Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato
Foto: Hedy Lamarr en Éxtasis, de Gustav Machatý |
Le
dolía la cabeza de tanto pensar en cómo volver a ser la de antes,
cómo recuperar las emociones que sentía antes de esa noche. En
realidad no se quejaba de ser miserable, tenía a Bert, la pareja
ideal, sus padres orgullosos por ser la estudiante ejemplar y a punto
de recibir su primer premio por investigación en física. Se
pregunta cómo en una sola noche cambió todo. No se culpaba, no fue
algo planeado. Pero si tan solo…
Aún
le dolían las piernas, ese dolor que aunque no quisiera, seguía
gozando. Creía conocer el placer, creía que Bert le provocaba “lo
más que ella podía sentir”, pero después de aquello, supo que
nunca había tenido un orgasmo hasta ese momento. Sus ojos siguen
clavados en la pared, no sabía si masturbarse recordándolo sería
insultar a Bert. Qué frustración.
Ahora
se pregunta por qué Matilde la llamó a esa hora. No era habitual,
aunque tampoco lo era que respondiera. La inusual llamada la orilló
a atender, podía ser algo grave. No podía odiar a Matilde, no fue
su culpa, pudo haberse negado, como era costumbre, a la invitación
de ir a su casa a una reunión; pudo haberse quedado en casa, mirando
una película o estudiando y nada habría pasado. Matilde sólo los
presentó, sólo le dio la oportunidad, una buena charla y una cama.
Ahora
sabe que el problema no fue Matilde, sino hablar con ella. Charlar
era dudar de todo lo que ha hecho, sentir que dentro de su vida
perfecta no tenía algo como la libertad de la que tanto hablaba. Se
sonroja al recordar las palabras que la obligó a decir cuando se
regresaba a casa: Tenías razón. Matilde sonrió, pero no era
satisfacción, sino tranquilidad, como si su relación sólo tuviera
el objetivo de mostrarle que, en efecto, apenas había vivido.
No
fue tan mala idea, ahora entendía que la libertad de la que Matilde
hablaba significaba más de lo que sus palabras expresaban siempre;
¿y si valió la pena? No, ella no acepta siquiera dudar de eso. Fue
una idea terrible, no debió ir, no debió conocerlo, ni hablarle;
siempre tuvo dificultad de entablar relaciones, pero admite, claro,
que su interacción fue natural desde que los presentaron.
Sus
puños toman fuerza, intenta concentrarse más en el techo, blanco y
percudido, como si tuviera la respuesta que ha estado buscando en la
madrugada. Ya no debería pensar en ello, esa era la solución,
olvidarlo y ya, pedirle a Matilde que no comentara nada de lo
sucedido; al final, no conocía al resto de las personas de la
reunión. Incluso si algún día se cruzara con alguno de ellos, los
ignoraría. ¿Si se encuentra con él? También lo ignoraría,
seguro. ¿La reconocería? Sacude la cabeza, eso no le debe importar.
Se escurren las primeras lágrimas, ya no puede retenerlas.
¿Qué
siente?... Pobre, si la vieran, también olvidarían que fue una
infidelidad. Es la primera vez que hace algo así, que entiende la
vida fuera de su cuadrado tallado perfectamente, no sabe qué hacer.
Llora con más fuerza, los puños encierran las sabanas. Sabe que le
gustó mucho, pero no sólo fue el sexo, sino la sensación de
libertad, de haber decidido por primera vez por ella misma antes de
que sus padres o Bert intervinieran... Así que pueden verla como
infiel, yo la veo como recién nacida.
Ahora
su imaginación se destapó, ahora no puede detenerla, porque
recordaba todo de él: sus ojos, su boca, las palabras que decía
incluso después de salir de la habitación. Aún se estremecía de
placer. Por primera vez, sonríe. Se deja llevar por el recuerdo, sus
propias palabras que la chocaban al principio. Sus ojos los recordaba
de otro lugar, casi adivinaba su nombre antes de que los presentaran,
sentía que era esa la causa de tanta torpeza, también imaginó que
él se iría después de ver que no era una chica interesante, como
Matilda. Pero se quedó, se quedaron toda la noche juntos, no sólo
fue sexo, también conoció más de él de lo que tal vez conocía de
Bert.
Ese
pensamiento la ha paralizado, ha abierto los ojos de nuevo. Quiere
pronunciar algo, pero no sabe qué decir, no sabe cómo decir que
encontró la respuesta, cómo explicarse que esa respuesta es
difícil, incluso le duele ahora. ¿Está asustada?... Es probable,
es muy probable que millones de pensamientos la inunden ahora.
La
alarma suena, las seis. El sonido le recuerda que sigue en la vida
real, que no puede quedarse todo en su cabeza. Está asustada...,
pero dejémosla, dejemos que decida, porque ahora sabemos que la
respuesta la ha encontrado: es infeliz.
Paola Raminsky |
*
Nació en Ciudad de México en 1998. Graduada de la Universidad
Nacional Autónoma de México como bibliotecóloga. Es escritora y
estudiante de cinematografía. Actualmente escribe en la revista Las
Libres,
de la cual
es social media, y en Filosofía
en la red.
Finalista del IV
Concurso Litteratura de Relato.
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