Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato
Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Eso se repetía una y otra vez mientras cavaba en su jardín. Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Esa famosa frase se supone la dijo un químico francés de nombre Antoine Lavoisier, según escuchó a su profesor de ciencias. Cada vez que sepultaba la pala en la tierra, la repetía: nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Cada vez que una lágrima caía al piso, la repetía. Ese francesito petulante debe estar equivocado, pensaba, al tiempo que movía tierra con la pala, y mientras mayor era su empeño, más profunda se hacía su desconfianza. Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. No puede ser verdad, insistía, mirando tímidamente ese pequeño bulto quieto a su lado. ¿Cómo podría ser cierto?
Ese francés y mi profesor seguro están equivocados, ellos no lo conocieron, nunca lo vieron correr y saltar por todas partes, yo sí. A sus diez años se sentía listo para enfrentar a su profesor, al mundo, al maldito universo y todas sus leyes. Ellos están mal, todos están mal. Dónde se fue tanta alegría, tantos años, se transformaron acaso en dos marcas de neumáticos quemados en el pavimento, en la abolladura de un parachoques y una mancha de sangre, en un estridente golpe que no detuvo uno sino dos corazones. Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma, sí, cómo no, a mí no me vienen con ese cuento. ¿Dónde se fue? ¿Dónde está ahora?, se preguntaba rasgando la tierra con rabia. En un hoyo que será llenado, en un recuerdo que será olvidado, en un grito que se llevará el viento, allá donde se lleva todos los gritos desesperados. Qué mierda saben ellos, nada se crea, nada se destruye, todo se transforma, eso no es verdad, nunca lo será, maldecía el niño con los dientes apretados, mordiendo la rabia y la pena.
“Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma” es una ley universalmente válida, aseguró el químico francés Antoine Lavoisier, famoso por jamás equivocarse. Dos marcas de neumáticos quemados en el pavimento, la abolladura de un parachoques, una mancha de sangre, un estridente golpe, un cúmulo de tierra removida en el jardín, una pala apoyada en la pared, pequeñas marcas de pies enterrados dibujados desde la puerta de entrada hasta el dormitorio, una cama que se siente más grande, un bulto tiritando y sollozando bajo las frazadas, y esa inmensa pena de un hombre que, de un solo golpe, dejó de ser niño.
Gino Plana |
* Nació en Santiago de Chile hace 44 años, y cursó estudios universitarios en Derecho. Nos cuenta que ha ejercido a regañadientes durante toda su vida laboral en esta área, lo que jamás lo ha llenado, porque lo único que le apasiona es escribir. Desde aquí, queremos animarle a que continúe dando rienda suelta a su pasión. Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato.
Me encanto!!!
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias de parte del autor, José Aristóbulo!!!!
ResponderEliminar