domingo, 17 de noviembre de 2019

Silencio......Sofía Zurro Camacho

Foto: Tutograma
Escuché el portazo desde el piso de arriba. El ruido estridente y seco que se adueñó de toda la casa fue lo más parecido al grito que no te había oído dar nunca. Había llegado un punto en el que nos comunicábamos a través de los muebles, y en ese momento comprendí que era tu manera de despedirte.
Solo se escuchaba silencio. Un silencio atronador, únicamente interrumpido por las suaves gotas de lluvia que repiqueteaban contra las ventanas cerradas. Aún con los músculos agarrotados por la tensión, empecé a caminar despacio por el pasillo que conducía a las escaleras para ir al piso de abajo. Al silencio y a la lluvia se le unió el ruido que hacían mis pies al pisar el parqué del suelo. Sonaba como una risa burlona que te lleva advirtiendo desde hace días, y que finalmente dice triunfante: “Te lo dije”, y que no puede estar más orgullosa de llevar razón. Casi me sentí estúpida cuando me encontré chistando al suelo con las mejillas encendidas por la rabia. A cada escalón que bajaba, notaba cómo el peso de la casa vacía caía sobre mis hombros. Irónicamente, todo seguía en su sitio; los muebles, las fotos, el polvo. Nada se había movido ni un solo centímetro. Sin embargo, el vacío y el silencio mantenían una lucha soterrada por hacerse con el gobierno de aquel lugar. Los cimientos y las paredes se estremecían a cada paso que yo daba, intuyendo que se avecinaba un golpe de estado.
         En la mesa de la cocina descansaba intacta una taza de café recién hecho y humeante. En ese momento comprendí que era tu manera de pedir perdón. No quise tocarla, por si de alguna manera eso rompía por completo lo único que te acababa uniendo a todo esto. Como si haberte dejado el café sin beber fuese tu única excusa para volver. No me atreví a fijar la mirada en la puerta de la calle, no quería que me dijera que realmente habías preparado esa taza de café para que yo me acabara ahogando en ella.
            Mientras se libraba una batalla encarnizada por proclamarse Rey de la casa, no pude evitar fijarme en el jardín y en las gotas de lluvia que lo bañaban. Un jardín descuidado, como tú y como yo, que ha ido cayendo poco a poco en el olvido. Al principio no se nota. Solo crecen un par de malas hierbas y alguna que otra planta se va secando. Sin embargo, con el tiempo te das cuenta de que las raíces de las malas hierbas han crecido tanto que ya es imposible arrancarlas del corazón del suelo. Y de repente, cuando te das cuenta de que el césped está seco, y de que no quedan ni los restos de lo que fue en su día, es cuando te preguntas: “¿Qué nos ha pasado?”
El silencio empezó a recorrer cada habitación, llevándose por delante la lluvia y todo lo que estaba en su trayectoria. Ya teníamos ganador. Moviéndose como una serpiente que lleva al acecho, esperando a hacer su movimiento maestro, mucho, mucho tiempo. Apagando todas las luces y cerrando todas las puertas. Llevándose consigo las conversaciones guardadas en las paredes. Cerrando las persianas, convirtiéndolo todo en penumbra. Preparando su dulce venganza con delicadeza, advirtiendo divertido de su siguiente movimiento. Se apoderó de toda la casa en cuestión de segundos. Se bebió el café, aún caliente, de un trago y se fue acercando a  mí, meciéndose con sensualidad. Como si de un invitado se tratara, se situó de pie, tras de mí. Comenzó a jugar con mi pelo, susurrándome al oído que no ibas a volver.
Y no se equivocaba.

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