Finalista del III Concurso Litteratura de Relato
“… en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío.”
Siempre he sido un pesimista nato, o un
realista bien informado, como gustaba llamarme Pablo, mi proveedor oficial de
lienzos y pinceles varios. Realista o no, lo cierto es que creo firmemente que
a esta vida hemos venido a morir, no a vivir. Vivir ahora es simplemente un
eslogan, lo aprendí el primer día de colegio.
Ahora entiendo su afición por
el metro. Prefería arrastrarse por esos túneles que regresar a casa caminando.
Cada tarde que nos despedíamos en la boca del metro, la veía bajar los
escalones de dos en dos, ansiosa, como si estuviera impaciente por descender a
los infiernos de donde nunca debió salir.
* Nació en Sevilla, estudió en la Universidad de Córdoba y actualmente
trabaja en el Museo Arqueológico de Sevilla. Finalista del III Concurso Litteratura de Relato.
“… en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío.”
ERNESTO SABATO
Foto: Jorge Ulloa, spOnsOr |
Aún recuerdo el silencio que
reinaba en aquel coche verde militar que nos llevó a la iglesia de San Calixto.
A mi lado, mi hermano callaba y se miraba los zapatos, como si estuviese calculando
cuánto le iban a durar ese año. Yo, en cambio, contaba una y otra vez los
lápices de colores que me había comprado expresamente la tarde anterior,
convencido de que pronto podría canjearlos por un par de buenos bocadillos en
el recreo y así, con suerte, hacer mis dos primeros amigos en la escuela primaria
del barrio. Mi padre nos observaba tristemente desde el retrovisor. Aquel
condenado silencio nos iba a dejar sordos a todos.
—¿Cuánto falta? —preguntó mi
hermano, o al menos eso me pareció, porque apenas despegó los labios. Su voz
nunca antes había sonado tan rota, ni lo volvería a hacer jamás. “Los Castel
nunca lloran”, era el único requisito para ingresar en esta legión que teníamos
por familia. Mi padre no tardó en recordárselo con una mirada helada por encima
del hombro. Lo siento, amigo, ya has cubierto tu cupo de preguntas por hoy.
Pero ¿y yo? ¿Acaso creían que
no me había dado cuenta de que hacía seis minutos que ya debería estar en el
colegio? Yo también tenía mis preguntas y estaba dispuesto a reclamarlas en
cuanto mi padre bajara la guardia. “Si estuviera aquí mamá, ya sabríamos hasta
el color de las cortinas de esa casa de
Dios a la que nos han dicho que vamos”, pensé. A mi madre siempre se le dio
bien describir, y a mi dibujar lo que describía. Hacíamos buen equipo, hasta el
carnicero lo reconocía. Tanto era así que utilizaba mis dibujos para envolver
sus pedidos. Gracias a él, mi arte se extendió por todo el barrio. Fue mi
primer marchante de obras, y el mejor que he tenido. Lástima que lo invitaran a
esa casa dos semanas antes de que
inaugurara mi primera exposición.
Sin embargo, allí estábamos.
En esa birria de coche destartalado.
Sin mi madre, sin dibujos y sin estofado. ¿Qué locura era esta?
Andaba yo calibrando si en
realidad todo era parte de una fiesta sorpresa por mi ingreso en la primaria,
cuando mi padre anunció: “Es aquí”. Yo miré a todos lados. No sé qué esperaba encontrarme,
pero desde luego no a mi abuela llorando al otro lado de los cristales del
coche. Y lo que era peor. No había color. Nada. Ni una gota. Fue entonces
cuando intuí que algo no marchaba bien.
El color era y es lo que da sentido a mi vida, y el hecho de que lo más
colorido de aquel panorama fueran mis calcetines y el verde de nuestro coche no
era buena señal. No, no lo era en absoluto.
Como suele ocurrirme, sólo
recuerdo lo peor de aquel día, y con frecuencia lo rescato del pasado cuando el
presente se pone de lo más impertinente. Según el optimista de Pablo, ese
recuerdo es lo único que me conecta con el resto de mis congéneres. Sigue
soñando, Pablo. Si no fuera por tus caballetes de pino, hace años que hubieras
puesto una orden de alejamiento contra mí. Nada me haría más desgraciado que
parecerme a esta humanidad insolente y desagradecida que tú tienes por lo mejor
que ha pisado esta tierra.
Y por eso maté a Mercedes
Ventura. Y pasé a ser una de esas tantas noticias que siempre me han asqueado
de la sección policial. Pero si la liquidé fue por impartir la justicia que el
pueblo —la humanidad, si lo prefieres, Pablo— reclamaba. No digo que yo sea un
héroe, ni mucho menos. Los héroes sobran. Pero tampoco soy un cobarde. Quienes
piensan que la ejecuté por envidia, también pueden darse por muertos. No era
precisamente envidia lo que ella despertaba en mí, antes al contrario, la
adoraba. Y como yo, todo el barrio. Desprendía un encanto singular, a la par
que inquietante, ante el que era prácticamente imposible mantenerse
indiferente.
Así, nadie en su sano juicio
hubiera creído que Mercedes era una más en este mundo horrible. Reconozco que
hasta yo mismo sucumbí a su maligna sonrisa. Que le envié cartas de amor de
esas que ya ni se leen ni se escriben, y que más de una vez soñé con besar esos
labios envenenados y rozar esas manos prodigiosas que resucitaban hasta el
lienzo más desvencijado.
Sí, Mercedes era una gran
artista, pero al contrario que todos los grandes genios, no lo era por mérito
propio. La muerte de mi madre y el día que me presentaron a Mercedes Ventura en
la Academia de Bellas Artes son la parte de mi pasado que más me atormenta.
Pero no quiero deshacerme de ninguno de esos dos recuerdos, aun cuando no
puedan ser de lo más dispares. La extraordinaria voz de mi madre, capaz de
transformar un vertedero en un castillo, y la mirada perversa de Mercedes en
clases de Metodología Escultórica con el bueno de Don Leandro, una mirada que
más se parecía a una comadreja escudriñando los huevos recién puestos en un
gallinero que a la de una alumna aventajada.
Marina Valdenebro Cuadrado |
PERDÍ EL HILO DE LA NARRACIÓN EN "aquella casa de dios, a la que nos han dicho que vamos... Tal vez podría aclararse como un detalle y aclarar al final del relato... Me parece un buen texto, bien escrito, salvo ese detalle.
ResponderEliminar¡Hola, Seductores! "Esa casa de Dios, a la que nos han dicho que vamos..." se refiere a la iglesia de San Calixto, donde les espera la abuela llorando. Se supone que la madre del niño protagonista acaba de morir en su primer día de colegio, y él aún no lo sabe.
EliminarUn abrazo