del IV Concurso Litteratura de Relato.

5 comentarios:

  1. Muy bueno!! Me encantó. Felicitaciones a la talentosa autora

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    1. ¡¡Muchas gracias, Mariano, se las transmitiremos de tu parte!!!

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    2. "Una mezcla entre lo blanco y lo rojo". "Unos pies mexicanos aplastando las uvas"... Y una lira de Baco. Por esos y por otras cosillas es el relato que hasta ahora más me ha gustado. Un abrazo, Jordi y saludos a la autora. Por su apellido me la imaginé vasca, pero es vecina mía.

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  2. Interesante, la verdad. Podría decir que es sexista, pero afortunadamente soy de la vieja escuela y no estoy por estas cosas. Eso sí, me queda la curiosidad de cómo se define la propia autora en cuanto a paladar, acidez, mineralidad... ¿Qué vino serías tú?

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