Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato
Foto: Lee Jeffries, Smoke Miami |
—¿Cómo
andas, Negro, todo bien? —lo
saludé.
El
Negro sonrió, mostrando la blanca dentadura que contrastaba con la
oscuridad de su piel.
—De
diez —contestó.
—¿Qué
te trae por acá? —le
hice esa pregunta porque me pareció que estaba allí no precisamente
para comprar.
—Estoy
buscando al dueño, por una cuestión de sponsor —me
explicó.
Yo
lo conocía del barrio, y también del club de boxeo al que solía
asistir al salir del trabajo, el club distaba pocas cuadras de la
panadería.
Entré
en la oficina y le comuniqué al dueño que el Negro quería hablar
con él. Le hice una breve reseña. Era un boxeador que, al igual que
los mejores, procedía de clase muy baja, pero era una de las futuras
promesas del deporte provincial. Usé directamente su apodo, ya que en
realidad ignoraba su nombre, en definitiva, la mayoría lo llamaba
así y a él parecía no molestarle, o ya se había acostumbrado.
Yo
no practicaba box, a decir verdad, ningún deporte. Pero ver
progresar a una persona a la que nada le había sido fácil era algo
que me fascinaba. El Negro había ganado varias peleas a fuerza de
guapeza, según los entendidos debía depurar su técnica, pero
lo importante, que era el corazón, lo tenía de sobra. Ya tenía
tres combates pactados, de irle bien, su futuro sería promisorio.
Lo
dejé hablando con el dueño y continúe con mis labores, un rato después
vi como ambos sonreían y se estrechaban la mano. No pude resistir la
curiosidad y, mientras acompañaba al Negro a la salida, le pregunté
cómo le había ido.
—De
diez, gracias por todo, che, el dueño me dijo lo bien que le
hablaste de mí, y aceptó esponsorearme, con éste ya son cuatro los
que me van a dar una mano —me
informó.
—Me
alegro por vos, Negro, te deseo lo mejor.
El
Negro estaba radiante, las cosas le iban saliendo bien, y todo por su
esfuerzo, si hasta los sponsors se los estaba consiguiendo él.
—Gracias,
che, con que gane dos de las peleas y empate una, me voy para arriba.
Regresé
a la panadería y el Negro se fue prácticamente a los saltitos, con
su característico caminar, sin duda incrementado por la racha de
buena suerte.
Como
todo ser humano que desea el éxito, y además asegurarse un buen nivel
económico, soñaba con poder ayudar a su familia. El Negro provenía
de una de esas peculiares familias que logran ser disfuncionales a
través de generaciones, es como si ese gen que llevan profundamente
impreso los condujera sin remedio al fracaso. Vivían en lo que se
denomina un piecerío, o sea, una precaria construcción al lado de
otra, con lo cual la intimidad se encuentra sumamente restringida.
Días
después, me encontraba casi al final de mi rutina laboral cuando un
panadero que cumplía funciones en el siguiente turno, que había
llegado más temprano que de costumbre, me informó:
—¿Viste?, agarraron al Negro por violín —dijo
esto mientras me mostraba la página del diario donde se relataba el
suceso.
La
noticia me cayó como un balde de agua helada, no podía creer que el
Negro fuera capaz de semejante atrocidad. Pero, en definitiva, nadie
puede saber lo que pasa por la mente de otra persona.
En
el diario se informaba escuetamente de lo acontecido. Para resumir,
decía que el Negro, en realidad aparecía su nombre completo, había
quedado a cargo de su sobrina de cuatro años, y al regresar la
madre, la niña se encontraba enferma, con fiebre. En el hospital descubrieron
que la menor había sufrido abuso sexual, y a pesar de los esfuerzos
de los profesionales, la criatura falleció. El Negro fue detenido
para averiguación, lo insultaron, lo maltrataron, y hasta amenazaron
con tirarlo a la "leonera" para que los otros presos le
hicieran lo mismo que él a la niña.
Al día siguiente, tras un arduo examen, el forense dictaminó que la menor
no había sido abusada sexualmente, es más, especificaba en otro
párrafo que estaba intacta, y que había muerto por una peritonitis
aguda.
Dos
o tres días después de que saliera la noticia en el diario, el
Negro reapareció por la panadería trayendo consigo una carpeta, y
pidió hablar con el dueño. Mientras esperaba que éste lo
atendiera, me mostró su contenido, eran varios documentos oficiales
donde se dejaba constancia de su completa y total inocencia, tanto de
la violación no cometida como de abandono de menor.
Según
su declaración, había estado bebiendo y fumando marihuana con unos
amigos. Llegó a su casa en estado de ebriedad y se acostó. En
ningún momento su hermana le pidió que se hiciera cargo de la
criatura, sencillamente se largó, y en cualquier caso, la negligencia era de la madre por
haber dejado a la menor al cuidado de una persona a todas luces
incapacitada. El diagnóstico inicial de abuso se debió a que al atender
a la niña, vieron una gran irritación y sangrado en la parte
íntima, y sin más análisis dictaminaron violación, cuando en realidad
todo eso había sido causado por la peritonitis.
El
dueño de la panadería apareció y el Negro le explicó todo con
calma, quería recuperar a sus patrocinadores, su vida, y limpiar su
nombre. El dueño le informó de que no podría seguir ayudándolo
porque las finanzas iban mal (eso era una total mentira), y lo
mismo había tenido que hacer, por desgracia, con otros dos atletas.
En
los días subsiguientes, el Negro visitó a sus otros sponsors con
igual resultado, siempre había una excusa, cuando en realidad, por
más que la gran cantidad de papeles que portaba dieran muestras
fehacientes de su total y completa inocencia, el “por las dudas”
hacía que le volvieran la espalda.
Asimismo,
el club le suspendió las peleas pactadas, no por el aberrante hecho
delictivo, sino escudándose en su irresponsable comportamiento
antideportivo, cómo es posible que estuviera intoxicado poco antes
de su pelea. Eso era una total falacia, la mayoría de los púgiles
se descarriaban de vez en cuando, era bien sabido que en un par de
ocasiones hubo que ponerle suero intravenoso a un boxeador para que
al menos pudiera subir al ring y cumplir con la fecha pactada. El
club también temía el “por las dudas”, y perder prestigio y/o
patrocinadores.
El
poco tiempo más que seguí concurriendo al club, pude ver cómo,
poco a poco, el Negro se iba quedando solo, uno a uno fueron dándole
la espalda, nadie quería estar con él, sobre todo cuando
alguien gritaba "¡Mira, allá va el violín!", nadie "por
las dudas", aunque supieran la verdad, quería verse
perjudicado. Yo siempre charlaba con él dándole ánimo, pronto
pasaría todo, o se olvidaría, y él recuperaría su vida.
El
Negro, al igual que en el cuadrilátero, luchó con corazón contra la
injusticia a la que era sometido, por bastante tiempo, y aún seguía
haciéndolo cuando dejé mi trabajo en la panadería y también de
asistir al club.
Volví
a cruzarme con el Negro años más tarde, estaba gordo y caminaba
encorvado, como si llevara un carga de la que no podía
desembarazarse. Yo me había juntado y tenía una nena de pocos años,
que en aquel momento estaría jugando por algún lugar de la plaza en
compañía de su madre.
Le
pregunté qué había sido de su vida, él me contestó que nunca la
había recuperado, que le negaron la entrada al club luego de cagar
bien a trompadas a un pendejo por llamarlo violín, y en parte debido
a eso se había ido del barrio. Al ser su cara conocida, nadie le
daba trabajo.
El relato de sus peripecias me dio mucha bronca, igual
me había enterado de algunas cosas por habladurías en el barrio. Varias
veces en el pasado había tenido agarradas cuando hablaban mal del
Negro. Incluso tolerar aquella aberrante hipocresía: a la madre de
la niña la habían perdonado, a pesar de que en el informe policial
constaba que ella se había ido a retozar con un macho, dejando a la
criatura abandonada a su suerte. Pero claro, ¿quién no perdona a una
madre, a la que un depravado la privó de la luz de sus ojos?
¿Cuántas
hipocresías puede tolerar un hombre?... Condenado y marginado por un
error que no cometió, en el caso del Negro por ser pobre, los
medios hicieron escarnio de su humanidad, y después nunca pidieron perdón
porque eso no vende. ¿Quién no conoce a un violador, que ya sea por
tener dinero y/o poder, escapa de la condena de la justicia, así
como también de la de esta sociedad de mierda?
Mis
pensamientos fueron interrumpidos por la aparición de mi mujer y mi
hijita, que llegó corriendo con las mejillas arreboladas y se tomó
de mi pierna. El Negro estiró una mano queriendo acariciar su negro
cabello, a mitad de camino la retiró como si estuviera haciendo algo
prohibido.
—Bueno,
me voy, fue un gusto encontrarte —dijo
el Negro, y se marchó.
—¿Ese
no es el Negro, el que era boxeador? —me
preguntó mi mujer.
—Sí.
El mismo —respondí.
—Se
ve que le gustan los niños —observó
ella.
—Sí,
le gustan —convine—.
Pero vigila bien a la nena. Por las dudas...
Interesante relato. Un abrazo
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias de parte del autor, Albada!!!! Un fuerte abrazo
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