La ciudad cambia más deprisa que el corazón del hombre.
CHARLES BAUDELAIRE
Foto: Calle Tallers |
Empecé a rondar aquel local a mediados de los años ochenta. En aquella época
estaba todavía muy presente la transición política; las ideas y las ganas de
hacer una sociedad diferente se palpaban en el ambiente. La Barcelona
postolímpica y fría del diseño todavía no había llegado; en muchos bares se
respiraban sentimientos intensos y se podía escuchar buen rock and roll... El
Urbe era un lugar emblemático de esta Barcelona ya perdida en el tiempo.
Es complicado explicar en un puñado de palabras lo que significó para mí, y
para un pequeño grupo de locos irreductibles, aquel final. Tan sólo diré que
este local, ya en decadencia a mediados de los años noventa, se había transformado en
nuestro refugio; en una especie de santuario donde todavía nos podíamos sentir
nosotros mismos, como exiliados de un mundo que, ya hacía demasiado tiempo, en
muchos aspectos ya no era nuestro mundo.
Quizás todas estas percepciones son debidas a que los años van pasando —y la
sensación de vértigo cuando miramos hacia atrás se nos hace difícil, muy
difícil, de digerir—; pero lo que es inequívocamente cierto es que aquel rincón
de la calle Tallers ya es historia, del mismo modo que, antes o después, todos
nosotros lo seremos también.
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