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Foto: El lago Abbe, Yubuti (www.elforodemanrique) |
Se sentó a la mesa de la esquina junto a él,
ofreciéndole un brebaje maldito que sabía a rayos. Él aceptó, sin saber que
aquello sellaría un pacto de por vida con la loca de Cohen, que no tendría
ninguna misericordia con él, que se lo llevaría lejos, a vivir a un pueblo de
pescadores envuelto por la calima del desierto. Bebió el líquido de un trago,
sonrió y continuó el juego como si no fuese más que una chiquillada. Los demás,
los otros, estaban repartidos en las mesas circundantes, en sus vidas
circundantes, llenas de cine, de libros, de música, de estertores de desidia en
bacanales, malogrados por las noches de viernes copiosos, ajenos a la locura de
verdad, la que se aleja de tópicos sobre que estar loco es estar más cuerdo que
el resto y saber demasiado sobre la realidad; sino esa locura que te arrastra
hacia el abismo hasta que éste te mira a los ojos, que diría Nietzsche. Y él se
vio reflejado en los profundos ojos negros que contenían la sabiduría de una
diosa egipcia que una vez derramó su sangre sobre la arena, que llegó a posarse
sobre las aguas del Nilo y descubrió que aquello la convertiría en inmortal:
Esa clase de locura. Él sonrió, estaba perdidamente enamorado. Ella sonrió
también, supo que quedaba poco para llevárselo para siempre.
Pocos meses después, los
viernes por la noche no quedarían testigos hablando banalidades en las mesas de
al lado. Solo ciénagas, montañas, desiertos, calima y la locura. Los ojos que
ven el abismo y un amor certero y demasiado intenso para ser calmado por la
ebriedad.
Una historia inquietante a través del brebaje. Qué desolación de viernes en la noche.
ResponderEliminarUn buen texto. Un abrazo
Sí, Albada, hay brebajes que en ocasiones nos llevan a cometer locuras. ¡¡Muchas gracias de parte de Alba!!!! Y un fuerte abrazo
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