lunes, 12 de diciembre de 2016

La mano de la ternura......Albert García Soler

Foto: Odette Annable
Aquel día estaba muy cansado, acababa de salir del trabajo. Caminé cinco minutos y me senté en el primer banco de la larga avenida que hay camino de mi casa. Es un lugar agradable, detrás hay un parque, desde donde llegan las voces de los niños que juegan. Eché la cabeza hacia atrás y me relajé escuchando el alboroto de los críos.
Me estaba adormilando cuando, de repente, noté algo en el muslo derecho. Levanté la cabeza, era un niño. Tenía la mano en mi pierna y me observaba fijamente, con una mirada muy intensa. Le miré un momento a los ojos. Él me aguantaba la mirada. Estuvimos así unos segundos más, hasta que al final le dije hola. Él no me respondió, seguía escudriñándome fijamente, mantenía una expresión neutra: ni seria, ni triste, ni alegre..., me miraba de una forma penetrante que yo no sabía cómo interpretar. Intenté decir algo más pero no me atreví. Era muy extraño, me sentía como hipnotizado por aquella criatura. Sólo tendría unos cinco años, pero era como si yo fuese el pequeño y él el adulto. Había una especie de determinación en sus ojos que nunca había visto, y cuando digo nunca es nunca. 
         De repente, empecé a experimentar una sensación de frialdad que provenía de su mano. Parecía helada, en unos segundos el frío comenzó a extenderse por mi pierna. Empecé a sentir, alarmado, cómo se me congelaba y cómo se extendía por todo mi cuerpo. Cuando me llegó a las costillas, noté que me ahogaba. El hielo se estaba apoderando de mi cabeza cuando perdí el conocimiento, lo último que recuerdo es su mirada impertérrita y la sensación de su manita sobre mi muslo derecho. Finalmente, me desmayé.
Noté que alguien me daba unos golpecitos en la mejilla y escuché una voz que decía:
¡Despierta! ¡No puedes dormir aquí! ¡A casa! Era una policía municipal que quería despertarme. ¡Venga, que ya son las dos! me gritó.
Abrí los ojos y noté con sorpresa que mi cuerpo no estaba rígido en absoluto. De hecho, me sentía muy bien, como hacía tiempo que no recordaba. Me levanté sin dificultades, la miré sonriendo y le di las gracias. Ella me devolvió la sonrisa y me preguntó si me encontraba bien. Le contesté que sí, sin dejar de sonreír. Empecé a caminar en dirección a casa, me giré hacia ella y le dije adiós. Ella me respondió con otra sonrisa y se despidió con la mano. Se giró hacia su compañero, que había estado mirando toda a escena, y le dijo:
Me parece que está bien, ¿no? 
Su compañero contestó:
—¿Tú crees? —Acababa de ver cómo me llevaba la mano al muslo derecho, cómo me fallaba la pierna y caía al suelo.


Lo primero que vi cuando me desperté fue un techo blanco. En seguida entendí que estaba en un hospital. Me encontraba en una habitación doble, pero la cama de al lado estaba vacía. El ruido de una cadena de water y el de un tirador que giraba precedieron a la entrada en la habitación de un hombre de mediana edad.
—Buenos días —dijo.
—Buenos días —contesté.
Nos presentamos y se acercó a mi cama alargándome la mano. Se la estreché y sonreí. Él me miró con una media sonrisa y apretó el botón del timbre.
A los pocos segundos apareció una enfermera. Me sonrió y retiró la sábana para echarle un vistazo a mi pierna. Allí tenía una cicatriz del tamaño de una mano infantil.
—¡Vaya! —dijo, impresionada—, ¡ya casi está bien! ¿Cómo se encuentra hoy? Veo que se ha despertado, al fin.
—¿Al fin? —respondí y pregunté.
—Llevaba cuatro días inconsciente... —Me sorprendió mucho, apenas me lo podía creer, para mí la escena del banco acababa de suceder. No supe qué decir.
—Avisaré a la doctora, seguro que estará encantada de verle despierto. —Meneó la cabeza sonriendo. Era una chica joven, gordita, con unos inmensos y preciosos ojos verdes. Me pidió que moviese los dedos de los pies, divertida, cosa que pude hacer sin dificultades. Asintió con la cabeza y sonrió. Me cubrió con la sábana y salió de la habitación con un ahora vuelvo.
Me encontraba muy bien, no notaba para nada los músculos paralizados, ni sentía el típico mal de espalda de cuando se han dormido demasiadas horas.
En efecto, volvió casi inmediatamente, esta vez venía con la doctora a su lado, que se presentó y me saludó con un:
—¡Buenos días! ¿Cómo nos encontramos hoy?
—Bien... muy bien... —Me la quedé mirando. Estaba muy sorprendido. Aquella mujer era la viva imagen de la policía que me había despertado en aquel banco. Era ella... tenía que ser ella... pero no podía ser... no entendía nada.
—Le tengo que hacer un pequeño reconocimiento... ¿de acuerdo? —Me volvió a retirar la sábana y me examinó el muslo derecho... después el izquierdo, y me miró con cara de sorpresa.
—No está... —La enfermera me observó y se quedaron mirando la una a la otra sin saber qué decir. Efectivamente, había desaparecido, ya no tenía ninguna marca en la pierna.
—No lo entiendo —pudo decir la enfermera—, hace un momento era bastante visible.
Las dos me miraron y me preguntaron a la vez:
—¿Se encuentra bien?
Contesté que sí.
—Pero me gustaría ir al lavabo...
—Claro, vaya, vaya...
Me levanté normalmente y me dirigí al baño. La verdad es que no tenía ganas, pero una vez me puse a ello, quedé sorprendido de hasta qué punto me hacía falta. Cuando me disponía a volver a mi cama, noté una intensa sensación de frío en el muslo. La sensación de frío que se difundía por todo mi cuerpo se volvía a reproducir. Otra vez sentí que no podía respirar, y volví a perder el conocimiento.
Cuando me desperté, lo primero que escuché fue el bip bip de las máquinas que me rodeaban. Estaba incómodo e intenté removerme, pero fui incapaz ni de mover un dedo. Intenté hablar pero tampoco pude. Lo único que fui capaz de hacer fue abrir los ojos. Tenía miedo, mucho miedo. Una enfermera se acercó y me puso una mano en la frente. Estaba fría, su tacto era agradable. Su mirada era muy clara, y sus ojos transmitían una gran ternura. Aunque su presencia era reconfortante, las lágrimas se me saltaban de los ojos. Acercó sus labios a mi frente y me dio un beso, diciéndome:
—No pasa nada. Todo va bien...
Llegó un médico, la enfermera se apartó y, antes de que me pudiera dar cuenta de nada, me inyectó algo y perdí el mundo de vista. 
Volví a ver al niño. Esta vez no me tocó pero me habló, dijo:
—Vuelve, vuelve, vuelve, vuelve, vuelve, vuelve... —repetía y repetía la palabra sin parar, en un tono cada vez más agudo, hasta que al final me resultó insoportable y me desperté...
Esta vez no estaba en ninguna habitación de hospital, volvía a encontrarme sentado en el banco de la avenida. Sentía unas manos que me golpeaban levemente las mejillas, y volví a escuchar la voz de aquella policía. Abrí los ojos y allí estaba, delante de mí. Esta vez sí que fui capaz de apreciar su belleza y la ternura de su gesto, y me sentí afortunado de compartir aquel momento con ella. Pensé que tenía suerte. Cogí aire y me levanté, la miré a los ojos. Quería exprimir aquel momento tanto como fuese posible, para poder guardar el recuerdo de aquellos ojos y llevármelo conmigo. Ella se quedó contemplándome, tampoco podía apartar la mirada de mis ojos. Finalmente, me giré y empecé a caminar hacia mi casa. Cuando sólo había dado unos pasos, escuché su dulce voz que decía:
—¿Te encuentras bien?
Me di la vuelta y avancé lentamente hacia ella. A cada paso, la sentía cada vez más cercana, ya sólo me faltaban un par de pasos... 

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