lunes, 1 de octubre de 2012

Urbe......Pablo Antonio Rosa Carmona

La ciudad cambia más deprisa que el corazón del hombre.
                                                                          CHARLES BAUDELAIRE 
 
Foto: Calle Tallers
Ya ha pasado bastante tiempo —y parece que fue ayer— desde la noche de fin de año del 2003. Fue entonces cuando se acabó la fiesta: las luces se apagaron y la música dejó de sonar para siempre en aquel rincón oscuro, decadente y romántico. Las cervezas, los “chupitos” y los cubatas que estimulaban conversaciones magníficas sobre la vida, los desamores y la revolución, también se dejaron de servir en aquellas mesas que tanto nos conocían... Tras diecisiete años y un día de vida, El Urbe cerraba sus puertas y nos dejaba de forma definitiva. Fue un golpe terrible para mí, ni siquiera me vi con corazón de asistir a aquella “última noche”; era demasiado duro.
         Empecé a rondar aquel local a mediados de los años ochenta. En aquella época estaba todavía muy presente la transición política; las ideas y las ganas de hacer una sociedad diferente se palpaban en el ambiente. La Barcelona postolímpica y fría del diseño todavía no había llegado; en muchos bares se respiraban sentimientos intensos y se podía escuchar buen rock and roll... El Urbe era un lugar emblemático de esta Barcelona ya perdida en el tiempo.
         Es complicado explicar en un puñado de palabras lo que significó para mí, y para un pequeño grupo de locos irreductibles, aquel final. Tan sólo diré que este local, ya en decadencia a mediados de los años noventa, se había transformado en nuestro refugio; en una especie de santuario donde todavía nos podíamos sentir nosotros mismos, como exiliados de un mundo que, ya hacía demasiado tiempo, en muchos aspectos ya no era nuestro mundo.
         Quizás todas estas percepciones son debidas a que los años van pasando y la sensación de vértigo cuando miramos hacia atrás se nos hace difícil, muy difícil, de digerir; pero lo que es inequívocamente cierto es que aquel rincón de la calle Tallers ya es historia, del mismo modo que, antes o después, todos nosotros lo seremos también.

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