Fragmentos de un diario del dolor existencial (XI)
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Acuarela de Esther Aguilà, Agarra |
Bar-restaurante
del aeropuerto
Cagliari, Primavera 1998
Casi
dos años después (¡cómo pasa el tiempo, si parece que fue ayer!),
me he descubierto releyendo este cuaderno. Cuando lo escribí no
pensé que después de la tormenta serías la única
persona-personaje que sobreviviría en mi memoria.
No
te había vuelto a ver hasta el día del juicio (final,
espero; sólo a un mamarracho como Javi se le podría haber ocurrido
correr a denunciarte, dejando un reguero de sangre por toda la
comisaría de La Rambla, claro que sólo a ti se te ocurre romperle
la nariz a puñetazos en medio mitad de la calle, ¡ya te vale!, que
al pobre se la tuvieron que escayolar y estuvo casi cinco meses
de baja, y sólo a mí se me ocurre… Bueno, ¡menuda Nochebuena nos
disteis a Amelia y a mi!). Ahora sé que fue una lástima que me conocieras en el peor momento
de mi vida, entonces corta pero muy intensa. En aquella época…,
cuando el dolor existencial me empujó a escribir este diario, si no,
me moría…, era muy joven, pero sentía que el tiempo se había
acabado, y sólo tenía dieciocho años.
Tengo
una muñeca vestida de azul…
Fragmentos
de una dulce canción infantil que entonces retumbaban lúgubremente
en mis oídos, una y otra vez, una y otra vez… De lo único que me
acuerdo es de la oscuridad de aquellos días. Me sentía como
encerrada en una habitación tenebrosa, esperando que viniera alguien
a abrir la puerta, tumbada, escuchando lo que pasaba a mi alrededor,
ciega, tenía los ojos abiertos pero no podía ver, sólo oír, y de
pronto un cuarto blanco, con luz nívea y personas vestidas de blanco
y, a lo lejos, dos sombras que se esfumaban: una verdosa, otra de un
extraño color añil… ¡Amelia y Susana! Chillé, y me hubiera
gustado poder llegar hasta donde estaban, poder abrazarlas. Justo
antes de desvanecerse del todo, sus caras se volvían hacía mí y
sonreían con afecto. Una suave caricia en la frente. Nada más…
No
podía dejar de respirar aquel fétido aliento a sapos, serpientes
ponzoñosas y ratas de cloaca… Sólo escuchaba: “Esperemos que
salga de ésta, esperemos que el shock no derive en coma…” Nada
más. Es lo único que consigo recordar de una noche lóbrega y
prolongada, que había empezado cuatro días antes y no terminaría
hasta veinticuatro horas después.
… con
su camisita y su canesú.
El
cerebro humano y sus reacciones son en verdad insondables. Hasta que
uno no se encuentra con algo así, no puede saber cómo responderá.
Al principio, cuando me besó en la boca (eso siempre lo habíamos
hecho, mucha gente lo hace, y para mí era algo normal), no me di
cuenta de lo que sucedía hasta que me lamió el cuello y me cogió
la cabeza entre sus manos ansiosas, hasta entonces yo me dejaba
hacer…, la verdad es que cerré los dientes pero no apreté mucho
los morros, y él paseó la lengua por entre mis dientes y me
mordisqueó el labio inferior… No quería creerlo, no podía ser,
hasta que me acarició los pezones por encima de aquel sujetador
celeste: Tengo una muñeca vestida de azul, y me di cuenta de que, en
efecto, era.
Le puse una mano en el pecho, con su camisita y su canesú, “¡Eh!,
espera, ¿qué hac…?”, y dos fuertes bofetadas me sacaron de mi
ensueño etílico: la saqué a paseo, dos bofetadas brutales que me
partieron la cara —sólo entonces comprendí de verdad lo que
significa esa expresión—, se me constipó: empecé a sangrar por
la nariz, y no sé cómo… La metí en la cama con mucho dolor: caí
al suelo con él sobre mí, estrangulándome, me ahogaba, y pugnando por separar mis muslos cerrados…
Despedía un fétido aliento a sapos, serpientes ponzoñosas y ratas
de cloaca, y yo no podía dejar de respirarlo: “Venga, Sara, ¿ahora
te vas a hacer la estrecha conmigo?…” El asco pudo más que toda la vergüenza, el sufrimiento, el
miedo y el estupor. Nada más.
Me
sentí usada, sucia, vejada y muy sola. Pero lo peor, lo
que más me ha avergonzado durante todos estos años, lo que más
daño me ha hecho, es que al principio, cuando paseaba la lengua por
mi cuello —jugando, pensé yo con ingenuidad—, el asombro y el
retraimiento se unieron con cierta… ¿excitación? Afrontémoslo:
por un momento, aquel
inmundo-sapo-ponzoñoso-reptil-repugnante-degenerado-hijo-de-la-gran-puta consiguió excitarme. Supongo que siempre he sido muy sensual.
Demasiado. Por eso no puedo quitarme de la cabeza que yo tuve…
¿parte de… culpa? Si no nos hubiésemos emborrachado…, si yo no
me hubiera paseado en ropa interior por casa… ¡Mierda! ¡No!...
¡Basta ya! ¡Basta!
La
saqué a paseo, se me constipó,…
Nada más. La metí en la cama con mucho dolor: pasé dos largos días
acostada, vegetando, sin poder reaccionar, sin hablar y, según me
contaron, sin ni siquiera identificar a las personas que tenía
delante. Shock nervioso, esta mañanita me dijo el doctor… Nada más.
El
dolor es mi vida…, y dolor es todo lo que siento.
Un texto fuerte y dificil. Crudamente narrado. Felicitaciones amigo Jordi.
ResponderEliminarMariano Contrera
¡¡¡Muchas gracias, Mariano!!! Me alegro de que te guste porque, por razones obvias, me resultó especialmente difícil escribirlo.
EliminarUn fuerte abrazo desde Barcelona