Finalista del III Concurso Litteratura de Relato
Un
pasillo largo, casi interminable, de mayólicas centenarias muy
pequeñas con arabescos en sobrerelieve de colores otoño me llevó
hasta la cocina del López
Hostel & Suite
(un hostal en pleno barrio de Palermo), para hacerme un té de
manzanas. Sí, tenía que ser de manzanas porque recordaba a esos
días de lluvia pulverizada, entre la niebla de Estambul.
(Por
donde quisiera que fuese en esa ciudad, por el solo placer de beber
en las pequeñas tacitas de vidrio cubiertas de metal apuntillado —a
veces de plata, a veces de bronce, o a veces simplemente de cobre—,
pedía un mix
apple tea.)
Puse
a calentar el agua en la jarra eléctrica, mientras en la mesada de
enfrente, en la pileta estaba lavando dos tazas una viejecita. Ya la
había visto en otra oportunidad, transitando por el interminable
pasillo de pequeñas mayólicas.
Le
pregunté:
—¿Usted
vive acá o está de paso por Buenos Aires?
—Sí,
la verdad que con esta lluvia se siente frío, pero la semana pasada
tuvimos 36 grados.
Contesté:
—Y
sí, es la humedad…
Fin
de la conversación. Ella se fue.
Por
un instante me había olvidado de Estambul, pero el insistente
golpetear de la lluvia sobre los postigos de los grandes ventanales
que dan a la avenida Santa Fe me llevó nuevamente a la ciudad de las
mil y una mezquitas, a Turquía, a ese día cuando en Pamukkale, a
las cinco de la mañana, subí al canasto de un globo aerostático, y
mientras cobraba altura y pasaba sobre los travertinos de carbonato
de calcio, recordé
que en unos pocos días cumplirías años…
(¡Esto
tenés que saberlo! Esas piedras eran bañadas por aguas termales que
llegaban hasta la piscina donde la
hija de Marco Antonio y Cleopatra acudía para tomar baños.)
Allí,
mientras sobrevolaba
esa gran pileta, considerada sagrada por los poderes curativos, me
vino a la mente que tenía que contarte sobre el día que
llegaste…
Ya
conocía tu nombre, Florian; como el café de Venecia que es
atravesado por un canal, o como el café de Recoleta acá en Buenos
Aires…
Florian,
nombre de artista, de genio, único; tuyo.
Ese
30 de abril, como éste que cumpliste dos años, o como el del año
pasado, fue un día como lo son los días de la Feria del Libro. Por
la zona de Palermo, los hoteles estaban todos ocupados.
Ya
era de noche. Llegamos del sur el 29 y con el GPS en mano no
conseguíamos alojamiento. A la casa de tus papás no quisimos ir
para que estuvieran tranquilos esperándote; a la de tus abuelos de
Buenos Aires, tampoco…
Cada
hotel que aparecía en el buscador tenía los iconos de Sólo
para uno u
Ocupado…
hasta que de pronto nos llevó a un hostal en Palermo Soho, a pocas
cuadras de la casa de tus papás y también de la clínica que te
recibiría.
Mientras
el abuelo Ricardo llevaba la camioneta a una cochera cercana, con tus
tíos Brian y Florencia esperamos con las maletas en la vereda.
La
puerta alta, de madera pesada, con ventanas de vidrios pequeños
laminados y dibujos similares al del hierro forjado que la cubría —como muestra del barrio en una época lejana—, se abrió.
Una
escalera de mármol de carrara, iluminada con luces de colores, nos
llevó hasta la recepción, donde se encontraban dos jóvenes
colombianos.
Ellos
nos guiaron hasta una habitación compartida, donde vimos varias
bolsas de dormir ocupadas en el piso. Nos hicieron subir a un lugar,
como si fuese un ático, a través de una escalera de madera a casi
noventa grados. Allí estaban las cuatro camas cuchetas para
nosotros, sólo separadas por unas mesitas de luz, que al apoyar las
carteras y bolsos se desmoronaron como un castillo de naipes al ser
soplado por una brisa…
¡Dios
mío, Florian! ¡Y eso no era nada! Cada
uno ocupó su cama cucheta, dejando para dormir la parte de abajo y
colocando las maletas en la parte de arriba. Ni bien nos sentamos en
ellas, comenzaron a balancearse.
Sólo
había que dormir un par de horas para estar temprano en la Swiss
Medical.
Antes,
con el abuelo había ido a dar una vuelta por el barrio. Al volver
pasé por el baño, y cuando quise regresar a la habitación, había
olvidado el camino…
Subí
una escalera de madera —como aquella a casi noventa grados— que me
llevó a cielo abierto. Unas rejas de hierro oxidado, viejas y muy
gruesas, separaban el abismo de la noche y la calle Bonbland, que
corría allí abajo. A un lado, unas macetas de terracota con tierra
apelmazada y un poco de agua de lluvia, y del otro lado, una bañera
con patas de bronce ennegrecido, llena de agua de un color como si
hubiera sido mezclada con sangre. El horror que generó esa imagen
paralizó mi cuerpo. Me congeló la sangre y la respiración cortaba
a guadañazos la niebla de la noche.
Tomé
el celular para llamar, pero nadie contestaba. La madrugada se hacía
eterna.
De repente, al despejarse un poco el cielo, se podían ver algunas estrellas.
De repente, al despejarse un poco el cielo, se podían ver algunas estrellas.
Al
notar mi ausencia en la habitación y ver cien llamadas perdidas en
los celulares que habían quedado sobre las camas, fueron a buscarme
a la terraza de un caserón cercano; solo Dios sabe cómo llegué
hasta allí…
Nos
dormimos. Sonó el despertador y fuimos a esperarte.
En Buenos Aires te conocimos.
Margarita Josefa Borsella |
* Nació
en Esquel (Chubut, Argentina) en 1959. Casada con dos hijos,
actualmente vive en Trelew. Licenciada en Química por la Universidad
Nacional del Sur de Bahía Blanca y becada por la Presidencia de la
Nación a la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de
Alcalá de Henares para realizar estudios sobre enseñanza superior
de Física y Matemáticas, es autora del proyecto “De la Enseñanza
a la Práctica”, ganador nacional en 2007. Desde los años ochenta
se ha desempeñando como docente de matemáticas y física en los
niveles secundario, superior y universitario, realizando talleres,
seminarios y cursos de capacitación a nivel nacional e
internacional. En 2010 decidió dedicar parte de su tiempo a dos
grandes pasiones de su vida: las letras y la fotografía, y en 2016
se jubiló en el área de educación. Integrante del Taller del
Escritor, coordinado por Cecilia Glanzmann, y exalumna del Taller
Fotográfico coordinado por José María Farfaglia. Tercer Premio en
el III Certamen Internacional de Autobiografías “Ricardo J.
Berwyn” (2010), Primer y Quinto Premios del VI y VIII Certamen
Internacional de Autobiografías de la Asociación Mexicana de
Biografía y Autobiografía (Distrito Federal, México, 2011 y 2013).
Su primera publicación es el libro Buenos
Aires Chico,
de edición compartida (2012). Mención en el Certamen de Cuentos
Breves “Biblioteca Ricardo Guiraldes” de San Antonio de Padua
(Buenos Aires, 2012). Presentó
Buenos Aires Chico
y la muestra Literatura
Ilustrada en Puerto
Creativo Trelew, Expo-Trelew, Esquel Literario, Primer Feria del
Libro Gobernador Costa, Feria del Libro de Puerto Madryn y Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires 2013. Participó en la II
Antología Poética Narrativa de fin de año “La Hora del Cuento”
(Córdoba, 2013) y obtuvo el Primer Premio de Relato en San Antonio
de Padua (Buenos Aires, 2015). En 2014 presentó su libro Rescatando
Matices
en varias ferias, incluida la Internacional de Buenos Aires, y en
2016 publicó Silencio (editorial Remitente Patagonia), libro
de relatos, poemas y fotografías, presentado en diversas ferias y en
la Sociedad Argentina de Escritores en el marco de la 43° Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires. Finalista del III Concurso Litteratura de Relato.
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