sábado, 22 de marzo de 2014

Diario de una búsqueda......Laila Zylberberg

Foto: Chapel Rock (www.medioambiente.org)
Aquí estamos,
deambulando por espacios que creemos conocer,
intentando descubrirnos entre tanta incertidumbre,
comprimiendo sensaciones que no logramos discernir,
reprimiendo ansiedades,
durmiendo el despertar de nuestras almas
en un silencio que se expande temeroso tras la piel,
enredándonos en nuestros más profundos misterios,
liberándonos del aire que en verdad nos hace libres
para permanecer
en la agonía de un encierro
que nos mantiene alejados,
estancados
en la médula de un canto contenido,
asfixiándonos bajo las riendas que nos protegen
como un pichón necesitado del ala madre,
como la estrella que refugia su esplendor
tras la lumbre lunar
que la posterga.
Dirimiendo entre el adentro y el afuera,
preguntándonos temerosos
de que la respuesta nos alcance,
aguardando una mano que nos regale realidades
y otra
que nos abarque
con un manto de cálidas mentiras.
Abstraídos por momentos en un anacronismo
que resuena desde tiempos inmemorables
o expandidos al deseo terrenal
de ser simples mortales,
convergiendo multitud y soledades,
entronando desaciertos,
lacerando victorias
y reclutando vanidades.
Olvidando la maravilla inmensurable
de ser tan únicos, y tan complejos,
saboreando en el paladar de nuestros tiempos
nuestros instantes de sequía
por no aprender a degustar la fabulosa castidad
de los fértiles sembradíos
que germinan atravesando las venas
en incontenibles mareas
a través de cada segmento de nuestro cuerpo.

Aquí estamos,
o por lo menos, aquí estoy yo,
contándome de caminos cortados y senderos extendidos
como luces que se abren sobre raíces centenarias,
hablándome de aquello olvidado que retienen los delirios.
Porque la lluvia me ha hablado,
las montañas me repiten un eco de ambiciones
que
por momentos olvido.
La tierra mojada destila sus secretos,
la raíz de un árbol extrañamente entrelazada a unas rocas
me lo ha dicho.
Y el sol, sobre todo el sol
me ha confesado hoy,
recubierto por las nubes que se expanden glamourosas
a entera voluntad por el éter
como oleaje clandestino;
me ha recordado que soy tan inmensamente pequeña,
que mis ojos absortos son un mar libre de embarcaciones
en un puerto desconocido,
que mi sangre fluye como la lluvia,
como las lágrimas
nutriendo el corazón de la materia,
embriagando de sabores vívidos
los terrenos insondables.
Qué mi cuerpo no es la cárcel
sino la vela que puede guiar mi desvarío,
que la natura sólo me ha prestado estos instantes de gracia,
y me recordó por encima de todo
que yo lo estoy.
¡Que estamos vivos!

Hum-hum, mañana lluviosa,
están todos dormidos, 10-02-2000

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