lunes, 8 de agosto de 2022

El joyero de la abuela......Javier Novials*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato

Foto: Santi Otero, Exhumación de víctimas
del franquismo en el monte de Estépar
Prólogo

El médico de familia entró en la cocina con cara de circunstancias. Un enjuto hombrecillo que representaba a la perfección la definición exacta de su oficio.

A punto de jubilarse, contaba más de cuarenta años en el pueblo y conocía a la familia como si formase parte de ella. Él la había ayudado a dar a luz a su hija Mirian. 

–La enfermedad ha progresado –dijo con voz quebrada–. Me temo que poco puede hacerse ya, salvo aliviar su sufrimiento. Voy a ordenar su ingreso en el hospital, donde podrán administrarle los cuidados paliativos pertinentes. 
Elena, sentada junto al hogaril que apenas alumbraba el más gris de los amaneceres, asintió con ojos rojos, hinchados tras incontables lágrimas. “Es lo mejor para todos”, pensó para sus adentros, “demasiado ha luchado mi madre ya por este mundo de mierda”. 
Y este pensamiento la atormentó todavía más.

–Lo siento mucho, calculo le quedan cuatro o cinco días. Tan sólo deseo que deje de sufrir cuanto antes –sentenció el galeno a modo de despedida.

–Don Anselmo –dijo entonces Elena–. ¿Y esa obsesión?... Lleva días repitiendo siempre lo mismo: “Hasta que no cierre el joyero, no me iré tranquila”.

–Probablemente, la propia enfermedad ha acelerado una demencia senil incipiente –contestó el doctor tras meditarlo un poco–. Llevádselo al hospital y colocadlo cerca de su cama. Que ella lo vea cerrado, quizás eso la calme y la ayude a irse en paz.

Con una inoportuna sonrisa, Elena recordó la joya que su madre llevaba atada al cuello en su fina cadenita de oro. Su bien más preciado. Una cajita en forma de corazón cuyo interior atesoraba una foto de Manuel, su marido, donde solía guardar la llave del pequeño joyero. La misma que llevaba años perdida.

 
 

La exhumación

 

La joven Mirian corría en dirección al hospital tan rápido como le era posible. En su puño cerrado, blanqueado por la presión, portaba un trofeo. Algo por lo que había luchado durante años.

Irrumpió en la habitación y, sin tregua para recobrar el aliento, fue directa a su madre, sentada junto a la cama, la mano de la abuela delicadamente abrazada entre sus dedos. 

Diez días transcurrían desde su ingreso. Cinco desde que su particular mantra obsesivo había cesado, fruto de las odiosas pero benditas drogas.

En la mesita, el joyero. Cerrado. Vacío.

Las enfermeras no paraban de insistir, apenadas: “Es una mujer muy fuerte. Nunca habíamos visto tanto aguante”.

–Mamá, ¡por fin! –dijo Mirian de forma atropellada–, el juez ha ordenado la entrega de los objetos personales a los familiares. Traigo la joya del abuelo – dijo señalando la réplica en el pecho de su abuela–, por fin sus restos descansarán en paz.

Elena se sorprendió. Con todo lo que estaba pasando, casi había olvidado el proceso. Años de tediosa lucha por la exhumación de los restos de su padre en una olvidada cuneta, fusilado durante la guerra. De hecho, había sido la valiente Mirian, su pequeña e inagotable activista, la que se había dejado la piel en ello. A Elena la superaba la burocracia; y más desde que su madre enfermó.

Mirian aflojó el puño, mostrando un pequeño corazón dorado. Elena soltó casi por primera vez en diez días la mano de su madre y tomó con extrema delicadeza la abollada cajita.

Estalló en llanto nada más abrirla. La foto de su madre, con apenas dieciocho años de edad, se había conservado sorprendentemente bien. Una inmensa sonrisa predominaba en su rostro.

–¡Mira, mamá, tu nieta lo ha logrado! –dijo dirigiéndose a su madre, pensando en el precioso vínculo que unía a aquellas generaciones tan dispares en apariencia, pero tan luchadoras en esencia.

Su rostro permaneció inmutable. Ningún atisbo de esperanza.

Una enfermera había entrado en la habitación y observaba la escena con profunda tristeza. Tras días atendiéndoles, les había cogido especial cariño y, sin poder evitar las lágrimas, les regaló una piadosa mentira:

–No dejen de decírselo. Los médicos aseguran que, aun en su estado, tienen pequeños momentos de lucidez. Estoy segura de que ella lo escuchará y entenderá.

 
 

Epílogo

 

Elena despertó sobresaltada. Se había quedado dormida sobre su madre.

Se incorporó de golpe, tirando accidentalmente el joyero sobre la mesita, lo que despertó a su hija, acomodada a duras penas en la incómoda silla auxiliar.

Un profundo temor estalló en su interior. Un presentimiento como sólo el vínculo materno puede germinar. Miró los ojos de su madre y confirmó sus miedos. 

María se había ido tras once días de inaudita lucha final.

La desesperación se la llevó por completo. “Se acabó, mamá”, pensó, “por fin descansas junto a papá.” 

Pero esta vez su pensamiento no la atormentó, porque algo más había cambiado. Algo inesperado le transmitía una contradictoria sensación de alegría.

María sonreía. Una expresión de paz recorría su semblante, como en la foto en blanco y negro del corazón dorado.

Se agachó para recoger el joyero y, al hacerlo, algo se movió en su interior. Ya no estaba vacío.

Miró de nuevo a su madre y no pudo más que emular su ya eterna sonrisa. 

La joya de Manuel había desaparecido de la mesita, igual que la de María en torno a su cuello. En su lugar, colgaba una sencilla llave, de esas que cierran los viejos joyeros.


Javier Novials
* Nació en Belver, un pueblecito de Huesca, hace 43 años, aunque ahora por trabajo reside en Teruel. Ingeniero superior de telecomunicaciones, cursó sus estudios en el Centro Politécnico Superior de Zaragoza y trabaja como adjunto a dirección del departamento de calidad de una multinacional de la automoción. Pero sus pasiones han sido siempre la literatura y el cine, lo que le ha llevado a escribir relatos, poesía, cuentos, ensayos... desde muy pequeñito. En 2020 publicó en Amazon El oráculo de los dioses: La profecía, una novela de ciencia ficción, fantasía y aventuras que está teniendo muy buena acogida. Nos cuenta que el verano pasado empezó a coquetear con varios concursos literarios, y nosotros nos alegramos. Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato.

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