Mención Especial del Jurado del III Concurso Litteratura de Relato
Once de abril. Otro tulipán
más. Desde hace dos años, este día no dejan de llegar esas flores. Y ¿por qué
será? En todas pone el nombre de mi abuelo como destinatario. ¿No será que
tiene una admiradora secreta?... Dispuesta a acabar con mis dudas, he decidido
preguntarle:
―Abuelo,
¿a qué se deben tantos tulipanes rojos?
Silencio.
Su rostro, como siempre. Ni una leve sonrisa, inexpresividad. ¿Le habré hecho
algo para que se muestre tan serio? Más silencio.
―¿Sabes
qué día es hoy? ―de repente, una voz. Grave y temblorosa, como lo ha sido
siempre―. Hoy es once de abril. El día mundial del Parkinson. Y hoy, hace algo
más de cuatro años que me lo diagnosticaron.
¿Parkinson?
Me quedé a cuadros. ¿Cómo que Parkinson?... Pero ¿eso no era una enfermedad? Si mi
abuelo está más sano que una roca.
―Sí,
Lucía. Parkinson ―fue como si me leyera la mente―. Hace bastante tiempo, el
médico me dijo que tenía esa enfermedad. Al principio, no me lo tomé muy a
pecho; ya sabes, el verbo tener puede ser pasajero, sin embargo esto no es así.
Yo estoy enfermo. Y sí, estar se refiere a una condición que va a hacerse presente en todos los aspectos de mi vida.
―Y
¿duele mucho?
―No,
no duele. Es mucho peor que eso. Son unos temblores que agitan todo tu cuerpo y
no lo puedes controlar. Los tembleques me duran una, dos o hasta tres horas y,
muchas veces, impiden que pueda disfrutar haciendo lo que me gusta y convierten
cada acción diaria en una prueba muy difícil de superar. Incluso he llegado a
sufrir pérdidas de conciencia.
»Eso,
por no hablar de mi cara; me es imposible expresar cualquier emoción debido a
la rigidez de los músculos, por eso a veces parezco enfadado.
»También
sufro insomnio y dolores en la espalda.
»Pero,
¿sabes qué es lo peor de todo?... ¡El bastón! Nadie me dijo que iba a tener que
usar ese maldito apoyo. Nadie me dijo que iba a llorar cada vez que veo caer mi
sombrero, tampoco me dijeron cómo iba a afectar a mi familia. Nadie me dijo la
impotencia que iba a sentir cada vez que tenía que ir a rehabilitación en el
hospital, ni que iba a tener que tomarme tres de esas pastillas azules que
tanto odio todos los días. Nadie me avisó de la falta de tacto de muchas personas de mi
entorno, pero tampoco me dijo nadie lo comprensivas que pueden llegar a ser.
Nadie me comentó que había un grupo de personas con los mismos síntomas que yo que
se reunían todos los viernes. Nadie me dijo todo lo que iba a disfrutar con sus
chistes y sus partidas de cartas. Nadie me dijo nunca que el mundo sigue
girando, y que el Parkinson puede pasar de ser tu peor enemigo a tu mejor
amigo. Nadie me dijo lo apasionante que puede llegar a ser la vida a partir de
haber sido diagnosticado de la enfermedad del tembleque. »
* Nació en Cuenca hace 16 años. Siempre le
ha apasionado el mundo de las letras. Desde bien pequeña, devoraba todos los
libros de la biblioteca de su ciudad y, no contenta con eso, se los llevaba a
casa para seguir disfrutando de ellos. Nos cuenta que, cuando se portaba mal,
el castigo de su madre era quedarse sin leer durante esa noche. Actualmente estudia cuarto de ESO, y otra de sus grandes pasiones es bailar. Con quince
años, obtuvo la Mención Especial del Jurado del III Concurso Litteratura de
Relato.
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