sábado, 28 de septiembre de 2013

A veces sale un cuento corto......Sam Corcobado Moreno*

Finalista del I Concurso Litteratura de Relato

El lugar 
Foto: www.desmotivaciones.es

Un sitio que se esconde de la maleza, del bosque de mis deseos, para contar historias que no volveré a recordar. Una situación vivida que parece poesía en tu boca y se convierte en el instante más repetido de la historia reciente de mi cabeza. Entre los dos estuvimos jugando a las prendas, como los amantes que se desean, bajo el mismo bosque, ese lugar perdido de las memorias republicanas (“porque de eso viven mis deshechos, y tus caricias, que siguen pareciéndome poesía”).
Para valorar las palabras que deben santiguarse y no parecerse a otras. Busco ese lugar que es inconcreto (“¿Qué demonios será la palabra que te inventes?”); para eso intentas no desesperarte. Después de todo, la verdad de lo que he dicho se parapeta en los grillos del verano, en la juventud de la primavera y en los granitos de pus que acompañaron tu adolescencia.
No sabíamos si la juventud se adelantaba, o se atrasaba la adolescencia, por eso me cogías la mano y les pedías un beso a tus amantes. Parecías un parche pegado en el brazo, de nicotina, tú que nunca has fumado un solo cigarrillo. “Despréndete de la poesía, que de ahí nadie te va a sacar”, comentaste despacio, cuando las bragas blancas se habían manchado del verde de la hierba, del bosque, de ese lugar que nadie ha hollado todavía; “Nadie descubrirá un lugar que está metido en tu cabeza”, me dije, te dije.
Lo que no nos dijimos volverá a ser contado por boca de otro, y ese loco que encuentre la barriga que hoy crece se convertirá en el amante de tus próximos hijos.

La tregua

Nunca un personaje tuvo tanta tregua como él. Se sentó en el sofá de casa, se quitó la ropa y empezó a masturbarse. Nadie quiso decirle nada, porque esas cosas íntimas tienen su punto, y es difícil restablecer el punto exacto del tacto de la polla en la mano. Se la sacó entera y tuvo la sangre fría de mirarme a los ojos. No le dije nada, “pobre infeliz, la tiene más pequeña que yo”, me desperté y seguí buscando el canal de televisión donde no dejan de pasar porno durante todo el día.
Es la misma sensación que te da llegar a la habitación de un hotel. Enciendes la televisión: “Bienvenidos a nuestro Hotel…”, y esa música de cámara parecida a todas las demás, a todos los hoteles en los que has estado durmiendo. “Para ver canales de pago, apriete el botón * y espere varios segundos. Luego, escriba el número de su habitación y la imagen le llegará nítida…”; nunca aprieto el botón *, ¿para ver carne azotada?, ¿para sentir la polla grande de otro?, y voy tecleando los canales que dan durante todo el día películas porno para ver durante menos de dos segundos alguna imagen fugaz de dos o tres o más cuerpos revolcándose sobre un fondo blanco. Después, desaparecen los trozos de carne azotada y disimulo frente al espejo.
El tipo que se ha sentado en el sofá de casa sigue tocándose. Le invito a marcharse, pero en los sueños la gente nunca te hace caso. Me doy la vuelta en la cama y creo un cuento que me inspire.

Un cuento

Luis escoge cada mañana la corbata que va a ponerse según el sueño que haya tenido. Hoy ha soñado con camas y mujeres que le adoraban. Suele tener muy a menudo ese tipo de fantasías. “Hoy me pongo la corbata verde, por el sueño", se dice mirándose al espejo. Su mujer todavía duerme. Las parejas actuales ya no comparten la misma almohada para dormir. Ahora está de moda tener dos. Una para cada parte de la pareja.
Luis se ha cansado de dormir cada noche con la misma mujer. Sigue pensando en qué corbata debe ponerse. No recuerda nada. Ha mezclado el sueño y se quita el pijama con la misma parsimonia de cada día. La mujer ya no duerme. Él se ha puesto los pantalones de rayas, la camisa blanca y la chaqueta a juego. Todavía duda si ponerse la corbata verde o la roja. “¿Y la roja por qué será?”, se pregunta con desgana. Mira el hueco de la almohada de su mujer. La sigue teniendo encima de la cabeza. “¿Qué demonios hace ésta durmiendo con la almohada sobre la cabeza?”, no se molesta en quitársela, “ya se despertará sudando como un pollo”.
Decide ponerse la corbata verde. “La primera decisión siempre es la buena”, sonríe con ganas al espejo y sale de casa con prisa. Antes despedía a su mujer con un beso en la mejilla. Pero últimamente la relación no pasa por su mejor momento, con lo cual lleva un par de semanas que no le dice nada.
         A media mañana, le avisan por teléfono que su suegra le está llamando. “¿Qué le ha pasado a mi hija que no me contesta?”, lleva siete años aguantando la voz de cucaracha de su suegra, y hoy la encuentra especialmente irritante. “¿Qué le pasa a quién?”, pregunta Luis con cierta desidia. “La llevo llamando desde hace mucho rato y no contesta; ni por teléfono, ni al timbre, ¿que tenía que salir a algún sitio?; me dijo que esta semana se quedaría en casa descansando, que no tenía pensado ir al gimnasio…”, la voz de cucaracha de la suegra empieza a meterse en el cerebro de Luis y comienza a recordar algo de esta misma noche. “¿Qué pasó con la almohada anoche?”, piensa Luis mientras escucha las preguntas lejanas de su suegra. “¿Era una pesadilla aquello de la almohada?”, no puede responder a su suegra, y empieza a recordar qué había soñado esa noche.
Un grupo de chicas desnudas se abalanzan sobre la corbata verde de Luis. Él no sabe muy bien qué hacer. Está sentado en un sofá desconocido, tocándose la polla con dedicación mientras alguien le está invitando a salir de su casa. Todo le empieza a resultar muy extraño. Una de las chicas desnudas le dice algo al oído: “Vamos, tienes que matar a tu mujer y seré toda para ti”, Luis no lo piensa un instante. Medio dormido, aparta la cabeza de su mujer de la almohada. Con un ojo abierto y otro cerrado, le saca su almohada de la cabeza; y, en un ataque de ira repentino, empieza a apretar la cabeza contra el somier. La almohada tiene una forma anatómica que se adapta perfectamente a la cabeza de su mujer. Ella no se inmuta. Luis comprueba, todavía con un ojo cerrado, que su mujer no respira, que en realidad seguirá durmiendo el resto de su vida, y vuelve a adormilarse. Ha dejado el sueño en el mismo instante al que se vuelve a incorporar ahora mismo. Es una de las cualidades nocturnas de Luis. La chica les dice a las demás que desaparezcan de allí. Se quedan ellos dos solos. El sofá sigue siendo el de una casa extraña que nunca ha pisado Luis. Se aman con locura, desenfrenadamente, y la chica vuelve a decirle algo al oído: “Todo esto ha sido un sueño. Mañana, cuando despiertes, lo habrás olvidado completamente; hay una sola cosa que es verdad, pero ya será demasiado tarde”. 
Luis empieza a recordar todo lo que ha sucedido. La voz de cucaracha de su suegra sigue preguntando cosas sobre el paradero de su hija. “Creo que su hija se largó anoche de casa; me dijo que no quería saber nada más de mí. Cogió las maletas y se fue. Yo tampoco sé dónde está.” Mientras le va contando eso a su suegra, Luis ya ha colgado el teléfono. Le ha dicho a su jefe que tiene que ausentarse un momento de su puesto y va pensando la manera de librarse del cuerpo de su mujer muerta. 


Nació en Mataró (Barcelona) en 1974. Es el mayor de tres hermanos, aprendió a escribir para viajar y actualmente vive en Mawson Lakes (Australia). Considera que se equivocó de estudios tres veces, pero sigue pensando que cada día se puede aprender algo nuevo. Le gustan los libros que no entiende, en sus propias palabras: “esos que tienes que leer dos veces la misma frase para seguir sin saber qué te quiere decir el autor”. Finalista del I Concurso Litteratura de Relato, sostiene que su mejor premio es ver crecer a su hija Maia.  

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