sábado, 16 de abril de 2022

Gofredo......Pedro Guillermo Palacios*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato

Foto: www.clker.com

Una gota desciende por la botella traspirada, cambiando un poquito su derrotero. Baja, se agranda con otra, cambia décimas de milímetro de rumbo, se estaciona. Otra gota viene, la engorda, y baja rápido, hasta que una irregularidad en la botella la hace cambiar de vuelta. Gasta masa en su recorrido y se estaciona de regreso, pero ya trazó una ruta lisa en el medio de la condensación de la botella. Hizo su camino. Es difícil tener conciencia de los cambios de rumbo, son pequeños e inesperados, pero nadie podría saber qué hubiese sido de nosotros sin alguno de ellos. Yo recuerdo uno de hace cincuenta años.

Un miércoles Maffone apareció con su hermano, papá miró a mamá, levantó una ceja, pero no puso ninguna cara. Maffone era un amigo de la familia, un poco mayor que papá, que venía a casa dos veces por semana: los jueves a ver Malevo y los miércoles a ver Grandes Valores del Tango, decía estar enamorado de Virginia Luque. Nunca supe su nombre y probablemente nadie lo sabría, todos lo llamaban don Maffone o don Tito.  Era un colorado grandote como una puerta que recorría el pueblo en motoneta, haciendo trabajos de plomería. A veces me llevaba para que le diera una mano y yo juntaba unos pesos por alcanzarle las herramientas o cebarle mate. Honesto hasta la obsesión y muy respetado. Nunca lo escuché decir una mala palabra, cuando quería decir de alguien que era un boludo, gruñía “Es un buche”. Era su comentario más despectivo. Cada vez que venía, papá armaba una picada y estiraban la charla hasta tarde. Ahora me gusta, y los humaniza, recordarlos atrapados por la pantalla, como dos chicos.

Ese día apareció con las manos vacías (siempre traía alguna botella o un salame para colaborar) y con su hermano menor, Gofredo, al que mi viejo conocía, pero nunca había invitado a casa. Maffone le había dicho a papá que su hermano le quería hacer una consulta, porque tenía problemas con los papeles de una casa, y papá, como siempre, le dijo que fuese cuando quisiera. Gofredo era de mala bebida, eso lo sabíamos todos, y además, era famoso por su habilidad con el cuchillo. En lo de Di Catarina había matado a uno que lo amenazó con un revolver en una discusión. Un pendenciero conocido en los bailes que se armaban en el parque municipal. Cuando papá vio cómo estaba, no le gustó nada:

—Lo esperaba más temprano, Tito —le dijo a Maffone.

Recibió a los hermanos con la cordialidad con que siempre acogía a Tito, pero no llevó nada para tomar a la mesa. Mamá no se quedó a ver la tele y, a pesar de que me dijo que fuera con ella a la cocina, yo me quedé a ver si armaban una picada y ligaba algo. El programa fue pasando entre comentarios y recuerdos de cantantes, orquestas, clubes donde los habían escuchado y comparaciones. Papá y Maffone siempre sostenían esa especie de competencia sobre quién sabía más de tangos. Cuando terminó el programa, papá le pidió a Gofredo que le mostrara los papeles que tenía de la casa:

—Ah, se acordó… —dijo Gofredo—. ¿Y lo vamos a ver así, a pico seco?

—Hoy, justo me agarraron sin nada —dijo papá—. Negrito, andá y traete algo del almacén, preguntale a mamá qué falta…

—Ya está cerrado, pá… —convencido de quedarme entre los “grandes”.

—Sí…, debe estar cerrado. Hoy no me pude ocupar de la picada.

—Si no lo conociera, pensaría que no soy bienvenido en su casa, don Palacios…

—¿Cómo dice eso…?

—Es lo que parece —dijo Gofredo, levantando la voz.

Se produjo un silencio eterno, mi viejo lo miró y dijo “Es lo que hay”, serio y firme.

Gofredo alejó un poco la silla de la mesa y, sin decir “agua va”, Maffone le dio un revés de derecha que sonó como un escopetazo. La silla cayó al piso y Gofredo se apoyó contra la pared. 

—Respetá la casa —le gritó Maffone a su hermano.

Papá se había parado y estaba en una actitud que a mí me pareció dispuesto a todo. Gofredo desvió la mirada, justo cuando mamá se asomaba desde la puerta de la cocina. 

—Disculpe, don Palacios —dijo Maffone—. Nos tenemos que ir…, otro día vemos esos papeles.

—Lo espero cuando quiera, don Tito. 

Los hermanos se fueron en silencio. 

Mi viejo se quedó mirando la puerta y me apoyó la mano en la cabeza:

—Negro, cuando te digo que te vayas, te lo digo en serio.


 

* Nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires (Argentina) en 1961. Actualmente está cursando un Taller Literario con el escritor Fabián Casas. Ha participado en nueve antologías de relatos, ha escrito un libro de cuentos y es coautor de otros dos libros sobre el uso de las consignas en los talleres literarios. En 2015 se publicó su primera novela, Absoluta confianza (R y C Editora, Banfield). Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato. 

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