miércoles, 19 de noviembre de 2014

De sapos, serpientes ponzoñosas y ratas de cloaca......Jordi de Miguel

Fragmentos de un diario del dolor existencial (XI)

Acuarela de Esther Aguilà, Agarra
Bar-restaurante del aeropuerto
Cagliari, Primavera 1998
         Casi dos años después (¡cómo pasa el tiempo, si parece que fue ayer!), me he descubierto releyendo este cuaderno. Cuando lo escribí no pensé que después de la tormenta serías la única persona-personaje que sobreviviría en mi memoria.
         No te había vuelto a ver hasta el día del juicio (final, espero; sólo a un mamarracho como Javi se le podría haber ocurrido correr a denunciarte, dejando un reguero de sangre por toda la comisaría de La Rambla, claro que sólo a ti se te ocurre romperle la nariz a puñetazos en medio mitad de la calle, ¡ya te vale!, que al pobre se la tuvieron que escayolar y estuvo casi cinco meses de baja, y sólo a mí se me ocurre… Bueno, ¡menuda Nochebuena nos disteis a Amelia y a mi!). Ahora sé que fue una lástima que me conocieras en el peor momento de mi vida, entonces corta pero muy intensa. En aquella época…, cuando el dolor existencial me empujó a escribir este diario, si no, me moría…, era muy joven, pero sentía que el tiempo se había acabado, y sólo tenía dieciocho años.

Tengo una muñeca vestida de azul…

         Fragmentos de una dulce canción infantil que entonces retumbaban lúgubremente en mis oídos, una y otra vez, una y otra vez… De lo único que me acuerdo es de la oscuridad de aquellos días. Me sentía como encerrada en una habitación tenebrosa, esperando que viniera alguien a abrir la puerta, tumbada, escuchando lo que pasaba a mi alrededor, ciega, tenía los ojos abiertos pero no podía ver, sólo oír, y de pronto un cuarto blanco, con luz nívea y personas vestidas de blanco y, a lo lejos, dos sombras que se esfumaban: una verdosa, otra de un extraño color añil… ¡Amelia y Susana! Chillé, y me hubiera gustado poder llegar hasta donde estaban, poder abrazarlas. Justo antes de desvanecerse del todo, sus caras se volvían hacía mí y sonreían con afecto. Una suave caricia en la frente. Nada más…
         No podía dejar de respirar aquel fétido aliento a sapos, serpientes ponzoñosas y ratas de cloaca… Sólo escuchaba: “Esperemos que salga de ésta, esperemos que el shock no derive en coma…” Nada más. Es lo único que consigo recordar de una noche lóbrega y prolongada, que había empezado cuatro días antes y no terminaría hasta veinticuatro horas después.

… con su camisita y su canesú.

         El cerebro humano y sus reacciones son en verdad insondables. Hasta que uno no se encuentra con algo así, no puede saber cómo responderá. Al principio, cuando me besó en la boca (eso siempre lo habíamos hecho, mucha gente lo hace, y para mí era algo normal), no me di cuenta de lo que sucedía hasta que me lamió el cuello y me cogió la cabeza entre sus manos ansiosas, hasta entonces yo me dejaba hacer…, la verdad es que cerré los dientes pero no apreté mucho los morros, y él paseó la lengua por entre mis dientes y me mordisqueó el labio inferior… No quería creerlo, no podía ser, hasta que me acarició los pezones por encima de aquel sujetador celeste: Tengo una muñeca vestida de azul, y me di cuenta de que, en efecto, era. Le puse una mano en el pecho, con su camisita y su canesú, “¡Eh!, espera, ¿qué hac…?”, y dos fuertes bofetadas me sacaron de mi ensueño etílico: la saqué a paseo, dos bofetadas brutales que me partieron la cara —sólo entonces comprendí de verdad lo que significa esa expresión—, se me constipó: empecé a sangrar por la nariz, y no sé cómo… La metí en la cama con mucho dolor: caí al suelo con él sobre mí, estrangulándome, me ahogaba, y pugnando por separar mis muslos cerrados… Despedía un fétido aliento a sapos, serpientes ponzoñosas y ratas de cloaca, y yo no podía dejar de respirarlo: “Venga, Sara, ¿ahora te vas a hacer la estrecha conmigo?…” El asco pudo más que toda la vergüenza, el sufrimiento, el miedo y el estupor. Nada más.
         Me sentí usada, sucia, vejada y muy sola. Pero lo peor, lo que más me ha avergonzado durante todos estos años, lo que más daño me ha hecho, es que al principio, cuando paseaba la lengua por mi cuello —jugando, pensé yo con ingenuidad—, el asombro y el retraimiento se unieron con cierta… ¿excitación? Afrontémoslo: por un momento, aquel inmundo-sapo-ponzoñoso-reptil-repugnante-degenerado-hijo-de-la-gran-puta consiguió excitarme. Supongo que siempre he sido muy sensual. Demasiado. Por eso no puedo quitarme de la cabeza que yo tuve… ¿parte de… culpa? Si no nos hubiésemos emborrachado…, si yo no me hubiera paseado en ropa interior por casa… ¡Mierda! ¡No!... ¡Basta ya! ¡Basta!
         
La saqué a paseo, se me constipó,…

          Nada más. La metí en la cama con mucho dolor: pasé dos largos días acostada, vegetando, sin poder reaccionar, sin hablar y, según me contaron, sin ni siquiera identificar a las personas que tenía delante. Shock nervioso, esta mañanita me dijo el doctor… Nada más.
         El dolor es mi vida…, y dolor es todo lo que siento.

2 comentarios:

  1. Un texto fuerte y dificil. Crudamente narrado. Felicitaciones amigo Jordi.

    Mariano Contrera

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    Respuestas
    1. ¡¡¡Muchas gracias, Mariano!!! Me alegro de que te guste porque, por razones obvias, me resultó especialmente difícil escribirlo.
      Un fuerte abrazo desde Barcelona

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