Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato
![]() |
Foto: A Pelo! Asociación de Apoyo a Pelonas y Pelones |
Ya nada sería igual. Aunque el pelo volviese a crecer y la gente dejara de mirarla con pena, ya nada sería como entonces, se dijo María, observando el tráfico desde la ventana del hospital. El paraguas amarillo que cruzaba de acera luchando contra el viento había ganado la batalla.
Nunca
antes había reparado en la forma en que los focos de los coches se
reflejan en el agua de lluvia. Ni en el modo en que ese reflejo se
rompe y se vuelve a rearmar cuando unos neumáticos le pasan por
encima, explotando en una lluvia de gotas.
En
tantas cosas no había reparado. En que a su hijo pequeño le estaba
creciendo uno de los premolares encimado sobre otro diente. Lo había
visto la noche anterior a ser ingresada. En plena guerra de
cosquillas sobre el sofá, Ricardito había abierto la boca en una
carcajada enorme cuando ella y Belén se habían confabulado para
tenderle una emboscada.
Tampoco
había reparado en que su hija mayor era casi una mujer. Con esa
mirada de niña camuflada en la seguridad con que le había dicho que
no se preocupara, que cuidaría de Ricardito durante su ausencia. Que
estarían bien, pero que regresara pronto.
Ya
nada sería igual cuando volviera a casa. Porque los niños estarían
más altos, las cortinas un poco más sucias, y el balcón algo
descuidado, pero a ella ya no le importaría. Si algo había
aprendido de todo esto era a darle a las cosas la importancia que
realmente tenían.
—¡Hola,
mamá! Ayer te compré
manzanas en el mercado —Belén acababa de entrar en la habitación
con las manos cargadas de bolsas y esa sonrisa extraña con que
intentaba hacerse
de cuenta que todo estaba bien.
—¿Qué
haces tú aquí tan temprano? Si hace poco que ha amanecido...
—regañó ella, echando una última mirada a los faros de los
coches.
—¡Es
sábado, mami! Nos tocaba con papá… Ricardito se fue ayer a la
noche, pero yo lo convencí para que me dejara venir hoy a hacerte
compañía todo el día. Además de las manzanas, te traído las
fotos que me pediste, dos pelis, el portátil con la temporada entera
de…
María
la escuchaba hablar sin respiro. Iba sacando cosas de las bolsas y
las acomodaba sobre la cama vecina a la suya, que llevaba vacía
varios días.
—Belén…
¡Belén! —alzó la voz para interrumpir la verborrea imparable de
su hija.
Belén
dio un respingo y la miró preocupada.
—¿Estás
bien, mamá?
María
le sonrió palmeando la cama junto al sitio en que se había sentado.
Belén se acercó y se sentó, repentinamente silenciosa.
—Gracias,
pero no hacía falta que lo hicieras…
—Pero
si son apenas unas manzanas y un par de revistas que me manda la tía…
—Sabes
que no me refiero a eso.
Belén
agachó la cabeza mientras su madre le quitaba el pañuelo que la
cubría. Sus pies colgaban de la cama alta del hospital, como si
fuera otra vez la niña de coletas y rodillas raspadas que había
sido hasta hacía poco tiempo. María le acarició la cabeza suave
antes de abrazarla como no lo había hecho desde que le faltaba el
pecho izquierdo. Desde entonces, había evitado el contacto físico
cercano con otras personas, incluso con sus hijos. No quería
impresionarlos. Pero en ese momento entendió que había sido una
tontería. Belén acababa de darle una lección más que sumar a
todas las que había recibido durante los últimos días.
Se
quitó el pañuelo que le cubría la cabeza y lo depositó sobre el
que había traído su hija.
—No
llores, mami…
—¿Cómo
no voy a llorar si me haces tan feliz?
Belén
y María rieron abrazadas, y después decidieron que era buen momento
para empezar a ver la segunda temporada de aquella serie que habían
empezado a ver juntas en el hospital.
María
pensó que era la primera vez en años que pasaba tanto tiempo con su
hija. Que cuando regresara, llevaría a Ricardito al dentista para
que le revisaran ese premolar. Que Belén estaba tan guapa sin pelo
como con él. Pero que tenía que ver cómo le crecería hasta llegar
muy por debajo de los hombros. Como le había ido creciendo cuando
era bebé.
—Así
naciste, completamente calva —comentó mientras su hija encendía
el portátil.
Belén
se giró para sonreírle, y entonces confirmó eso que estaba
pensando al observar los focos de los coches sobre el asfalto. Ya
nada sería igual. El aire de la mañana ya nunca olería rancio y el
despertador dejaría de ser un enemigo odioso. No volvería a llegar
al trabajo enfurruñada y beligerante. Olvidaría todas las
conjugaciones del verbo protestar. Ya nada sería igual, se repitió
para no olvidarlo cuando las molestias, la debilidad o el pesimismo
la embargaran.
En
la pantalla apareció la primera escena congelada.
—¿Lista?
—preguntó Belén, mientras se sentaba y le tomaba una mano.
—Completamente
—aseguró María.
Y
Belén apretó el Play.
![]() |
Patricia Collazo González |
*
Nació
en Argentina en 1967 y reside en Alcobendas (Madrid) desde 2001. Profesionalmente,
se dedica a la informática. Sin embargo, es escritora desde que
recuerda. Nos
cuenta que sabe
que empezó a escribir aún
antes de aprender a coger un lápiz. También sabe que ha sido
siempre sinestésica, aunque no fuera
consciente de que su forma de ver las palabras era singular y llevaba
este nombre hasta que
alcanzó
la edad adulta. Ganadora de varios premios literarios en distintos
géneros, que incluyen el relato y el microrrelato ―siete
veces finalista anual del prestigioso Relatos
en Cadena (ReC), de la Cadena Ser, que ganó en 2022-23―,
ha publicado en diversas antologías. Su
primer
libro de cuentos fue Intermediarios
abstenerse (Buenos
Aires, 1997). En 2019, la editorial Platero Coolbooks publicó su libro Sinestesia
general, una
colección poco caprichosa de microrrelatos que se articulan
alrededor de su visión caprichosa del mundo, y
en 2024 su primera novela, En
abril especialmente.
En
la actualidad,
sigue poniendo más y más letras en pie desde su
página web laletradepie.com.
Finalista
del V
Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario