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Que
pasara y me hacía enseguida una tacita de café, y que no me preocupara por mi
regreso a Mayarí porque un primo suyo tenía que ir por la mañana en una
máquina, Que gracias, le dije.
“No,
hijo, si eres amigo de Paterson, eres de la familia.”
Lo era,
y hacía mucho no nos veíamos personalmente, por Feisbu sí. Nos conocimos en la Universidad
de Playa Manteca. Que ese sobrino suyo era el demonio, añadió, y sonrió.
“¿Viviste
por allá por Barcelona mucho tiempo?”
“Algunos
añitos.”
“A ver
cuándo puede venir. Ahora trabaja de mensajero en un Bufete de Abogados. ¿Sabes
que terminó allá la carrera?”
“Sí,
lo sé.”
“¡Qué
cosas tiene la vida! Ese sobrino mío es un escapista, ni el Joudini ese le hace
sombra.”
“…”
Me la
trajo y por una especie de pudor, no quería revisar nada en ese momento, y ella
captó mi indecisión.
“Hijo,
no te dé pena, mira lo que tengas que mirar. Siéntete como en tu casa. ¿Quieres
un poquito más de café?”
Vaya,
qué sorpresa encontrarme con estos libros. En aquellos días oscuros, fueron nuestro
fiel y nuestra balanza. Era un fiñe con apenas diecisiete abriles, Paterson
tenía veintitrés y quería estudiar Sociología, pero se complicó con dos más en
un asunto de venta de marihuana y el embullo de la carrera se le fastidió.
Sucede.
“Ay,
muchacho, mi hermana creyó que no podíamos soportar aquello, y pasamos muchas noches
tomando pastillas y sin pegar un ojo, porque de ese sitio se hablaban mil y una
diabluras. Perdóname que te sea franca.”
“No se
preocupe, Mercedes, mi madre también pensó lo mismo y fue hasta la casa de más
de un santero, ya se figura. Yo no creo mucho en esos tejemanejes, pero cuando
uno está desesperado se aferra a cualquier cosa.”
Una
casita modesta en las afueras de la ciudad. En la sala, una mesa de formica en
el medio con un búcaro de flores artificiales, y el sofá de la sala quizás no
aguantaba otra reforma de las tantas veces que se intentó salvar con remiendos
de otros vinilos y colores. En las paredes, unos pocos cuadros y una reproducción
en tela de La última cena de Jesús, donde se presupone que no faltará
nunca la hogaza de pan, ni en la peor de las escaseces, si se siente la fe. En
paralelo a la litografía, la foto de una muchacha en la celebración de sus quince,
la corona es plateada. A la derecha de la entrada, una escalera de caracol
conduce hasta una barbacoa. La pared pintada de beige claro, y la meseta de la
breve cocinita está por la mitad de azulejos. Se respiraba una atmósfera
tranquila de quien intuye que no todo concluye en este lado de la orilla.
“Lo
que nos costaba prepararle su jabita para las visitas. Ay, muchacho… ¡Qué
tiempos aquellos, Dios mío! ¿Cómo pudieron sobrevivir?”
Ay, Mercedes,
mejor ni me detengo en ese paisaje, ufff, no quiera usté imaginarse lo que inventé
en mi cabecita para sortear según qué trampas. En aquellos años, hasta llegué a
poner en duda la tan beatificada obra de la Revolución. No entendí al principio
muchas cosas, dudé y dudé.”
La
llamaron desde la calle. Salió y escuché retazos aislados. Que estaba con un
amigo de su sobrino y que más tarde. La voz de una muchacha insistió en que le
hiciera el turno por la noche, porque tenía que viajar a Cueto y no sabía si
podía regresar el mismo día. Bueno, veré, dijo y se despidió.
“Ay,
hijo, a veces una no puede negarse y tiene que hacer favores aunque ni le
alcance el tiempo. Esa muchachita pasa un trabajo tremendo, con tres vejigos, y
al marido lo metieron preso el mes pasado. Ya hoy las muchachitas no se cuidan,
no usan preservativos, y luego son las lamentaciones y los apuros.”
Revisé.
Varios libros, ediciones muy viejas de Colección Cocuyo, Huracán, Letras
Cubanas. Dos tomos de la Editorial Ciencias Sociales de La rama dorada
de Frazer, de años recientes, y con bolígrafo negro, una dedicatoria. Y el
primer librito que me mandó mi amigo a la celda de castigo cuando me fajé con
Mauricio El Palestino, Canción de Rachel. Oro molido en aquellos años,
cuando la maldita soledad quiso construirnos su Gólgota, pero nosotros no le
permitimos que se anotara ese punto y le tapiamos el camino.
Atardecía,
y ya en un ratico nos comeríamos una sopa y unos plátanos maduros fritos, a ver
cómo le había salido, porque los condimentos están perdidos y una tiene que
hacer malabares como Rachel, figúrate, el jodido bloqueo ese nos tiene cansados
ya, lo que pasa es que la gente se lo cree todo. Ay, hijo, un defecto de todos
nosotros es que somos demasiado creyentes ¡y no se puede ser demasiado en nada
porque el Señor castiga!
Vi una
salamandra paseando por encima de la litografía, era medio tocola, y se esfumó
por un agujerito que había en la jamba de la puerta. Eso me recordó a algunas
que rondan las paredes de la casa de mi amiga la ingeniera allá en Lengua de
Pájaro, acaso el mar y la ordenanza del salitre son un estímulo para
infundirles tanta confianza, y sentirse como inquilinas naturales.
“Tengo
que avisarle a mi sobrina”, señala a la quinceañera.
“Si
tiene que salir no se preocupe, yo espero.” No veo teléfono por ningún lado.
Entra en uno de los dos cuartos de la casita y sale con un celular de los que
ya no se usan, de teclitas. Le enviará un mensaje.
“Ajá.”
“Este
me lo mandó de allá Paterson, hasta que me pueda conseguir otro para poder
vernos.”
Un
Samsung, buena batería, parecido al que llevo conmigo. Se medio sorprende
cuando le muestro el mío.
“Muchacho,
mira pa eso, yo pensé que viniendo de la yuma tenías uno de los modernos.”
“No,
Mercedes, yo soy un monje y la riqueza en la que creo sobrepasa todas esas
modas pasajeras.”
“…”
De
repente, sus ojos avellana, como una corriente en escorzo, me recordaron que la
lluvia preexiste antes de…, y somos eso y es necesaria, basta invocarla sin el
bisturí del temor para creer en ella, pero lo disimuló. Dijo que salía un
momento a casa de la vecina, que ya casi comíamos.
Al
poco regresó. Sacó un mantelito de la gaveta de la mesita y puso dos cucharas
y dos tenedores y dos vasos de aluminio, que le perdonara, pero los de cristal
tenía que conseguirlos porque se le habían roto días atrás. Que ahora en la
choping del reparto se rumorea que llegarán y estaba para eso, que otra vez
sería.
Nos
acostamos como a las doce. Me contó varias cositas de mi amigo, y me enseñó
fotos de cuando cursaba la primaria y estuvo en la secundaria. Y que a veces en
esos trastos de cajas que hay arriba (apuntó con el índice para el cuartico de
la barbacoa), me leo esas novelitas que hay ahí, para entretenerme y aprender.
Me leí algunas de este encargo que te dejó, que agarrara la que quisiera, pero
que luego la repusiera ahí porque eran para ti. Ah, ahí capté la alusión a
Rachel.
“Muchacho
¿Qué se traen ustedes entre manos?” Sonrió con los ojos achinados, pícaramente.
“Nada
Mercedes, nada del otro mundo. Quería que yo recuperara las primeras lecturas
que me ayudaron a salvarme. Sólo eso.”
“Ah,
como ustedes los artistas son tan extraños…”
“…”
A las once,
la máquina pasó por casa de Mercedes y me recogió. Me tomé un buen café con
leche de vaca, y me abrazó, Vuelve cuando quieras, esta considérala tu casa,
sin pena, y cuando hable con el sobrino le contaré.
A las
tres ya estaba en Lengua de Pájaro. Como hacía un poco de calor, me animé a ir
a la Puntica de Belquis a darme un chapuzón, esperaba que no hubiera tanta
gente. Le pregunté a la ingeniera si quería venir conmigo un rato. Dijo que no,
le dolía un poquito la pierna y mejor se quedaba para descansar un rato. Cualquier
cosa me llamaba. Además, esperaba una llamada de su bebé, de Bolivia.
Un
mensaje del mecánico en el celular, qué tal por allá, por la Ciudad de los Parques.
Que me llegara por su casa este sábado si quería. Así conversábamos un rato sobre
una novela que terminó, y quería que yo fuera uno de sus primeros lectores. Ok,
le respondí.
La
ingeniera hizo un arroz con pargo riquísimo y un buen batido de guanábana, por
si quería después de la película Papillon. La tenía grabada y no estaba
doblada con esas voces horribles del castellano demasiado estándar y limitador,
uffff. Prefiero las pelis con subtítulos, uno lee y escucha, y pone dentro las
voces que uno cree. El camino de dentro nunca es igual al de fuera, cuando las
voces vienen impuestas, eso más tarde o más temprano resulta un peligro y una
limitación. No son tiempos para inquisiciones, son tiempos para ventanas.
Dicen
que al autor de esta obra al principio lo consideraban cierta clase media y
alta un apestado, pero después que contó su verdadera historia, y se hizo muy
famoso su libro y sus años en Cayena, hasta ministros y reyes le invitaban a
palacio, le adulaban, le tendían alfombras. ¡Qué molestas y venenosas son
ciertas hipocresías!!! ¡Cuántas mentiras pueden encerrar las esclavitudes y
egoísmos de la famosa forma, de la tiránica y poco rentable apariencia!!!
“Me
acuesto.”
“Ocá.”
Nos
dimos un beso, y que menos mal que la pierna se le calmó por la tarde. Apagué
la luz y la sombra de varias salamandras empezó a espejear por la pared, del
mostradorcito de las botellas de ron a la puerta que comunica con la terraza
portal, del tapiz del tigre con su hijito a las dos lamparitas que arbitran el
ancla y el timón de madera, de la ventana de cortina al espacio del espejo. Han
hecho sus escondrijos por la casa y rara vez se las puede avistar de día.
¿Qué
quiso decirme realmente con que me diera un viajecito a la casa de su tía y
recogiera esa cajita? Traté de leer más allá, pero no alcanzaba el eslabón que
completara la cadena. Yo salí dos años antes, y luego supe que después que le
dieron la libertad, se fue para la capital a trabajar, y en el 99 pudo salir
del país con una invitación que le hizo una amiga catalana que conoció en
Maisí, por ahí por el río Duaba.
Tenía
poco saldo, ¿y si le mandaba un mensaje a su celular aunque me chupara lo poco
que me quedaba?
Me
animé. Lancé una estocada para provocarlo,
“Hola,
la vi. Está protegida por La última cena. Te espera. No podemos ser demasiado
creyentes. Abrazo”
Una
semana sin decir al teléfono ni este pico es mío. Y otro correo, que venían
unos amigos a Holguín y me traerían un regalito. Que me llamarían. Y de repente,
varios mensajes que más parecían una confesión tipo salto al vacío que otra
cosa.
“Men,
tú te largaste primero. Te acordarás de nuestro amigo que mataron aquella noche
en el albergue, dicen que el cocinero Ulloa estuvo detrás, no sé, amigo mío, no
lo sé, pero hay muchas versiones sobre lo que pasó aquella noche cuando tú y Javier
jugaban al ajedrez, y luego todo el jaleo de la puñalada. Oye, cumbia, al fin
terminé Sociología en Barna, y aunque me costó porque tuve que pasar unas
pruebas de nivel del carajo, lo logré. Seguro te acordarás del año y medio que estuviste
aislado no, asilado en el cubículo, del janazo que le diste con el tubo al
Palestino. A lo mejor ya se te habrá olvidado que me mandaste a decir que te
aburrías y que te consiguiera un diccionario, y pude ayudarte con el Aristo, y
con el Curso de Redacción de Gonzalo Martín, no es tan bueno ese diccionario,
pero te sirvió para las cartas que nos hacías para las muchachas con que luego
íbamos a pabellón. Eres un capo, Ubo.
»No sé si te acordarás que conocí a mi mujer en una visita y
que con las cartas me ayudabas a camelarla, porque no sé cómo lo hacías, pero
llenabas hojas y hojas de millones de mentiras y ella se creyó más de la mitad,
y nos casamos cuando salimos y tenemos tres hijitos, amigo mío. Ahora curro
bastante, y ahorro dinero para ir a verlos y comprarles una casa en Báguanos,
de donde son los padres de mi mujer. Yo siempre le dejo claro aquello que dices,
amigo mío, somos hijos de nuestras obras. No voy a ponerme sentimental, porque
si ahora estuvieras acá en la Ciutat Condal te diría Oye, men, vamos a
emborracharnos hasta caer en coma, pero sé que te sienta mal y mejor no.
»Me enteré de lo que te pasó con la mamá de tu hijo en
Buenos Aires, no, men, la cagaste. Si dijiste lo que cuentan que dijiste, sabes
que hay palabras que matan, o fotos, acuérdate lo que le pasó a Kevin Carter,
dicen que no pudo soportar la presión de aquella foto que le hizo al niño de
África al que se quería comer el buitre. Y mucho menos la presión del mundo, él
informaba, sí, pero también hablaba en esas fotos de la jodida indigencia que
tiene mucha gente dentro y la disimula para parecer otra cosa.
»Men, hablé con mi tía, le caíste bien y eso me alegra, pero
sin ponerme sentimentaloide ni dramático, es mejor que cuando vuelvas por allí
no le sigas la corriente cuando ella te sonsaque de aquellos años en PM, mejor
hablen de atletismo o de alguna novela que hayan leído los dos, no sé, pero
aléjala del tema, será mejor. Mi tía y mi mamá quedaron con secuelas terribles
de aquellos años.
»Ah, te mandaré por DHL mi Tesis de Grado, Sociedades A,
Sociedades C, no seas tan severo con tu ojo de halcón ni critiques tanto,
sobrellévame. Recuerda que se trata de una Tesis y ya sabes que yo soy, en
según qué contextos, hegeliano. Somos hoy, pero también podemos ser ayer o, en
su defecto, no ser ni una cosa ni otra y vivir en el chaflán anti-deicidio de cualquier frontera, como dice tu admirado Cercas.
»Un abrazo, tu hermano P»
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