domingo, 22 de enero de 2023

Despedida......Juan Carlos Petino*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato    

En memoria de Daniel Ricardo Marino (1955 - 2020)

Foto: www.istockphoto.com
¡Dos cortados! No… disculpe. ¡Mejor traiga dos cafecitos! exclama el cliente mientras el mozo se retira confundido, acariciando la mesa con su mirada.
          La lluvia barre con inclemencia la avenida y la vereda del bar, como si desde el cielo se dispararan armas de fuego con balas de agua. Algunas gotas logran alcanzar los ventanales y describen en los cristales trayectorias caprichosas al ser impulsadas por caóticas ráfagas de viento.
        Se ven pocos autos y ningún transeúnte. Aquí dentro las mesas están aburridas de ver a las sillas jugar en rondas solitarias, la tormenta ha obligado a los parroquianos a refugiarse en sus hogares. Sólo ésta se ha ocupado, ubicada al lado de una de las ventanas.
         —Perdoname, Jorge, que te haya hecho venir en un día tan horrible —continúa con firmeza después de hacer el pedido—. Hay algo que me está comiendo vivo y no puedo esperar: tengo que contártelo.
        »Ya sabés que tenemos problemas en casa; la plata no alcanza y hace rato que la situación se volvió muy difícil de manejar. Pero, hará unos diez días, apareció un tipo que me ofreció un laburo en un hotel de Caleta Olivia.
        »Eugenia enloqueció: viste lo impulsiva que es. Quería que aceptara el empleo enseguida, aunque, hasta ahora, yo me resistí. Pero tengo que tomar una decisión, el plazo para contestarle termina mañana.
        El tono decidido de su exposición ha cambiado; lo embarga la emoción y se adivina un leve temblor en su voz. De pronto, todas las luces del lugar parecen reflejarse en sus ojos.
        —¿Sabés lo que eso significa, Jorge?, ¿te das cuenta?... ¡Treinta años encontrándonos en este bar todos los jueves por la tarde! ¡Toda una vida! ¡Amigos desde siempre! ¡Y no vamos a poder vernos más porque no puedo decirle que no a ese tipo! —Parece que está a punto de llorar, aunque logra componerse y se anima un poco.
         Luego de servir los cafés, el mozo, bien por curiosidad o por no tener nada mejor que hacer, observa la escena desde la barra mientras seca unas copas.
         —¿Te acordás, Jorge, de aquella vez que nos trajeron la cuenta y nos encontramos con que los dos nos habíamos olvidado la guita?... —pregunta, casi sonriente, antes de llevarse la tacita a la boca—. ¡Menos mal que nos conocían y que pude pasar a pagar al día siguiente!
         »¿Y cuando entró la rubia?... ¡Ésa que se sentó al lado tuyo y que quería levantarte! No había manera de que se fuera. «La conocemos, está algo tocada», nos dijo después el mozo. ¡¿Cómo no iba a estar un poco loca si era a vos al que trataba de enganchar?!
         Suelta la taza vacía y su rostro se ensombrece, como si de repente, la luz lo estuviera esquivando; sus facciones se transfiguran como si hubiese envejecido varios años en unos momentos. Sus ojos se vuelven grandes y redondos, y una lágrima consigue desprenderse y rueda por su mejilla. Da la sensación de que se libra una rara pelea en su interior y que, en cierto modo, se ha partido en dos. Dos pensamientos enfrentados combaten a muerte en su mente; pensamientos que, sobre un asunto trascendental y oscuro, representan posiciones irreconciliables y antagónicas.
        Su crisis no comenzó aquí: lleva varios días de agonía y lo ocultó a todos, pero especialmente a sí mismo. Al fin, logró convencerse de que no vendrá más al bar porque está obligado a tomar un trabajo; un trabajo en el fin del mundo.
         Ahora que esa coraza se resquebraja, la verdad empieza a filtrarse por sus rajaduras y el dolor que siente le resulta intolerable. Esa máscara opaca que se puso para protegerse se disuelve, y aquél al que tanto echa de menos está ausente ante sus ojos.
          Al final, no soporta más el desenlace de esa lucha tan desigual y, después de levantarse dando un salto, mientras prorrumpe en lamentos, se arroja sobre la puerta, la abre de un golpe y escapa a la calle. A los pocos segundos, ya no podemos verlo por la ventana: se ha desvanecido, engullido por el torrente.
         El mozo se acerca a la mesa para levantar las cosas; está muy conmovido. Esta es su profesión desde hace muchos años, pero los brazos le tiemblan como si fuese un novato. Por eso el café que ya está frío, ése que llena la taza que quedó intacta, se derrama inevitablemente sobre su bandeja.


Juan Carlos Petino
*
Nació en 1954 en Buenos Aires. Ingeniero electromecánico, empezó a escribir cuentos en 2017. Desde entonces ha obtenido diversos galardones: ganador del XI Certamen La Quema del Boto (2021), finalista del XXVI Concurso del Rotary Club de la Falda (2018), finalista del II Certamen Los libros de Charlie (2018), finalista del X Concurso de la revista La Fénix Troyana (2019), mención de honor en el LXVI Concurso Premio a la palabra (2019), seleccionado para el I Libro digital La Masa Literaria (2019), mención especial en el concurso Mitos y leyendas urbanas de Buenos Aires (2019), seleccionado para la II edición de Nefelismos (2019), finalista del III Concurso de relato El libro en blanco (2019), seleccionado para el XX número de La sirena varada (2020) y tercer premio en el XXII Encuentro de Cuento José Carlos Capparelli (2020). Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato.

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