miércoles, 21 de mayo de 2014

La mortaja de la soledad......Jordi de Miguel

Fragmentos de un diario del dolor existencial (V)


Comedor de casa del Tigre
Barcelona, Verano 1994
         Estoy en el piso de la madre del Tigre, un poco constipada y con dolor de cabeza, pero al levantarme para ir a comprar el periódico e intentar encontrar algo de comida en su cocina (apenas hace una semana que se fue su madre dejándole la nevera repleta y ya no queda casi nada), mientras él seguía durmiendo, me di cuenta de un detalle. Salvo los discos del Boss y algún que otro libro, nada de lo que hay en este piso me recuerda a nada de mi vida anterior, soy una extranumeraria entre sus cosas; esta sensación de no pertenecer a su mundo me reconforta. De todas maneras puede que suene estúpido, pero es como si el orden de cada una de las motas de polvo que cubren libros, discos, revistas, recortes de diarios, papeles, fotos, posters y chuminadas varias que abarrotan su barroca habitación —incluida una bola de espejos—, hubiera salido de mi propia imaginación a golpes de un intenso deseo por crear una especie de recinto donde el tiempo no exista. No sé si eres consciente, pero tu cuarto pretende ser eso. La conciencia del paso del tiempo colapsa tus ilusiones, disolviendo tu alegría en la más pura tristeza.
         ¿Por qué duermes sin descanso? ¿Qué sueñas en las largas horas que te abraza la cama?... El pasado se repite sin saltarse ninguna de las imágenes que te hicieron feliz, cuánta nostalgia retenida, sin compartir, y todo porque los tipos duros como tú no son capaces de sentir hacia fuera, lloran hacia dentro, en esa vasta estancia donde descansa su soledad, ese salón literario donde nadie entra, donde únicamente existe la perfección, donde sólo habitan las mujeres que más te han querido y el tiempo no existe.
         Ojalá un día me invites a entrar y dejes de verme con miradas de tiempo distante, dejes de sentir cómo mis pasos violan los recintos, los lugares ocultos donde las diosas que antes venerabas te hicieron feliz.
         De plomo van vestidos los fantasmas que giran sin cesar por tu cama, se impregnan en tu almohada y al final se deslizan por tus mejillas, aunque tú nunca lo admitirías. ¿Cuántos días necesito para acercarme a tus fantasmas?... Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis,… ¿Cuántos días necesito para ser uno de tus fantasmas?... Seis y dos son ocho,… ¿Cuántos días?... Y ocho dieciséis.
         Siempre se despliega un sinfín de recuerdos al compás del zumbido pegajoso de una mosca cojonera, y acabo por reducir al frívolo vaivén de las evocaciones infantiles toda mi vida adulta.


                                        Tengo una muñeca vestida de azul,
                                        con su camisita y su canesú.


         Por cada adoquín que salto me llega un recuerdo de la infancia, por cada adoquín que cuento, la zozobra de la edad adulta me revuelca en el lodo de la infelicidad; es mejor dejar atrás todos los viejos juegos de la niñez.


                                        La saqué a paseo, se me constipó,
                                        la metí en la cama con mucho dolor.
                                        Esta mañanita me dijo el doctor
                                        que le de jarabe con un tenedor.


         Nada puede sustituir todos aquellos recuerdos donde la felicidad se recrea y casi se vislumbra, como si la palparas. Imagínate ser siempre feliz —si se pudiera, claro, ¿o acabaríamos pensando: qué
aburrimiento?—, es tan tentadora la idea, pero la verdad, creo que preferimos morir de melancolía al extrañar los viejos y dichosos tiempos. Como diría él, mira que llegamos a ser gilipollas.
         Mirando hacia atrás, buscando el día en que enfermé de nostalgia, el horizonte se desvanece en la frontera de mis antecesores. Aguzando la mirada, ellos también adolecieron y murieron del mismo síndrome, y envueltos en la mortaja de la soledad se han convertido en pautas vitales que guían por el mismo sendero a mi existencia futura; buscando sin pausa en mi imaginario el consuelo de la originalidad como individuo, me doy de bruces con el muro del destino, atrapada entonces con mi extenso pasado.
         Apago el cigarrillo, una página más, el crepitante sonido de una hoja de periódico dominical pasada con urgencia, buscando trabajo, y yo aquí, en un mundo del cual jamás oí hablar.
         Hoy sólo soy una mujer en busca de patria que reside agradablemente sola a orillas del Mediterráneo, en la ciudad de Barcelona. Mis pulmones asmáticos me odian pero mis manos adoran su piel, la tinta y el papel. Mi vida es una espera constante donde se entremezclan las casualidades generadas por los demás y mis disparatadas decisiones.

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