miércoles, 21 de agosto de 2019

La iglesia y el aparcamiento......Alberto Arecchi*

Finalista del III Concurso Litteratura de Relato

Foto: Iglesia de San Miguel de Pavía
Vivo en una ciudad de orígenes antiguos, que fue la capital de un reino bárbaro, y guarda sólo memorias muertas. En las nieblas del otoño, la realidad se desvanece indefinida, todo orgullo se convierte en presunción y cada promesa es un sueño destinado a nunca ser realizado. Aquí y allí, bajo los revoques, afloran fragmentos de arquitectura religiosa o civil. La obra maestra es la iglesia románica de San Miguel, antiguo lugar de coronación de los Reyes, que ha sufrido mucho debido a las manipulaciones, modificaciones y renovaciones.
         Monstruos, hombres que luchan con dragones y otras figuras horribles corren por las paredes de la basílica en una saga indescifrable para nosotros. Pero sin duda no era una diversión libre: estas imágenes tenían que "hablar" al hombre medieval con un lenguaje simbólico preciso, bien anclado en su imaginación. Hoy en día, la erosión de la piedra nos está privando de estos relieves. Una interpretación completa de los ciclos de esculturas y bajorrelieves debe tener en cuenta también el juego de luces y sombras que en distintos momentos, en el flujo de los meses y las estaciones del año, el sol provoca en el monumento, como un buen músico haría con un instrumento bien afinado.
         El ábside de la basílica se eleva sobre un patio que una vez fue la casa de los canónigos, guardianes de la Corona de Hierro. En ese patio, hoy rodeado de casas miserables, el único vestigio de la antigüedad, además del ábside de la iglesia, era una gran piedra que cubría la boca de la red de alcantarillado, con un agujero redondo y dos hierros cruzados, todavía sellados con plomo, como antes. Digo "era" porque fue retirada por la furia de la renovación, que también afecta a los gerentes de los edificios sagrados, y el patio fue arrendado como estacionamiento para comodidad de unos cuantos tenderos del barrio.
         La señal de "zona peatonal" se levanta con orgullo delante del coche de la tienda de comestibles y la fuente que inunda toda la plaza. En el santuario donde los reyes eran coronados, algunos comerciantes privilegiados, debido al hecho de que pagan el alquiler al sacerdote de la parroquia, pueden apoyar su coche contra la piedra delicada de la basílica gloriosa y echar los gases del tubo de escape en las ventanas de la cripta.
         La capilla real, de novecientos años atrás, que aparece en todos los libros de historia del arte, se ve obligada a respirar las descargas diarias de los coches. Las reglas escritas son diferentes de las de la vida cotidiana, como los pecados veniales, que usted hace y puede confesar de vez en cuando, o como el lenguaje de la vida cotidiana, tan diferente de la literatura. Todo el mundo dice que el monumento podría atraer al público y mejorar la situación económica de la ciudad. Es difícil, sin embargo, si usted mantiene un "doble estándar" indulgente con algunos comerciantes que no quieren dejar los coches lejos de las tiendas. El lugar está saturado de leyendas, como aquella de Gerónima, la señora obsesionada y perseguida por un duende, o un fantasma. Escribió el franciscano Ludovico Maria Sinistrari, hacia el final del siglo XVII, que el duende, enamorado de la dama, la torturaba de varias maneras:
         "El día de la fiesta de San Miguel, la mujer se estaba encaminando a la iglesia. Eran más o menos las diez de la mañana, una gran multitud se dirigía a la misa. La pobre mujer aún no había puesto el pie en el interior de la iglesia cuando de repente su ropa cayó al suelo, con todo lo que llevaba, fue arrastrada por el viento y desapareció, dejándola completamente desnuda. La ropa y las joyas robadas por el duende tan sólo volvieron seis meses después".
         Tal vez repiense en la historia (o leyenda) de Gerónima esa noche el párroco de San Miguel, antes de dormirse. El hecho es que salta cuando, en el corazón de sus sueños, percibe un toque ligero en la mejilla y una voz que le susurra al oído:
         –¡Aquí estoy!
         Perlas de sudor frío caen por la frente del sacerdote, mientras se levanta y se va a tomar un digestivo. No es supersticioso nuestro párroco. Después de algunas gárgaras y de un vistazo a la cerradura del apartamento, vuelve a cubrirse con las sábanas. Entonces, la voz del fantasma regresa susurrando:
       –¿Por qué, Don Carlos, has convertido en un estacionamiento el patio, por detrás del ábside de mi iglesia?
         El pastor parece reconocer al arcángel de la espada de fuego. Casi resentido, responde:
         –¡Pero, Miguel, pagan el alquiler a la parroquia!
       –¿Por qué –entonces– no utilizar la propia iglesia como un aparcamiento cubierto? Piensa en las galerías, en alto... un volumen perdido. ¡Cuántos más recursos podrían llegar a la parroquia!
         –¡Bien, qué idea! Y decir que yo no había pensado en eso.
      El pastor no tiene dudas de que pueda ser una tentación maligna. Al día siguiente, consulta a su arquitecto para estudiar la nueva idea, y diseñar las rampas de acceso necesarias, y discutir con los ingenieros del Superintendente.
         En la pequeña ciudad, los oídos están abiertos, las lenguas listas, y los bolígrafos son mordaces. Pasan unos días y el periódico local escribe que el pastor quiere transformar las galerías de la antigua basílica para hacer plazas de aparcamiento. Iniciativa "sin fines de lucro", como se dice hoy: "Estamos en el negocio en nombre de Dios".
         Se trata de una semana de amargas polémicas, duras cartas a los periódicos e insultos, incluso dirigidos al pastor cuando pasa por la calle. Alguien viene a poner un anónimo acusador en la puerta de la iglesia.
         Después de una cena de polenta y un vaso de más, vuelve a aparecer el duende. Un golpe, una caricia en la mejilla y un susurrar en su oído:
         –¿Entonces, Don Carlos, has pensado en la idea del estacionamiento?
         –Por supuesto que he pensado en ello, pero ¡si supieras cuántos problemas han estallado! ¿Pero usted no era el arcángel de las victorias?
         –¿Yo? ¿Pero con quién me confundes?
         –Miguel, no bromees en este momento. He estado ocupándome de tu iglesia durante años y creo que te conozco bien.
        –¡Oh, no, otro que me llama Miguel! Me llamo Pablo, soy de Andalucía y no tengo ninguna iglesia. Cuando estaba vivo, yo era torero y ahora me divierto asustándote.
         Don Carlos se despierta, baja de la cama y se va a refrescar la cara. Se sienta por un momento para reflexionar y preparar una manzanilla. De pronto, como por una iluminación, la mente encuentra una ruta lógica que resuelve todos los problemas, como la noche antes de un examen importante. Tal vez mañana no recuerde nada y la clave del problema se le escape nuevamente, pero ahora se siente muy tranquilo. Vuelve a la cama, apaga la luz y se acurruca.
         Durante diez minutos, los pensamientos vagan por el estacionamiento y San Miguel, y el torero Pablo. Puf, puf, dos palmaditas en la mejilla, como un abrir y cerrar de ojos. La voz silbante se hace escuchar de nuevo:
         –Don Carlosss...
         Ajeno al espíritu franciscano, el pastor se da una bofetada violenta en la mejilla y, finalmente, hace callar al fantasma y mosquito que, fuera de temporada, insistía en molestar su sueño.


Alberto Arecchi
Nació en Mesina (Sicilia) en 1947. Es un arquitecto italiano que vive en la ciudad de Pavía. Tiene una larga experiencia en proyectos de cooperación para el desarrollo en varios países africanos, como profesor y especialista en tecnologías para la vivienda. Es presidente de la Asociación Cultural Liutprand de Pavía (www.liutprand.it), que pública estudios sobre la historia y las tradiciones locales, sin descuidar las relaciones interculturales. Es autor de numerosas publicaciones y libros sobre diversos temas: arquitectura, el patrimonio histórico y la historia de su ciudad, tecnologías para el desarrollo, países de África. En particular, ha escrito una teoría original sobre la situación de la Atlántida: Atlantide (Mimesis-Liutprand, Milán, 2001). También escribe cuentos breves y poemas en diferentes idiomas (italiano, español, portugués y francés), y ha obtenido diversos reconocimientos en concursos literarios de Italia, España y América Latina. Finalista del III Concurso Litteratura de Relato.

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