viernes, 19 de mayo de 2023

El plan B (Segunda parte)......Lauro Cruz Sánchez

Foto: Mike S., Glorieta de Los Ahuehuetes
Es grato deambular sobre calles limpias y casas impecables. Camellones con el césped en buen estado. La brillantez de la tarde se impone al cielo gris. Un confort aristocrático resbala jubiloso por las paredes, juguetea en las rejas y portones de las residencias. El dinero no se puede ocultar. Parece un concurso de ostentación… El salario de los trabajadores petroleros es de los mejores en el país. Varias calles adelante, el semblante del camino se transforma de súbito. Un aire provinciano nos envuelve. Algunas casas muestran, ufanas, sus ladrillos barnizados, en buen estado, sobre las paredes. Los techos ya no son tan altos, como los vimos calles atrás. Las construcciones han perdido su modernidad: hemos llegado a San Juan Tlilhuaca. Pily y yo caminamos sobre aceras estrechas. A veces, es necesario pisar la avenida, al aparecer un poste de luz o un árbol. Maldigo de nuevo a la vida, por mis dos sentidos faltantes. No percibo el olor provinciano.
         Hace cincuenta años, el paso por el jardín, que forma una glorieta, era un sendero obligado. Hoy, me encuentro a unos pasos de él, contemplando el paisaje. Otra vez los recuerdos se presentan. Camino a la escuela, sobre el piso adoquinado, ignoro el crecimiento del pasto. En el brazo izquierdo llevo libros y cuadernos; el derecho, acaricia las “barbitas” y el dibujo de “Amor y Paz” que he realizado, con tinta azul, en la corbata del uniforme color caqui. Al respecto, Google me ilustra:
         “Holtom –su creador− buscaba un símbolo impactante y fácil de realizar para darle más identidad a las protestas. El diseñador se basó en las letras N y D de "Nuclear Disarmament” (Desarme Nuclear) según el abecedario semáforo, en el que la N se representa con ambos brazos levantados a un ángulo de 45° respecto a la cabeza mientras que la D se representa con ambos brazos verticales (uno hacia arriba y el otro hacia abajo).”
         No obstante, el pecho se me estruja al contemplar las cenizas a las que quedó reducido el hermoso ahuehuete que mostraba toda su grandeza desde el centro de la glorieta. Desde siempre, al recordar la época, la gigantesca imagen del árbol sobresalía entre todas las evocaciones. Un enorme tronco calcinado de tres metros de ancho por quince de altura es todo lo que subsiste de aquella beldad. Lo fotografío desde varios ángulos en su derredor. Mi cariño hacia ese gigante aumenta. Con asombro descubro pequeñas ramas verdes, hermosas, en la parte superior y en uno de sus costados. Se niega a morir. Fantástico. 
       Recorro los pasillos del parque, retardando la visita a la ETIC 88, que se encuentra a dos calles. Faltando quince minutos para las cinco, estoy frente a mi entrañable escuela. La interminable valla blanca de tubular metálico con la cual la recuerdo ha sido transformada por una horrible barda color guinda con marcos azules que ostenta en la parte superior una horrorosa concertina de seguridad. No obstante, todo mi espíritu se embelesa. Me veo esperando, en esta misma esquina, a Margarita Escobar Ibarra, la novia de turno, y a otra pareja de cómplices cachondos: Silvia Toledo y Ricardo Vizuet, para dirigirnos hacia La Petrolera, es decir, el parque de béisbol que nos servía de escondite para nuestros juegos amorosos… la piel se me enchina… El fresco aroma de su larga y lacia cabellera… Sus abundantes carnes firmes… Mis manos apenas rozando sus pechos, sin llegar a ser caricias… Su boca golosa, con gruesos labios… Su andar taciturno, con la vista clavada al piso… 
         De la misma manera, aparece Leticia, la más bella de toda la escuela, con su falda muy corta. La chica ideal, para la mayoría –aunque, más, más, para Jorge Stringlo, que la adoraba e idolatraba, la imagen predilecta para sus masturbaciones−: alta, de piel blanca, ojos claros y grandes pestañas. El admirado y envidiado Christian, su novio. Alto, cabellera rizada, piel morena, finas facciones y largas pestañas, con ojos vivos. A mi mente llegan algunos rostros de maestros: Brito, de dibujo; Myrna, de inglés, Esperanza, de español; Blasio, de taller de radio y televisión, y varios más. No sin tristeza, compruebo que el plantel ha cambiado de nombre: Escuela Secundaria Técnica No. 27, Alberto J. Pani. Agradezco el silencio paciente de mi acompañante. Comprende mi ensimismamiento. Tomo algunas fotos, aunque sé que dichas imágenes permanecerán en mi mente durante los pocos años que me quedan de vida. Durante el camino de regreso, comento con Pilar los recuerdos que me asaltan.
         −En esta esquina, existía una panadería –le señalo a mi amiga una moderna estética−; aquí, un amigo y yo comprábamos un bolillo para cada uno.
         Con agrado, compruebo que aún existe la paletería donde Jorge Stringlo me invitaba una paleta. Ahora, invito una a mi amiga. La doña que atiende me informa que, en efecto, el establecimiento perteneció a sus abuelos. Fue creada en 1968. Pily parece divertida; yo me encuentro extasiado, pletórico.
         Nos despedimos frente a la puerta de su casa, con la firme promesa de volvernos a ver. La invito a las tertulias literarias, junto con sus hijos. Promete que asistirá.
         “La calle del panteón” es muy larga. Horas antes, no encontré el camino para transitar por aquí. Ahora, descubro que el olor dulzón de las galletas Cuétara es muy potente, pues lo puedo percibir, de nuevo. En aquel tiempo, sólo se podían ver un par de camionetas estacionadas a la entrada de dicha fábrica. Hoy, la calle está atiborrada de grandes camiones. Sin embargo, la barda del panteón Santa Lucía ha absorbido todo el tiempo. Identifico los mismos ladrillos. El cúmulo de años parece sentirse a gusto sobre dicha pared. Atiendo una llamada en mi celular. Es el camarada Estopas. Me invita a un bar, donde se reunirá con amigos. Uno de ellos también cumple años. Más tarde estaré por allá, le aviso. Mientras tanto, continúo con mi recorrido. Pretendo volver al punto diez, donde a las dos de la tarde, llegué. Ya no puedo apreciar más pormenores de las calles. La lluvia me lo impide. Acelero el paso. Debo cumplir con el plan B. Resguardándome en algunas marquesinas, logro llegar a la calle Asfalto, que se encuentra desierta. Lanzo varios suspiros profundos frente al número 53. Deseo llenar mis pulmones con la fragancia del ambiente. 
         Me dirijo a la parada del camión, que me ubicará en el metro Tacuba. Para mi sorpresa, recibo una llamada de Laurita: ¡se equivocó de día! Pensó que hoy era 9 de julio. Debido a la compra de la impresora, las ideas se le desquiciaron. Llueven las disculpas. Exige mi presencia en casa. Me disculpo también. Iré al bar con Estopas. Se resigna. Se siente avergonzada. No me siento enfadado, tampoco dolido. Es sólo que ya quedé con mi amigo. 
         La reunión en el bar es bastante agradable. Risas, anécdotas, historias entre amigos. No existe el pastel tradicional. Sólo unos bocadillos y postres. Sin las odiadas Mañanitas. ¡Perfecto!
           Desde el inicio de esta travesía un poco mágica y para nada misteriosa, sabía de antemano que libraría una intensa lucha con los fantasmas del pasado, los entes de la memoria y las cenizas del tiempo. El plan B resultó de lo mejor, gracias al desvarío de Laurita. Ha sido un cúmulo de sensaciones captadas con ojos cansados, aunque efusivos. Fueron otros pies los que caminaron sobre el asfalto; igualmente fatigados, pero entusiastas. Una piel arrugada, la que peregrinó por tan queridas calles. Mi cabellera desordenada recibió la lluvia con agrado al desprenderme del sombrero. 
           Debo acostumbrarme a transitar por la vida con sólo tres sentidos.

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