Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato
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Foto: Pablo Rey, Niña wichí (Salta) |
Vivimos
en una casa vieja, un patio pequeño es el pulmón, tenemos un gomero
en un balde de pintura que traspasó los límites, y sus raíces se
metieron por debajo del piso y salen por la rejilla del agua. Es
enorme, cubre parte de los patios de las casas de nuestros vecinos.
Del patio dan todos los ambientes, dos piezas con persianas de madera
gastada altísimas, la cocina chiquita, con platos sucios y comida
hinchada por el agua en la pileta, y al lado el baño, es lo más feo
de la casa, sobre todo en invierno. Le sigue una trampa mortal, la
escalera de metal; los escalones son tan lisos y pequeños que para
usarla es necesario poner los pies de costadito, de uno en uno. Esta
escalera da a un altillo pequeño que ahora es sólo mi habitación,
antes la compartía. Hace un tiempo estaban mi hermana más grande,
Sol, y mi mamá Catalina, ella trabaja como cocinera y es de la
provincia de Salta. Allá tengo familia que no conozco. En
total éramos tres mujeres y papá, y la abuela Sara, pero ella vive
con su marido. Hace un tiempo todo cambió, ahora estoy sola con él.
Mi papá se llama Bruno, es profesor de música, da clases en casa,
tiene pocos alumnos.
Yo
no puedo hacer ruido, pero hago los mandados, creo que eso hace que
él no salga mucho de la casa.
Desde
que mi mamá no está, la abuela Sara hace todo en casa. Mientras
limpia, canta una canción francesa que nunca me aprendí a pesar de
su insistencia. Trae comida, ropa limpia, ordena y también trae plata. Viene
al menos tres veces a la semana y nos pasan a buscar con el auto los
domingos. Cuando estaba mamá, la abuela nos pasaba a buscar y nos
llevaba sin consultarles, sólo porque así tenía que ser, porque
así se hacía. Con el tiempo eso fue un problema, todo con la abuela y
mamá lo era. Yo nunca pude hacer nada y papá tampoco, Sol se
escapaba con sus amigos.
Mamá
trabajaba muchas horas, y se daba cuenta de que había estado abuela
en casa. Cuando volvía cansada del trabajo, se escuchaban los golpes
de las cosas que acomodaba como estaban antes, a su gusto. Pero de lo
que nadie podía escapar era del 24 de diciembre, todos nos quedamos
mal por las fiestas del año pasado. Mamá tuvo que trabajar doble
turno ese día, la abuela decía que no podía permitir que nos
quedáramos en casa para esa fecha. Por otro lado, mamá hacía
varias semanas que discutía con papá por el tema de la abuela, que
no quería ir a festejar a esa casa después de las doce, le decía a
papá que si se buscara un trabajo, ella no tendría que pasar por
todo eso, que la vida era imposible. El patio nos traía todo el
bochinche mientras dormíamos, Sol me tiraba un almohadazo desde la
cama de arriba de la cucheta y yo me subía a su cama, a dormir con
ella.
Después
de tantas discusiones, aquel día había llegado. Como de costumbre,
pasó la abuela a buscarnos, apurada porque su marido esperaba en el
auto. Me traía ropa nueva, me ayudaba a vestirme a los tirones,
peleaba con Sol porque no le hacía caso y le decía que era una
india, me aturdía con su voz. Llegamos a la casa llena de adornos y
luces, estaba toda la parentela, nunca sé quiénes son, a las que
reconozco son a mis primas, a la hermana de mi abuela y a su marido.
Esa casa me gusta pero me asusta, es tan grande que una se pierde, es
antigua, todo es de otra época porque esa casa era de los abuelos de
mi abuela Sara, decía que eran franceses, tenemos escudo heráldico
familiar.
La
mesa navideña es enorme y lujosa, cenamos vitel toné, ensaladas
varias y pavo asado.
Se
hicieron las doce, abrimos los regalos con sonido de fuegos
artificiales y, como todos los años, los de mis primas eran
fabulosos, con Sol nos miramos y reímos. Ella se puso su pulsera de
fantasía y yo mi vincha para el pelo. A lo lejos se escuchaba
persistente el timbre, era mamá, venía a buscarnos. Desde el hall
se veía a papá pidiéndole que entrara, la abuela reteniéndonos,
Sol le soltó la mano, mamá nerviosa discutiendo con papá, estaba
decidida a llevarnos, así que la abuela me dejó a cargo de su
hermana y salió apurada a la puerta, parte de la parentela salió a
la calle y la abuela le dijo a mamá que no se la entendía cuando
hablaba, que parecía un animal, Sol salió corriendo afuera y yo la
seguí, pudimos escuchar, a pesar de las bombas navideñas, que le
dijo muy fuerte que se vuelva a su país, y una palabra fea. Creo que mamá estaba
esperando algo que papá no hizo, así que se fue corriendo... y Sol se
fue tras ella.
Esto
pasó hace un año y es 24 otra vez, los invitados en la mesa se
distribuyen por generaciones, los ancianos en la cabecera, mi
bisabuela tiene 97; y en la otra punta de la mesa, formando una gota,
una de mis primas, la más chiquita. María, de cuatro años. Todos
están encantados con ella porque sabe cantar en francés.
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Tania Covelli |
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Nació
en Buenos Aires hace 39 años. Trabaja como realizadora audiovisual,
más concretamente en el área de Dirección de arte para Cine, pero
está incursionando en la escritura. Realizó un seminario de
escritura creativa con Mariana Mazover, en el que escribió un cuento
corto, y nos cuenta que ha aprovechado la instancia para mostrarnos
este trabajo, que es su primera obra, con la que ha quedado finalista
del IV
Concurso Litteratura de Relato.
Muy lindo post para una mujer de bandera, muy viva y productiva.
ResponderEliminarUn abrazo
¡¡Muchas gracias de parte de la autora, Albada!!! Un fuerte abrazo
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