sábado, 24 de junio de 2023

Café bajo sombrillas junto al Sena......Emerio Medina

Foto: Bianca Hugo
Y enseguida supo el extranjero que esa era la mujer que buscaba aunque el mulato que proponía puros cubanos originales a buen precio señor estuviera hablando de una prima que tenía aquí mismo en la otra cuadra esta misma noche usted verá y hacía un esfuerzo por desviarle la atención por obligarlo a mirar hacia otro lado por quitarle del campo de los ojos esa visión de la muchacha que llevaba horas caminando y se había detenido un tiempo suficiente junto a la barra de un café al aire libre en la calle Obispo bebía un refresco una gaseosa la primera del día la única después de tanto rato bajo el sol hurtando el cuerpo esquivándose de las miradas peligrosas eludiendo a los policías que hacían sus rondas en la acera y ella sólo podía esgrimir un trozo de silencio una sonrisa para todos una manera de observar el mundo desde un ángulo difícil a veces con el brillo limpio abierto centelleante de las pupilas que absorben y devuelven sin vacilación y a veces con el velo opaco tenue imperceptible de los ojos que se han cansado de mirar pero la pose limpia y la esbeltez de la figura avisaban de una conversación inevitable los zapatos de tacón alto y el vestido tan fino y ajustado avisaban de algo también la cartera de cuero sólo podía contener los accesorios indispensables cuando ella se corrió a un lado para dejar pasar a los chiquillos que jugaban a los buenos y a los malos al policía y al ladrón al bandido y al héroe el extranjero entendió que el momento era bueno sólo desprenderse  del  mulato  que  seguía  hablando  de  una
prima tan joven y tabacos de marca de primera calidad señor podía decir que el negocio no le interesaba en realidad lo dio a entender lo dijo en esa forma clara no me interesa no quería complicarse el primer día de estancia en la Isla sólo apartarse del mulato llegar hasta la barra y hacer un movimiento con la mano para que la muchacha entendiera ella entendió cuando el extranjero lo hizo y sonrió ampliamente en una forma de decir que estaba libre que podía ser abordada sin miramientos que terminara de una vez con el rodeo molesto que prescindiera del preámbulo innecesario y se acercara sin pena y le dijera lo que tenía que decir él se acercó y dijo Hola en esa forma espontánea en que los holas se dicen una inflexión sin demasiados compromisos acaso un saludo ambiguo y natural que sólo busca entablar un diálogo inofensivo y abrir las puertas a eventos posteriores puede que más personales y comprometidos pero lejanos todavía inadvertidos para alguien que no estuviera en el juego de las palabras y no siguiera la evolución de las cosas por considerarlas ajenas y poco interesantes pero eso estaba por verse y el extranjero pensó que no perdería nada si saludaba con un hola afectuoso a la manera de un desconocido que llega al bar y le dice hola al vecino de mesa y ella dijo Cien dólares papi con la prontitud de quien no quiere ser tomado por otra cosa y adelanta una respuesta antes de ir más allá en la conversación y el extranjero se detuvo en el momento de abrir la boca se tocó la billetera en el bolsillo quiso decir No entiendo y hacerse el bobo y adelantar una salida improvisada una sonrisa podía ayudar en ese caso una frase cualquiera de las que un hombre de treinta y dos puede esgrimir ante una una niña porque ella era una niña le brillaron los dientes en la luz mortecina del sol en la calle Obispo del viejo barrio habanero como les brillan los dientes a las niñas movió los labios y los pies como una niña lo hubiera hecho lo dijo todo de un tirón como una niña mimada que pide su favor y se contenta con mirar el efecto de las palabras ella se quedó mirando el efecto de las palabras rebotaron las palabras en la cara del extranjero por un momento lo dejaron mudo por un tiempo brevísimo suficiente el extranjero se quedó callado ella esperaba algo mejor que un titubeo desacostumbrado en la reacción de un hombre de otro país un extranjero con recursos o tal vez lo parecía un turista recién llegado a la ciudad cómodamente instalado en un hotel de lujo con una cama blanda y un espejo que devolvía los contornos de una habitación climatizada o tal vez él era un funcionario un señorón acreditado en misión oficial que andaba por la calle Obispo en sus horas libres buscando una mujer y sabía los precios y la forma en que las cosas se hacen un español o un francés por la forma en que se vestía pero podía ser un italiano también y ella supo que era un español o un francés por la curvatura de los labios y el sonido inconfundible cuando él dijo Hola y se quedó esperando algo mejor que Cien dólares papi pero ella lo había dicho de un tirón para ahorrarse el preámbulo molesto Cien dólares papi dicho de esa forma rápida espontánea tropical pensó el extranjero y todo había quedado claro para la mujer y para el hombre.

Y enseguida supo el extranjero que esa era la mujer que buscaba porque ella era una mujer aunque tuviera en los labios y en los ojos la expresión de una niña que ya era una mujer y estaba en la calle Obispo en esa hora mágica de la tarde buscando algo que las mujeres buscan en la calle Obispo en cualquier calle de La Habana a cualquier hora del día o de la noche y había visto al español o al francés desde lejos se quedó mirándolo cuando cruzaba la intersección lo vio tomar Obispo desde el acceso de Bernaza seguir una amplia ruta entre las aceras y la gente arrastrando sus zapatos Dior o Chenmis o cualquier otra marca conocida comprados en alguna boutique de precios exclusivos en París o en Barcelona gastados en el centro de las suelas por ese cuidado extremo que los extranjeros recién llegados a la Isla ponen al caminar cuando andan por las calles de la Habana Vieja pero ella era una mujer y no le importaron las suelas gastadas ni la marca de los zapatos y estuvo al tanto de todo el largo recorrido que llevó al extranjero hasta el lugar donde ella había decidido pasar los últimos quince minutos de la espera antes que algún policía demasiado riguroso se atreviera a preguntar lo que los policías quieren saber cuando se acercan y miran y preguntan y piden el carné y ponen esa cara de policías dedicados y le hubiera dicho al policía que sí definitivamente sí ella era una mujer y quería esperar quince minutos podía esperar eternamente hasta que el extranjero que iba bajando por Obispo se desprendiera del mulato que seguro le estaba proponiendo algún negocio de tabacos clandestinos y se cansara de mirar a los chiquillos que jugaban en la calle y pedían un peso por favor señor al extranjero alto que miraba o parecía mirar los cristales que exhibían cualquier cosa ropa de importación y zapatillas de marca junto a los símbolos nacionales las guitarras trabajadas a mano las maracas pintadas con caracolas y palmas los humidores cincelados en cedro que podía ser cedro verdadero podían ser de caoba o granadillo también o podían ser una falsificación aunque tuvieran las marcas de la fábrica y los cuños oficiales y se acercara porque tenía que acercarse y se fijara en ella porque tenía que fijarse y le dijera las cosas que los extranjeros dicen con su voz importada de países de hielo con su ligero acento de latitud lejana cuando andan dando vueltas por la ciudad descolorida cansados de mirar las mismas caras oír las mismas voces oler el mismo aire que la ciudad ofrece en cada esquina y se encuentran una mujer que les gusta y no pueden apartar los ojos del vestido de la piel morena de la figura grácil que espera un momento único en el día un rato mágico en la tarde un gesto breve que quiere decir más de una cosa dos palabras pronunciadas en una sola expiración que avisa de una hora un precio un lugar tibio y los extranjeros se vuelven locos y deciden que esa mujer les gusta de verdad proponen lo que ella esperaba que el español propusiera si acaso era español o si francés o si italiano joven que se veía muy alto bajo la luz de Obispo y andaba buscando una mujer que le gustara y ella era esa mujer que el español o el francés buscaba y había dicho Cien dólares papi con las mismas ganas que le hubiera dicho Dame un beso al extranjero alto rubio casi moreno a esa hora porque el sol ya moría sobre las casas de una planta ella se había quedado esperando la reacción y se quedó pensando que mejor hubiera dicho Dame un beso al italiano español francés joven y alto que gastaba muy bien las suelas de sus zapatos Dior o Chenmis y ocultaba su rostro de español o de francés tras los cristales oscuros de sus espejuelos que no dejaron ver el color de sus ojos ni la tonalidad ni el brillo ni quizá el descontento y la rabia del español o del francés cuando ella dijo Cien dólares papi en lugar de decirle Dame un beso y el extranjero no supo qué decir y se quedó mirando los cristales de Obispo las luces que iban cambiando con la tarde perdiendo fuerza quizá reuniendo los cuerpos en una sola masa compacta y uniforme junto a las paredes y miró a los ojos de la muchacha y se miró los zapatos después buscando una respuesta en ellos evaluando el dinero que tenía en el bolsillo decidiendo si podía pagar si en realidad quería y respondió por fin Hoy no puede ser tengo otro compromiso y ella encogió los hombros se quedó callada porque tampoco supo lo que debía decir ni lo supo después cuando el extranjero adivinó que debía irse alejarse dejarla sola y volver con el mulato que había ofrecido los tabacos y había hablado de un negocio bueno un asunto prometedor un número infinito de cajas de puros de primera calidad que seguro se venden muy bien en Barcelona señor y esperaba en la acera junto a los cristales sacando cuentas los dos el extranjero y el mulato pensándolo todo bien cuando cruzaban la calle y el mulato hablaba de esa prima que tenía tan cerca diciendo que era la mejor que podía hallar en La Habana que no mirara otra mujer y no se iba a arrepentir ni a olvidar que le hizo el favor de conectarlos señor porque ustedes se merecen y el extranjero saco sus cuentas otra vez se alejaba ya con el mulato y dijo que el negocio le cuadraba porque sacó sus cuentas y era verdad que se ganaba algo mucho bastante suficiente vendiendo los tabacos en Barcelona o en París y quizá podía sentarse una tarde en un café bajo sombrillas junto al Sena con el tibio sol del verano francés asomando entre la armazón de la torre y recordar otra vez a esa mujer que sonreía junto a la barra y le dijo Cien dólares papi o sería mejor mucho mejor tenía que ser mejor volver a Obispo sin regatear el precio con el dinero abundante con el negocio hecho y los tabacos vendidos en Barcelona o en París definitivamente era mejor una tarde cualquiera aparecerse en la esquina de Bernaza y esperar que fuera el mismo sol en los cristales para llegar hasta la barra tocar la billetera asegurarse de que tenía dinero suficiente y decir Hola en esa forma afectuosa franca desenfadada en que los holas se dicen.


Y enseguida supo el extranjero que esa era la mujer que buscaba cuando estaba lejos ya con el mulato pensando que el negocio prometía calculando ese próximo viaje hasta la barra del café en Obispo y se volvió y miró atrás pidió disculpas al mulato que seguía ofreciendo sus tabacos y una prima que vivía muy cerca usted verá señor pero se desprendió otra vez se volvió al café se le detuvo al lado a la mujer que había terminado su refresco y miraba que el extranjero regresó y se detuvo al lado y se atrevió a preguntar Cómo te llamas y ella volvió a enseñar los dientes le brillaron los dientes como los dientes de una niña movió los pies y apretó la cartera entre los dedos dando a entender que decir el nombre no resultaba en lo absoluto una molestia ni debía preocuparse el extranjero rubio alto español francés casi moreno con el sol muriendo ya por el fallido intento de un segundo atrás cuando él se quedó sin entender y puso la cara de disgusto que los extranjeros ponen cuando las cosas no salen como las pensaron y ella dijo el nombre y volvió a abrir la boca enseñó los dientes otra vez para decir un dato adicional y necesario Puedes buscarme aquí si te interesa si de verdad quería si le gustó esa mujer que sonreía en la barra si en realidad tenía en los ojos y en la boca ese deseo de los hombres que llegan al Caribe buscando una mujer y lo tenía de verdad lo dejaba entrever lo demostraba en esa forma de mirar con los ojos en ángulo con el ligero guiño que servía como defensa natural ante la luz viscosa que moría poco a poco cuando el extranjero se alejó cruzó la calle y volvió a chocar con las esquinas descoloridas de los barrios de la Habana Vieja con el mulato que se apuró porque ya casi habían cerrado el trato de unos tabacos de marca conocida que se vendían muy bien en Europa señor usted verá y definitivamente sí estaba seguro de que los tabacos se vendían muy bien en Madrid o en Barcelona preguntándose cuántas cajas en total y cuánto en total le costaría esa operación si sería bueno el negocio y rápido todo aunque el mulato siguiera hablando de una prima que vivía muy cerca y él tenía en los ojos esa visión futura inevitable casi cierta de un café junto al Sena y esa mujer que le dijo Cien dólares papi con vestido y tacones con el contraste de la piel sentada bajo sombrillas en Paría tomándose un refresco también mirando al extranjero con su pose de estatua bajo el tibio sol del verano francés que asomaba entre la armazón de la torre.


Y enseguida supo el extranjero que era esa y no otra la mujer que buscaba cuando volvía esa noche de la casa del mulato de cerrar el negocio y regresaba a pie hasta la calle Obispo y bajaba hasta la esquina de Bernaza despejaba un poco la cabeza y las cosas porque no era lejos y el mulato había insistido demasiado esa tarde cuando le hablaba de las ventajas de esa operación segura y de la prima que merecía esas atenciones que le debe un extranjero a una mujer como ella y se fue sin saber el nombre de la prima sin preguntar los precios sin fijarse demasiado en las calles estrechas porque tenía esa visión de un café en París bajo sombrillas junto al Sena mirando la armazón pesada de la torre y los ojos de esa mujer que parecía una niña le habló como una niña le había dicho Cien dólares papi como una niña lo hubiera hecho y ahora el extranjero retornaba al breve espacio de la calle iluminada al sitio mágico donde vio a esa mujer volvía después que se alejó del barrio oscuro maloliente donde vivía el mulato salió a la avenida y tomó la calle Obispo otra vez bajando siempre y alejándose del negocio de las cajas de puros del dinero futuro y de la prima sin nombre revisando con los ojos la gente que deambulaba o parecía deambular en las aceras junto a los cristales apartaba la mirada de la masa de cuerpos jóvenes viejos morenos blancos saludables que ofrecían algo con los ojos o hacían una seña conocida tan fácil de entender un gesto con los brazos un semicírculo que quería decir qué desea el señor qué cuerpo quiere en esta su primera noche en la Isla qué figura prefiere en esa habitación climatizada en esa cama blanda dura del hotel frente a ese espejo que devuelve los contornos en ese aire denso que obligará a los cuerpos a sudar a diluirse a dejar en el ambiente los olores del sexo los sabores del sexo las mecánicas del sexo que una mujer experta ayuda a conocer pero él no buscaba una mujer cualquiera él pasaba los ojos entre los cuerpos y la gente deteniéndolos un poco en los accesos junto a las aceras y los cristales que ocultaban seguramente ocultaban nerviosamente ocultaban una figura específica una que dijo Puedes buscarme aquí si te interesa y ahora no estaba en la calle no era ella quien se ofrecía en los claroscuros de las casas en los bordes salientes ligeramente fríos y duros de las esquinas el extranjero se tocaba los bolsillos y era mejor que ella no estuviera más junto a la barra del café al aire libre en la calle Obispo tomándose un refresco eludiendo a los policías absorbiendo con los ojos al extranjero que bajaba descalzo en esa forma tan peculiar de los extranjeros cuando andan por Obispo de noche buscando una mujer y se quitan los zapatos porque los zapatos molestan y era bueno que ella no estuviera que se hubiera ido ya que no se viera su cuerpo grácil moreno desde la esquina de Bernaza cuando el extranjero se sentó en la acera y masajeó los pies y miró otra vez hacia la barra del café buscando a esa mujer de la calle Obispo por la tarde cuando el mulato hablaba del negocio y de la prima y de las cajas de tabaco y el extranjero apretaba el dinero en el bolsillo después que ella dijo Cien dólares papi y él se había tocado los bolsillos también pero pensó que era mejor hacer el negocio que proponía el mulato y lo siguió esa tarde por calles estrechas malolientes con el sol muriendo entre las casas semioscuras recordándole que ella dijo los precios pero se había quedado mirando al extranjero demasiado tiempo con demasiados ojos con demasiadas ganas aflorando entre los dientes pidiendo por favor que le dijera algo que la buscara en la calle Obispo de la Habana Vieja en el mismo lugar cuando quisiera bajo el toldo entre las sombras densas que ocultaban su rostro lo alejaban del extranjero lo apartaban hasta una distancia inalcanzable y el mulato insistió otra vez en esa prima y el negocio que usted verá señor cuando avanzaban por un barrio infestado de perros de mulatos de figuras que parecían reír o de verdad reían y se rieron otra vez en la oscura habitación de una casa sin ventanas sin asientos sin pintura sin personas mirando sin entradas ni salidas sólo el mulato los mulatos las figuras sin nombre y el cuchillo la pistola el garrote en el aire la sorpresa final con los ruidos que subían desde la calle se dibujaban los contornos contra los cristales mulatos blancos negros todos reunidos en una solo masa homogénea de los cuerpos contra los cuerpos difuminados en la luz escasa inalcanzables para el extranjero descalzo sin espejuelos sin billetera en el bolsillo que rumió entre los dientes y la lengua una maldición última y pesada y miró el lugar vacío junto a la barra del café en la calle Obispo donde ella había dicho Cien dólares papi pero había mirado con otros ojos y él entendió que podía volver después más tarde un día cualquiera un viaje próximo un dinero necesario en los bolsillos y reunirse en la tibia intimidad de un café bajo la torre de París.


Y enseguida supo el extranjero que esa era la mujer que buscaba cuando ella dibujó una sonrisa en sus labios de niña de mujer de mulata joven contra los tibios rayos de verano francés en un café bajo sombrillas junto al Sena ella quería dinero para comprar un helado una cesta de manzanas un coctel de frutas del Caribe y recordaron los dos al mulato que ofrecía su negocio falso y ella rió otra vez porque él andaba descalzo ella andaba descalza también y dijo Donnez-moi de l’argent mon chéri y él enseguida supo que era ella la mujer que buscaba.


2 comentarios:

  1. Repetición asumida, a veces el extranjero sí sabe que esa mujer es la que andaba buscando.

    Un abrazo

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    1. Síiiii, sí lo sabe, Albada, y más le valdría haber hecho caso a su intuición -y a su corazón- desde un principio. Un fuerte abrazo

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