Foto: Tom Hussey, Reflexiones del pasado |
Tienen
nombre las calles que el recuerdo transita. Nombres de sol y abril y
el aroma dulzón de barro y golondrinas, nombres de carámbano y
nieve en los aleros, de leche en polvo y cuadernos con una escritura
rubia donde dormita un mundo de grafito y de tinta, de vasares vacíos
y aquel libro de poemas que ahora acaso comprendemos.
Tienen
nombre las calles en la tenue penumbra de rescoldo y de gas, de
brasero y candil entre el brillo fantasma del latón y la alpaca, de
los pasos sin luna y rezos en latín.
Tienen
nombre las calles, de insignes personajes, de lugares dormidos en
recónditos mapas, de magnos sucedidos y cosas cotidianas, nombres
que van cambiando como el agua en el río y el tiempo en el espejo.
Son
nombres convocados en páginas gloriosas de enciclopedia antigua que
abre la memoria con olor a tomillo y pinar encendido.
Tienen
nombre las calles, los vientos y los muertos. Tienen nombre y
silencio, soledad y penumbra.
Tienen
nombres ocultos en la piedra del rezo y las tumbas de olvido.
Tiene
nombre el recuerdo en la noche callada, en el frío de enero y el
mayo enarbolado, en la lluvia que trae rumor de siempreviva
—melancolía, un patio de Sevilla, Leonor, Segovia y una tumba en
Colliure—.
El
camaleón del viento tiene nombres, colores de espesa saliva y un
látigo de arena.
De
donde nace el viento nacen también los nombres y aunque la boca
calle, la brisa los recuerda con aliento de menta y perfume de sal.
Los
nombres que decimos ya no serán los mismos cuando otros labios, otra
voluntad los fije al viento de la tarde, a la eternidad efímera de
una cuartilla en blanco, a la luz mortecina de una farola insomne.
Sólo
hay polvo. Lo sabes. Sólo polvo y olvido. Y el río en estiaje.
Las
casas arrumbadas, las calles ya sin pasos, antesala de muerte si no
la muerte misma.
Recuerdas
ahora acaso los libros que perdiste al mudarte de piel, al ir de un
lado a otro reptando tus miserias, aquel quedarte ciego a la luz de
una vela leyendo junto al fuego mientras despeja el hielo los cielos
estrellados y canta entre los dientes el agua del arroyo.
Recuerdas
los amigos, los miedos y los sueños, el pañuelo, la maya, otro
polvo en la piel y el viento que pasaba secándote el sudor del juego
y de la tarde.
Recuerdas
primaveras, el campo salpicado de estrellas amarillas, blancas,
rojas, azules, el aroma del verde y el rumor de los pinos.
Recuerdas
ahora el río crecido en el otoño, henchido como un vientre preñado
de tormentas, la tierra fecundada y orujo en los lagares.
Recuerdas
las canciones, los romances de ciego, el canto de los grillos, la
noche boca arriba, el olor de la parva, del pan y del tomillo, la
sequedad del hielo, la levedad del vuelo del vencejo en la tarde.
Recuerdas
la campana repicando en la fiesta, doblando por los muertos, la
colada en el río y escuelas separadas, los primeros trabajos, los
primeros cigarros en las tardes de mus y madrugadas de alcohol y
besos nunca dados.
Recuerdas
porque quieres poner tu vida en limpio y buscas los diarios que nunca
terminabas, las cartas que perdiste, los versos que encendieron el
fuego del invierno.
Pero
sólo encuentras polvo, polvo y yerba en los caminos y en la vía sin
trenes.
Tienen
nombres las calles que el recuerdo transita.
Deshace
el sol la niebla y el viento acarrea la memoria del polvo.
Niños
que no conoces superponen sus juegos a los juegos de entonces.
Hay
otro pueblo ahora creciendo junto al Duero.
La
vida con sus muertos es vida para otros y observa desde el fondo de
tus ojos tu rostro
un hombre con un nombre igual al tuyo.
Poema
ganador del IX Certamen
Ángel García López (Rota,
2018)
Muy bueno. Gracias por compartir
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias a ti, Anónimo, de parte del autor!!! Jesús es uno de los grandes poetas que escriben en nuestro blog: ganó el I y III Concursos "Litteratura" de Poesía, segundo premio en el II Concurso, y quedó finalista del IV Concurso "Litteratura" de Relato.
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