Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato
Foto: Guido Buffo, fresco de la capilla de Villa Leonor |
Me
senté en la pirca de adelante y allí se treparon los dos.
⎯Vamos
a visitar una casa muy especial que está en un monte alto, y a la
que se llega cruzando un puente por donde pasa un río ancho y
caudaloso. No hay que caerse, porque tendría que llevarles otro
conjunto más de pantalones y remeras extras, y ya no tengo más
lugar en mi bolso ⎯les
dije.
Los
dos me miraban con sus ojos muy abiertos y esa carita de sorpresa que
tanto nos deleita a los papás.
⎯Cuando
yo era chica, un poco más grande que ustedes ahora, conocí a dos
pintores aquí en el pueblo. Uno tenía un nombre difícil, Lino Enea
Spilimbergo, y el otro quizá mas sencillo, Guido Buffo ⎯continué⎯.
La abuela Aia había estudiado Bellas Artes en un Instituto que se
llama Prilidiano Pueyrredón y allí fue alumna de uno de ellos,
Spilimbergo. Es uno de los más grandes pintores de esta época y no
se imaginan lo mucho que me gustó haberlo conocido ⎯les
dije entusiasmada.
Ya
era casi mediodía, de manera que interrumpí mi relato para que se
fueran a vestir. De la galería del costado tomé sus dos sombreros,
el mío, y el bastón de madera que llevábamos siempre a modo de
arma contra las víboras.
⎯Chicos,
busquen las sillas que están en el galpón. Nos vamos ⎯pidió
Ernesto.
La
canasta con los sánguches y las gaseosas estaba lista en la cocina.
También el bolso con una muda para los chicos, la lona grande y un
par de toallas. A las doce partimos. El viaje era medio largo porque
teníamos que llegar hasta Los Quebrachitos, que estaba como a unos
cincuenta kilómetros de casa.
⎯¿Sigo
con el cuento? ⎯pregunté
y los miré.
Una
dijo que sí con su cabecita, mientras que el otro estaba ausente,
cautivado con una rama de eucalipto que movía por la ventana como si
fuera una bandera.
⎯Spilimbergo
vivía a la vuelta de casa, justo enfrente de donde está la
biblioteca. Allí tenía su dormitorio, una cocina en el comedor y
también su taller. La gente de la zona eran sus modelos. Sus caras
las dibujaba angulosas y con ojos grandes y profundos. Si bien tenía
su paleta para las pinturas, definía los colores en las paredes del
taller ⎯les
expliqué⎯.
A la hora de la siesta lo íbamos a buscar con mamá en el sulky y
nos íbamos a Villa Leonor, la casa de Buffo, adonde vamos ahora. Se
subía al carro con un piloto negro alto hasta el cuello que no se
sacaba nunca, y un paraguas también negro que usaba como sombrilla.
Venía con su perro y, en la mitad del camino, se detenía a comprar
una sandía para llevarle a su amigo ⎯les
dije.
Les
entusiasmaba el cuento, sobre todo el atuendo y la sombrilla negros
en medio de la siesta.
En
fin, yo lo conocí y tomé el té muchas veces con él y mamá en Los
Quebrachitos. Buffo era también pintor, más allá de ser poeta y
entender de arquitectura. Había diseñado Villa Leonor, que era un
predio muy amplio con una casa y una capilla en medio de la sierra, hasta allá llegó la familia buscando sobrevivir a la tuberculosis. Llevaba ese nombre en
honor a su mujer y su hija. Ambas se llamaban igual y habían muerto
ya, víctimas de la epidemia. El recuerdo de su hija estaba muy presente en
sus poesías y en la que hubiera sido su futura casa. Lindaba con la
suya y había quedado a medio hacer, tal como estaba al momento de su
muerte. Algunas poesías a Leonor estaban escritas en unas piedras
que marcaban el terreno en forma de escalones, por donde se subía a
una capilla. Allí estaban enterradas ambas, y su interior estaba
dibujado con escenas familiares y ángeles. A través de unas lucernas redondas de vidrio que había en el techo, se colaba el sol
e iluminaba los retratos de Leonor (la hija y la madre) justo en el día y a la
hora de su muerte. Todo era muy blanco y luminoso, de manera que no
tenía un aspecto lúgubre.
Los
dos pintores, tomados por el brazo, caminaban y charlaban en el
jardín de la casa. A la hora del atardecer nos íbamos, porque cabía
la posibilidad de que bajara algún puma a tomar agua al arroyo.
Tiempo después Buffo cedió la finca, que está hoy en manos del
municipio para que pueda visitarse.
⎯¡Llegamos,
abajo la compañía! ⎯nos
dijo Ernesto.
Nos
quedamos fuera de la casa sin cruzar el arroyo y extendimos la lona
para poner la canasta con los sánguches y las cocas. El día era muy
soleado y bastante caluroso, lo que hacía que la sombra de los
eucaliptos y el murmullo del río fueran deliciosos. A la hora, los
chicos ya estaban a los saltos en medio del arroyo con el fin de
cruzarlo. Llevaban unas sandalias de goma no muy aptas para las
piedras. En segundos nomás, la más chiquita se resbaló de una
piedra y cayó sentada en el agua. El otro corrió a socorrerla y...
se dio un panzazo antes de llegar a tomarla de la mano.
Una
vez afuera, se cambiaron el traje de baño y la remera. Cruzamos el
puente y entramos en Villa Leonor. Fue muy grande el entusiasmo de
los chicos a medida que recorrían la casa y la capilla que yo tan
enfáticamente les había detallado. No creo que fuera lo mismo en el
caso de su papá, que habría oído el cuento de Spilimbergo y Villa
Leonor... ¿por lo menos unas diez veces? A la nochecita (a eso de
las ocho) les pedí que nos fuéramos:
⎯Ha
sido un día precioso, pero es hora de irse. Siempre cabe la
posibilidad de que baje algún puma al arroyo.
Ernesto
y los chicos me miraron un poco con sorpresa y otro poco con sorna.
Se oían bastante cerca los traqueteos de los camiones y las bocinas
de los autos. Ya no bajaban más los pumas a tomar agua.
*
Nació
en Buenos Aires. Madre de dos hijos y abuela de cuatro nietos.
Licenciada en Administración de Empresas por la Universidad Católica
Argentina, donde formó parte de la cátedra de Finanzas Públicas, y
en Contaduría por la UADE. Trabajo en la Shell, en la Dirección de
Política Económica y Financiera Externa del Ministerio de Economía
⎯en
proyectos nacionales con financiación internacional⎯,
en el Instituto Interamericano para la Agricultura y en la Secretaría
de Agricultura, donde formó parte del equipo que erradicó la fiebre
aftosa. Finalista del IV
Concurso
Litteratura de Relato.
Un realao estupendo. A ver si acabas la mejor del mes.
ResponderEliminarUn abrazo
¡¡Muchas gracias de parte de la autora, Albada!!!! Y eso que este último ha sido un gran mes... Un fuerte abrazo
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