lunes, 2 de mayo de 2016

La reencarnación del Buda......Mariano Contrera*

Finalista del IConcurso Litteratura de Relato

Foto: www.mundotkm.com
He tenidos varios trabajos en mi carrera laboral: repartidor en bicicleta de pólizas de seguros, vendedor de celulares, en un cibercafé, en un laboratorio agrícola que por poco hago explotar, en una fábrica de fideos y galletitas, vendedor de sistema de televisión satelital, operador telefónico de una remisera, profesor de inglés… pero, sin lugar a dudas, el que más llegué a detestar fue el de animador de fiestas infantiles. Ustedes se preguntarán cómo llegué a una tarea tan degradante, el asunto es que mientras estaba en un laburo previo que yo creía estable, me compré una moto, de la cual algunos pagos debían ser en cuotas mensuales. Al tercer mes me echaron y debí hacer lo que fuera por terminar de saldar la deuda, y eso incluía la animación.
         Cuando comencé, supuestamente era para ayudar con el traslado y armado de los castillos inflables, que eran por demás pesados y voluminosos, pero luego las tareas fueron mutando y terminé realizando faenas diversas, tales como poner música, mantenimiento del salón de fiestas, maquillaje artístico a los nenes, globología (hacer perritos y pavadas con esos globos largos y delgados) y, lo peor de todo, disfrazarme.
         Fue durante una tarde de verano que la historia que voy a contarles tuvo lugar, quizás algunos no la crean, pero puedo asegurarles que fue cierta. Era una pomposa fiesta de cumpleaños para un niño pudiente en una quinta con pileta y un enorme parque. Como era de suponerse contrataron el servicio completo, por lo que nos presentamos allí con tres castillos inflables, un payaso, música, maquillaje, un dibujante que realizaba caricaturas de los invitados, servicio de comida, torta, etc. Luego de armar todo bajo el inclemente sol y transpirar como prostituta en la iglesia, llegó el momento más humillante, el de disfrazarme de Barney (para los que no están familiarizados, es un dinosaurio violeta). Con el traje encima, que parecía pesar una tonelada a treinta y cinco grados de temperatura, y la cabeza gigante hecha de goma espuma, debía bailar un rato y a la vez realizar algunas figuras con globos. El problema fue que la edad de los niños era mixta, había desde los tres o cuatro hasta algunos de once, siendo éstos últimos unas criaturas salvajes, la piel de Judas, diría la maestra de música Olga que teníamos en la primaria. A los mayores ya no les atraía en lo más mínimo el dinosaurio Barney ni los globos, solo querían hacer maldades.
         A la vez que bailaba como un idiota al ritmo de la estúpida música infantil, intentaba entretener a los más chiquitos. Mientras, los salvajes mayores me pateaban los tobillos, me empujaban y tironeaban del traje. 
         ¡Vos sos el que estaba recién fumando en la puerta! gritaban algunos, empeñados en desbaratar los pequeños vestigios de magia que podían ver los nenes en ese horrible, sucio, manchado y zurcido traje de dinosaurio. Por suerte, de forma disimulada, pude devolverles algunos golpes sin que los padres lo notaran, algún que otro cachetazo en la nuca, o un empujón, quizás hasta alguna amenaza, pero nada criminal. 
         Afortunadamente, toda tortura llega a su fin. Cerca de una hora después, luego de perder un litro de sudor y casi el conocimiento también, pude dar por finalizada mi función. Detrás de unos arbustos, me quité el traje y recuperé la identidad, también algunos vestigios de dignidad que me quedaban. Sin poder irme, ya que debía plegar y cargar los inflables luego de finalizada la fiesta, salí a la calle con una botella de agua llenada de la canilla, caliente (los padres del cumpleañero eran muy ratas y miserables, no convidaban ni a un vaso de gaseosa siquiera). Sentado en el cordón de la vereda, sacié parcialmente la sed, me mojé un poco la cabeza y me prendí un pucho a la sombra de un árbol.
         Tomá, pibe, te lo merecés. Me llamó la atención una mano con una cerveza fría, parecía ser una aparición divina, luego de tanto sacrificio finalmente la providencia me traía una pequeña recompensa.
         Estuviste muy bien adentro del disfraz, te bancaste a esos pendejos insoportables y te aguantaste todo, la verdad, respeto mucho tu actitud, pibe, me haces acordar de cuando yo tenía tu edad. El que me hablaba no era un tipo de cincuenta años, era el dueño del cumpleaños, un niño de cinco años, por lo que me parecía por demás extraño que me platicara de ese modo. Llevaba pantalones cortos, y sus delgadas rodillas percudidas de jugar al fútbol parecían endebles.
         »Mis viejos son bastante ratas, me disculpo por ellos, pero a pesar de todo no son malas personas, una vez que los conoces son muy buena gente. A veces me avergüenza el hecho de que sean tan amarretes, pero supongo que es normal que nuestros viejos nos avergüencen de vez en cuando, o que no sean perfectos... ¿Debería hacer un calor bárbaro dentro de Barney, no? Yo en una época laburaba en una fábrica de colchones. ¡Lo que transpirábamos en ese galpón! Por eso mismo es que aprecio tu laburo, porque entiendo el sacrificio y el sufrimiento. Mis viejos nacieron con guita y así morirán, por eso es que no saben apreciar el trabajo de los demás, como toda persona de plata piensan que los demás están solo para servirlos, que son todos empleados de ellos, nunca un agradecimiento al jardinero, nunca un reconocimiento a la niñera, jamás una felicitación. No podía creer que un nene de cinco años con una caricatura de conejo en la remera me estuviera hablando de trabajar en una fábrica, o que pudiera cuestionar con tan temprana edad el comportamiento de sus padres. Aparentemente mi rostro enunciaba la incredulidad, ya que sin que yo dijera palabra alguna, el nene aclaró mis dudas.
         Mirá, te voy a contar algo y espero que quede entre nosotros, yo sé que vos vas a guardar el secreto. Yo no soy un chico normal, tengo el… defecto o la virtud, no sabría cómo llamarlo… la peculiaridad ponele, de recordar mis vidas pasadas. De algunas reencarnaciones tengo sólo fragmentos en la memoria, de otras nada, las que más tengo en el recuerdo son las últimas dos o tres. Todos dicen que en una vida pasada fueron Napoleón, o la princesa de Mónaco, Gengis Khan, o al menos un duque o un gran atleta… Yo fui bancario, cocedor de colchones y albañil, nada del otro mundo, pero te juro que laburé mucho y te puedo asegurar que no sirve para una mierda. Si no haces nada, alguien siempre te va a facilitar las cosas, o el gobierno te proporciona un subsidio de desempleo, o la gente te ayuda, te dan comida, limosnas, ropa que les sobra… hay comedores, y organizaciones que ayudan a los carenciados… y si no, hacéte artesano, vendé collares y pulseritas, los hippies no tienen ningún drama con el dólar paralelo, el precio de la soja, el petróleo, el riesgo país, la inflación, la crisis mundial, viven felices sin que nada les importe un pomo, lo único que les interesa es que alcance la plata para comprar marihuana. Cuando cumplís sesenta y cinco y finalmente podés jubilarte, ya sos demasiado viejo para disfrutarlo, no podés viajar porque te duele todo el cuerpo, no podés hacer deporte, no podés escribir porque te olvidas todo, ni siquiera podés comer tranquilo entre la presión y el colesterol. La vida se te va en un suspiro, un tercio de la vida la desperdicias en el laburo, ¿y a cambio de qué? Un día cierra el banco y te echan a la mierda, les importás un comino. Andá flaco, rajá de acá y disfruta la vida. Salí a tocarle el culo a las chicas, y a patear tachos de basura, andá a tocar timbres y salí corriendo, a jugar a la pelota, aprovechá a disfrutar mientras puedas. Gesticulaba mucho con sus pequeños brazos, que parecían de juguete por lo delgados, los sacudía con fuerza señalando el horizonte.
         ¡Lo que me estás diciendo es impresionante! ¿Porque no salís a contar tu historia al mundo? Ayudarías a millones de personas, le darías esperanza a los enfermos del mundo, saber que existe la reencarnación resolvería la pregunta existencial máxima, la religión tendría al fin sentido, el vacío interior se llenaría en cada una de las personas, la angustia eterna al más allá dejaría de pesar en la conciencia de los humanos, ¡cambiarías el mundo!…
         Pará, pará, pará… primero que nadie va a creerme, ya hay decenas de personas expresando lo mismo que yo en internet y nadie les da bola, ¡vos ni sabés que existen! Y segundo que, a pesar de todas las cosas que fui, también fui hijo, y fui papá. Yo sé lo que se siente perder a un hijo, y no quiero quitarles a mis viejos la felicidad diaria de ser padres, no podría hacerles eso. Además, así estoy fenómeno, me tratan como a un rey, me malcrían… ¡y encima tengo una niñera que no sabés cómo está! Hizo unos gestos por demás evidentes, señalando los abultados atributos físicos de la joven. Dándome una palmada en el hombro, cambió de tema:― ¿Querés otra cerveza? Te traigo si querés…
         No, gracias. Ya hiciste mucho por mí. Le devolví el envase vacío y me fui, caminando por la sombra. 
         Que junte Magoya los castillos inflables, y la próxima que se disfrace otro de Barney, yo por mi parte voy a disfrutar de la vida.


Mariano Contrera
* Nació en 1983 en Lobos (provincia de Buenos Aires, Argentina), donde vive hasta la fecha. Luego de finalizado el colegio secundario, estudió profesorado de inglés, trabajando en esta profesión en varias escuelas del partido. En 2010 lanzó su primer libro de relatos, La idea fijaA principios de 2013 publicó su segundo libro, Media hora de felicidad, que ya cuenta con 400 ejemplares vendidos en diferentes pueblos de la zona. Y en junio del 2015, publicó su tercer libro de cuentos, CalesitaRecientemente ha sido premiado en concursos internacionales de Argentina, Uruguay y España. Textos del autor han sido publicados en diversas antologías, tanto dentro de Argentina como en Estados Unidos, España y Colombia, y también en revistas y blogs literarios de diversos países. Finalista del I y II Concurso Litteratura de Relato.


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