"Este es un cuento de mis inicios. Debe ser el cuarto o quinto que escribí...", nos revela Emerio Medina. "Y me siguen gustando las imágenes que logré construir." Imágenes y situaciones que suelen pasar inadvertidas para el observador común, añadimos nosotros, pero que bajo la mirada lúcida de un escritor de raza, nos muestran al desnudo un país (Cuba) y una época. "Mariela" se publicó en 2007, dentro del libro de relatos Rendez-vous nocturno para espacios abiertos (Ediciones Holguín), y su autor ha tenido la gentileza de revisarlo casi 16 años después especialmente para l@s lector@s de Litteratura. Para celebrar la entrada en el Año Nuevo 2023 por anticipado, hoy os ofrecemos en exclusiva esta nueva versión corregida de "Mariela".
Foto: Paco Luna, Kenia |
Es un buen camión. Está
listo para seguir haciendo el viejo cuento bajo la lluvia, o al sol,
en viajes de vira y bota en las carreteras interminables de Oriente.
Un día llegará también hasta Moa, regresará con las ruedas y el
chasis manchados de polvo rojo, el chofer no podrá negar que estuvo
allá. Vendrá lleno de pasajeros cargados con pesados bultos de
aceite de coco y bolas de cacao, se detendrá por el camino, recogerá
más gente y más bultos. Alguien protestará, aquí no cabe más
nadie, qué se piensa el chofer. Él dirá que se aprieten, ahí
caben cuatro o cinco más, el camión está hecho para eso, qué se
creen ustedes, no voy a dejar a esta gente, ellos también tienen
derecho. Llegarán al destino, guajiros de mierda, les haces el favor
y ninguno viene a agradecer.
Pero no se bajará del camión. Contará el dinero con calma, los billetes más grandes los pondrá
por fuera, el menudo lo echará en la cajita, después tendrá tiempo
de contarlo bien. Si el motor aguanta dará otro viaje en el día, si
el petróleo aparece, si hay bastante gente en la terminal, si todavía está dispuesto a meterse en el bolsillo otros cuatrocientos o
quinientos pesos.
Ahí está llenando los papeles. Por fin se desmonta y da una vuelta por la
terminal con las manos en los bolsillos. Venden muchas cosas aquí,
bocaditos de puerco asado y pan con salami, galletas en paqueticos de
nailon, helados, pizzas hechas aquí mismo. El queso lo traen de más
lejos, aquí en Holguín no hay vaquerías. Maldita ciudad tan lejos
del mar, no hay vaca que aguante el calor, no hay pasto que sobreviva
en la brisa seca y caliente. No tendrá el gobierno los recursos,
tantas cosas que hacen, no tendrán para hacer una vaquería.
En el
bolsillo aprieta el rollo de billetes, no sea que alguno se caiga, o que venga alguien y meta la mano,
tantos carteristas que hay aquí. Se te acercan y te piden candela,
alguno viene y te saluda como a un conocido viejo, después se
disculpará y dirá que te confundió con alguien. Te dará unas
palmadas en el hombro, y cuando logres deshacerte de él te
habrá dejado sin nada. El chofer sabe eso, son muchos años en el
negocio, no va a caer tan fácil en esa trampa. Lo mejor es andar
serio y no hablar con nadie. Si se le acerca el flaco de bigotes le
dirá que no joda, con esa cara de delincuente que tiene. Y el otro,
el viejito del sombrero, está hablando con la mujer que tiene al
niño cargado. Le hace cuchicuchi al nené con la mano derecha, y con
la izquierda está agarrando la cartera de la pobre mujer, ella qué puede imaginar, puso la cartera en el bolso y pegó a hablar con
el viejo. Buena gente el viejito este, y el nené se ríe con
él, ya queda poca gente así, tan amable este viejo, hasta se
ofreció para cuidarle el niño y el maletín, así ella puede ir al
baño. El chofer lo ha visto todo, ya conoce a ese viejo de antes. Podría agarrar al maldito por el cuello, pero no es su problema, se
aparta y deja a la mujer con su drama.
Se entretiene mirando
a la gente sentada a la sombra de los robles del jardín, y adentro,
en los bancos de madera de la terminal. Hay bastante gente hoy, cada
uno a la espera de un transporte que lo saque de aquí. No vinieron
por gusto a la gran ciudad, son del campo, de los pueblos del
interior, de Sagua y Gibara, de Cañadón y Arroyo Seco. Vinieron a
una consulta médica, o porque el marido está preso, o simplemente vinieron. Ahora regresan a sus casas con alguna solución, o con
ninguna, depende de cómo los trató la suerte en el día. El chofer
compra un vaso de agua, la venden a diez centavos en vasos de ocho
onzas. Tantas cosas que venden, tanto dinero en el bolsillo, y él
compra sólo un vaso de agua.
Ya
están al hacer el anuncio de la salida, la gente se va acercando al
camión. Son sesenta o setenta personas, van a ir apretados, la mitad
tendrá que ir de pie. Todo el viaje de ochenta y seis kilómetros de
pie dentro de ese cajón de hierro, quién sabe si alguien se quede
por el camino. La
empleada de la terminal manda organizar la cola. Van a llamar por
los turnos que se repartieron por la mañana, pero ella manda a
organizar la cola, no se monta nadie hasta que la fila no esté
bien alineada. El chofer se acerca, no hace la cola, porque para eso
él es el chofer. Se queda junto al camión y mira el grupo que se
estira como un gusano. Examina los bultos, los cuerpos, los rostros.
Busca algo, o a alguien. Él no sabe exactamente a quién, tiene que
ser una mujer joven y bonita. Le gustan flacas, pero no
tanto como la de la blusa roja, ésa no. Tampoco aquélla de la saya,
tiene la cara llena de granos, no le gustan así. Ni la otra de los
espejuelos, parece muy seria. Tiene que haber otra, siempre hay otra. La del pañuelo en la cabeza, ésa sí. Ésa le cuadra. Se le
acercará y le propondrá ir con él en la cabina, el asiento está
libre porque anda sin ayudante. La muchacha dirá que sí, no va a
meterse el viaje de ochenta y seis kilómetros dentro de ese cajón
caliente apretada por sesenta o setenta personas, con la peste que
sueltan las axilas y los pies de los pasajeros, puede que ni asiento
alcance, y aquí este chofer viene y le propone ir con él en la
cabina, seguro dirá que sí. El chofer se le acerca, ya va a
abrir la boca cuando alguien se interpone. Es un hombre, le ha echado
el brazo a la muchacha, y la besa. Todo claro, la muchacha no está
sola. Ese tipo debe ser el marido, o acaso el novio.
El
chofer se retira, no le interesa nadie más. Le da una patada a la
rueda, qué culpa tendrá. Tanto camino recorrido para recibir una
patada, como si no bastara con las piedras y los baches de la
carretera, recibir una patada también. Y por qué a la rueda, por
qué no al tipo que se metió por el medio. Debe ser el marido o el
novio. Seguro se acuesta desnudo con esa flaca linda, ella desnuda
también, con el pubis abultado como una montaña. Qué buena está,
seguro se llama Mariela. De dónde saca eso el chofer, será una
mujer que tuvo. Una de tantas, y flaca también, con esos mismos ojos
y la nariz más bien larga, así le gustan. Y el tipo puede
llamarse Daniel, o Yunier, o quién sabe cómo, pero él piensa que
se llama Daniel porque se le parece a alguien con ese mismo nombre. Al mecánico que le arregla el camión. Aunque no se parecen tanto,
es sólo que el mecánico le cae mal, y éste le cae mal también.
Seguro este Daniel y esta Mariela se están acostando hace tiempo,
ella desnuda, con el pubis oliendo a jabón caro, y este Daniel se le
sube arriba. Tiene el mismo nombre del mecánico, debe ser maricón
como él. Un tipo así tiene que ser maricón. Daniel lo es, por eso
no le gusta traerlo en el carro, no sea que se le tire. Ya una vez se
le tiró y casi-casi. Por suerte no estaba tan borracho y todo
terminó sin problemas. Pero le cae mal ese tipo que anda con
Mariela, se debe llamar igual que el mecánico, y le cae mal también.
La
gente ya está subiendo al camión. La empleada llama los turnos y un
hombre vestido de azul cobra el pasaje. Son cuatro cincuenta, señora,
y no hay vuelto. La señora dice que no importa, qué son cincuenta
quilos ahora que puede regresar a la casa. No va a perder nada,
bastante ha perdido ya con el marido preso aquí en Holguín.
Está
lleno el carro, le dan al chofer lo que le toca. Él cuenta el dinero
una sola vez, saca lo que trae en el bolsillo y hace un solo rollo,
lo alisa bien y lo devuelve a su lugar. Ahora ya puede partir.
Es
mejor viajar por la tarde porque el sol le entra de espaldas al
carro. No es como por la mañana cuando viaja en esta misma dirección
con el sol de frente y la carretera reverberando delante. Casi
siempre lleva a alguien en la cabina, a veces es Daniel, que es
maricón y le cae mal, pero lo lleva porque es buen mecánico, debe
ser buen maricón también. O puede llevar a algún conocido que le
pida el favor, y él le dice que sí, no vayan a pensar que es mala
gente ahora que ha hecho dinero. La gente cree que esto es una mina. Qué mina ni qué coño, con lo caro que está el petróleo. Y las
piezas ni hablar, nadie sabe lo que cuesta mantener este carro. Pero
llegan y lo piden de una forma que no se puede negar. Una vez montó
a una viejita que se pasó todo el cabrón viaje de ochenta y seis
kilómetros hablando de los parientes enfermos que tenía en el
Lenin, que si a uno lo operaron del riñón, que si al otro le
cortaron la pierna. Juró no montar más viejitas por eso, porque
terminó el viaje con el estómago revuelto. Y juró no montar madres
con niños pequeños, aunque le lloraran, porque una vez recogió a
una y el niñito le hizo la gracia en el asiento. Tuvo que aguantar
la peste a mierda todo el viaje y lavar el cojín. La mujer se reía de la gracia, y él reía también, no fuera ella a pensar.
Pero
la mayoría de las veces lleva en la cabina a una mujer. Una
cualquiera que se encuentre en la terminal, o en la carretera, que
son las más fáciles de seducir. Una estudiante de enfermería que
regresa a la casa de la beca, siempre con hambre. Los padres le dan
veinte pesos para la semana, qué puede hacer con eso. Aquí en la carretera sí que venden unos bocaditos de puerco buenos, les echan
más carne que en Holguín. Ella se abre la blusa por el calor, se
echa aire con el periódico que sacó de la jaba, dice ay disculpe. El chofer dice que no hay problema, mira de reojo primero, ve una
teta que se quiere salir del ajustador. Ella se tapa, pero sin prisa. Se vira al otro lado, mira al chofer por el espejo, espera la
reacción. Están llegando al merendero que ella decía. El chofer
arrima, dice que los pasajeros le pidieron parar. Se baja sin
mirar atrás. Ella se entretiene mirando el periódico, se hace la
sorprendida cuando él la llama. Que si quiere bocadito de puerco,
que se baje. Él pide que le echen más carne, más, dinero tiene
bastante. Evalúa con la mirada las nalgas de la estudiante que se
mantiene apartada con pena. Le dice que se acerque, ve en sus ojos la
pena y el hambre juntos, y al fondo, bien al fondo de los ojos, la
avidez por una historia picante para contar a las muchachitas del
albergue a la hora del baño, que es cuando todas esas tetas y esos
culos se relajan. Alguna preguntará de qué tamaño la tenía el
chofer, y ella dirá que grande. Alguna querrá saber de qué tamaño
exactamente, y ella mostrará los índices separados a treinta
centímetros y dirá que así. Todas dirán aaah y suspirarán con
envidia. Querrán saber el nombre del dueño de eso, o el
color del camión, pero ella nunca lo dirá.
Hoy
no tiene suerte. En la carretera sólo hay militares y mujeres viejas
que hacen señas con un trapo. Siempre habrá alguien que muestre
cinco pesos, no va a detenerse por esa basura. Si fuera a parar cada
vez que alguien le hace señas no llegaba nunca a Mayarí. No va a
recoger a esos militares. Ésos nunca tienen dinero y son los primeros
que protestan por todo, y si la policía detiene el camión para
revisar, o para lo que sea, siempre se ponen de parte de la policía. Por eso no los recoge. Que se jodan. Si tienen tantas ganas de ser
militares que se vayan a pie. Qué le hallarán a esa ropa verde, si
hasta las mujeres huyen de ellos cuando se aparecen en los merenderos
de la carretera. Y cómo es posible que haya mujeres vestidas de verde
también, cada día son más. Ésas sí le gustan, usan el pantalón
bien apretado y se les marca todo. Nunca ha montado a ninguna en la
cabina porque andan siempre en grupos, pero montará a alguna un día,
a ver qué pasa.
El
asiento sigue vacío. Él piensa otra vez en esa flaca que va detrás,
la que él llama Mariela. De verdad se parece a esa mujer que
tuvo. Debe ir abrazada con el Daniel, ella con las nalgas pegadas
ahí, con las piernas bien abiertas, él aprovechando el bamboleo del
camión, la gente ni cuenta se dará. Maldito sea el Daniel ese,
suerte que tiene de llevar a Mariela sentada en las piernas. Seguro
llevan meses acostándose, esa flaca debe ser un fenómeno, cara de
locona que tiene, y el muy maricón gozándola bien. Hay hombres con
suerte, seguro ni dinero tiene, estudiarán juntos o algo, de día
estudian y de noche se acuestan. Rica que está esa flaca. La hubiera
montado en la cabina, pero qué hubiera hecho con el Daniel. Quién
sabe y se hubiera ido solo allá atrás. Hay hombres comemierdas así,
dejan a una mujer como esa en las manos de cualquiera. Seguro le
tiene confianza. Llevarán tiempo viviendo juntos.
El
chofer va pensando todo eso en el viaje, pero no sabe que Daniel y
Mariela se conocieron hoy, ahí mismo en la terminal, y que no fue él
quien empezó, sino ella. Lo vio sentado allí leyendo un libro, pasó
por su lado una vez y él ni la miró. Pasó otra vez y dejó caer el
pañuelo, eso nunca falla. Y no falló hoy, por cierto, porque Daniel
recogió el pañuelo y la llamó, ella tan agradecida, mi nombre es
tal. Se sentaron juntos, se asombraron de no haberse visto nunca en
Mayarí, los dos nacieron allá. Mira que venir a conocerse en esta
terminal. Así es la vida, nos vamos en ese camión, a ver si alcanzamos
asiento. No se verán hoy porque llegarán cansados del viaje. Quedarán en verse mañana, y mañana se verán, como acordaron. Irán
al apartamento de una amiga de Mariela, se desnudarán y se meterán
en la cama. Ella tendrá el pubis como una montaña, los pelos cortos
olerán a jabón caro. Él se le subirá arriba, para qué perder el
tiempo, lo buena que está la flaca esta. Pero ella dirá que
todavía, no tan rápido. Él entenderá y empezará a besarla. Pasará la lengua por el cuello, por los pezones, llegará hasta el vientre y aun besará el pubis y más abajo. A ella
le gustará eso, dirá que sí, que le gusta así, que quiere más. Él meterá la lengua en la abertura, arriba, abajo, adentro. Ella
pedirá que la muerda, y él la morderá, pero ella dirá que no tan
fuerte. Que la muerda suave primero, más fuerte después, más
fuerte. Que le pase la lengua y la muerda duro. Le aguantará la
cabeza con las manos y lo retendrá allí, él pasará la lengua y
morderá. Qué bien olerá ella, qué bien. Empezarán a sudar, eso
es placer verdadero. Esas manos que aprietan, esos dedos que se
hunden en la carne, esa lengua que arrastra pedazos de piel con cada
nueva lamida, esos dientes que muerden y arrancan los pelos cortos
olorosos a jabón, y a sudor, y a sangre. Por qué no. A sangre. Eso también es un olor. Él pensará que ya está lista y se le
subirá arriba. El cuerpo resbalará sobre el cuerpo, el pubis
buscará el pubis. Ella no dirá que no, ya estará bien mojada. Él
se hundirá en el pubis abultado, todo él hasta adentro, y ella gemirá. Él gemirá un poco también, sentirá resbalar las manos de ella en su espalda sudada. Los dedos irán más abajo y explorarán las nalgas indefensas de Daniel, pero él no dirá nada. Los sentirá arañar la piel cerca de la zona peligrosa, pero eso no
importará, y no importará que el dedo penetre, que se abra paso al
camino oscuro. No sabrá cuál dedo es, y no protestará. Lo habrá
leído en alguna revista, un artículo sobre formas variadas de sexo,
será por eso que no le importará lo del dedo. Cuál dedo será. En
la revista no dirá cuál, sólo dirá que es un dedo pero no será
tan específica. Tendrá que imaginarlo. No preguntará nada porque
ella estará gimiendo, y él estará gimiendo también para no ser
menos. Es posible que le guste así, con el dedo adentro. Cuál dedo
será. Es posible que le guste, pero eso nadie lo sabrá nunca, y el
chofer no lo sabrá.
Pasará
el tiempo. Un día el chofer encontrará a Mariela, o como se llame,
en alguna terminal. O en la carretera. Mejor en la carretera. El
camión dejará las huellas del frenazo, no importará que la gente
proteste allá atrás. No va a dejar a esa flaca botada con el sol
que hace, y si viene otro camión y se la lleva. Hace tiempo que le
está cazando la pelea, no va a ser por la gente que no la recoja. El
asiento de al lado irá vacío, y Mariela subirá. El chofer estará
contento con su presa, esa flaca le gusta, no importa cómo se llame,
él tuvo una mujer como ella. Llegarán a Mayarí y ella aceptará la
invitación. Se verán por la noche en el motel. Dame un beso ahora,
para estar seguro. Ella lo besará rápido, eso sí será un beso de
verdad. Él habrá pasado el viaje mirando esos labios húmedos, le
quedará un sabor a grasa de puerco en la boca. La habrá visto masticar con fuerza el
pan y la carne, todo bien masticado hacia adentro, la boca abriéndose
y cerrándose y pidiendo más, cómo no le iba a dar un beso. A las
ocho nos vemos. A las ocho. Ella dirá adiós con la mano y se
perderá en alguna esquina.
El
chofer resolverá el hospedaje. Veinte
pesos por arriba y estará resuelto, para eso él
tiene dinero. Y esa noche Mariela, o como se llame, llegará puntual
a la cita. Tendrá hambre, no le habrá dado tiempo a comer en la
casa. Irán al restaurante y pedirán doble de todo. La cerveza estará fría. Comerán y
beberán, el chofer le echará el brazo. Que lo vean y lo
envidien, que dinero tiene y puede pagarse una mujer como esa. El
bolsillo estará lleno. Que traigan más cerveza.
Irá borracho
para la habitación. Al fin va a ser suya esa flaca, no habrá
gastado tanto por gusto. Se desnudarán y se meterán en la cama, esa
flaca siempre le ha gustado, ella con el pubis abultado como una
montaña, los pelos olerán a jabón caro. Los imaginaba más cortos,
pero no importará eso, serán pelos igual, y olerán bien. Él la
besará, lástima que esté tan borracho y no pueda disfrutarla
mejor. Ella pedirá que le haga esto y aquello, y él lo hará,
seguro que lo hará. Ya verá esa flaca rica lo que es sexo verdadero. Es posible que le haga más cosas que a nadie, tantas mujeres
que habrá tenido, y es posible que no sienta penetrar el dedo de
Mariela. Eso es muy posible. Estará borracho y se sentirá bien. No
sabrá cuál dedo es, ni siquiera sabrá que es un dedo. No sentirá
nada por la borrachera, y no protestará.
Sentirá
el dolor al otro día, la pequeña molestia, el levísimo ardor en
esa parte del cuerpo. Le echará la culpa al asiento, pondrá otro
cojín. Tomará el camino de vuelta con el camión lleno de
pasajeros, o de mercancías, o aun de puercos cebados, si alguien lo
paga bien.
Hoy tuvo mala suerte, o buena, según se quiera creer.
ResponderEliminarUn abrazo
Jajajaja, mitad y mitad, Albada. Un fuerte abrazo
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