sábado, 2 de abril de 2022

Como una mandarina, como un girasol......Camilo Molina*

Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato

Foto: Madrolly, Control del pulso a mujer desmayada inconsciente
La luz roja iluminó el pasillo como un cabaret, terminó el silencio, las enfermeras cruzaron blancas como dos fantasmas revoleando sábanas. Cécile arrugó el entrecejo, la emergencia no tenía otro motivo que su madre, encerrada en cuidados intensivos desde el pasado martes por culpa de un síncope que la dejó amarilla. Hasta ese momento de la madrugada el hospital estuvo en calma, dos números equivocados, una impresora chillando, murmullos necesarios entre médicos, camillas rodando. Prefirió quedarse allí, quietecita, sin el sobresalto de buscar malas noticias antes de tiempo, Que se haga tu voluntad, dijo en voz tan baja como un soplido, con la mirada resentida contra la luz, ahora apagada.
          ¡Parecía una mandarina!, dijo el niño que la encontró desparramada sobre la escalera del parque. Tras superar el miedo de acercarse, puso una mano sobre su frente con tacto delicado, materno, la deslizó luego a los pómulos buscando calor de vida hasta pasar el dorso a lo largo de las fosas nasales, aturdido por el vapor, cruzó rápidamente la misma mano para santiguarse, como si estuviera más espantado por sentir vida que por haber encontrado muerte. “Amarilla como una mandarina”, anotaron los policías, sin nadie más a quién interrogar. 
          Cécile pensó en la madre de la madre desmayada treinta años atrás en el metro de París. Mismo síncope, misma palidez amarillenta, los buenos de los médicos franceses, llevados por intuición y por capricho, culparon al calor de ese verano histórico. Grégory, malabarista belga entre vagones, la encontró esa mañana desvanecida, con medio cuerpo en las sillas, medio cuerpo en el suelo, Comme la feuille d'une tournesol, explicó a los policías. Como un pétalo, ¿Así de amarilla?, preguntaron, Y así de frágil, respondió. Él mismo la sacó a rastras hasta el andén de la estación Argentine, mientras vio con el rabillo del ojo a sus pelotas de malabar perderse a ritmo de tren en el interior del vagón. Retazos de una historia contada por su madre acerca de la abuela franco-española tan desfallecida y amarilla como una mandarina, como un girasol, como ayer su madre en el parque.
          Al asombro médico de no saber qué hacer con la mujer en cuidados intensivos se sumó llanto de persona despierta; fue precisamente el rostro satinado un sosiego para enfermeras y especialistas, advirtiendo en el cuerpo, con escasos signos, más vida de la que pensaban. Aún no cruzaba el umbral entre conciencia y coma, podía sentir sus manos, pinchazos de agujas, comentarios y murmullos, pitidos de máquinas, pasos entrando y saliendo, Cécile, ¿dónde está Cécile?, quiso decir pero no fue capaz, ¡Cécile!, quiso gritar, pero la intención no superó a su garganta, ni siquiera un soplo de disgusto fue posible. Resignada por el mundo de afuera, decidió irse al mundo de adentro, el último abrazo con Cécile, ¿cuándo la vio feliz?... Cécile sonríe poco, parece más máquina que persona. El primer abrazo, el primero verdadero, el para siempre recordable fue en el regazo de Dionisio, recuerda su chaquetón helado aplastando su vestido rojo de algodón, se besaron con labios resecos y caminaron tomados de la mano como si no importara la nieve, anestesiados de romance. Dos años después nació Cécile.
          Dos hijas en tiempos distintos esperando a dos madres desmayadas y amarillas. Lo que haya sucedido en el parque hace algunas horas, lo que haya sucedido en el metro treinta años atrás parecen ser una misma cosa, Parece que llevamos adentro un bicho, pensó Cécile, mientras miraba el interior de sus manos, buscando rastros de palidez, explorando si no le llegaba también su momento de vértigo, ¿estarán condenados sus hijos, los hijos de sus hijos? El recepcionista levantó la cortina para dejar entrar luz de día, Cécile ha estado cuatro horas sentada en la misma silla, ocupando con sus pies dos cuadros de baldosas, uno marrón, otro blanco, desagradable ajedrez. Crujieron sus rodillas al ponerse en pie, crujieron también las de su madre viviendo el mismo desconsuelo en el pasado. Las últimas palabras antes de despedirse esa mañana fueron por teléfono, Quedaron lentejas de ayer. Quedaron lentejas de ayer, así se acaba una relación, en una frase inútil, tan cotidiana, tan delicada, la comida es un mensaje de amor, siempre.
          La puerta se abrió con chirrido de maderas, dos médicos entrando, uno saliendo y torpe choque a tres bandas, cada uno finalmente humano, tomando del suelo aquello que el otro dejó caer. El especialista de mamá, murmuró Cécile con espanto, los tres ya de pie conversaron y sonrieron, habitual para ellos, como cualquier día en la oficina. Viene hacia mí, pensó, ¿malas noticias?, ¿por qué sonríe?, en el camino fue atajado por enfermeras, ¡Una firma aquí y aquí!, con las manos en el aire sobre documentos en tablillas, “Signe ici, docteur!”, dirían también a su madre, mientras la abuela cruzaba el umbral de la vida. Con buenas noticias la urgencia es diferente, el vigor, la prisa por compartir un éxito, la esperanza del tiempo, pero Cécile sumergió la ansiedad en la cámara lenta del agobio, su madre, treinta años atrás simplemente cayó en llanto sobre el asiento y abrazó sus rodillas, el médico se acercó, igual ahora que antes, en idiomas distintos. El bombillo continuó apagado, aquí y allá.


Camilo Molina
*
Periodista y fotógrafo colombiano de 41 años. Estudió en la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales. Durante una larga aventura en Argentina, conoció diferentes experiencias con la fotografía; se especializó en Gestión y Planificación de Medios Periodísticos en la Universidad de Buenos Aires y estuvo vinculado varios años con la Universidad de Palermo. Ha publicado cuentos y artículos periodísticos para diferentes medios, como Universo Centro (Medellín), La Raza del Noroeste (Seattle) y el portal de divulgación Todo es Ciencia (Bogotá). Actualmente trabaja como guionista de la productora audiovisual Pompilia Films, de Bogotá. Es el autor del libro de cuentos Los muchachos de García. Veinte historias comunes en un país inesperado, publicado por la editorial Universo de Letras en 2019. Finalista del IV Concurso Litteratura de Relato.

2 comentarios:

  1. Genial!!! Bello texto, lleno de sentimientos. Felicitaciones al autor. Abrazo grande

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    1. ¡¡Muchas gracias de parte del autor, Mariano!!! Un fuerte abrazo

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