Finalista del III Concurso Litteratura de Relato
El cuarto de profesores
está en la esquina del ala sur, la más luminosa. Las ventanas de un lado dan al patio de recreo y las del otro a un jardín amplio y con
árboles no muy altos, arbustos y setos formando un pequeño
laberinto, y muchas flores, ahora, en primavera. Por la mañana,
cuando Cristina abre la verja de la entrada, ya ha revisado el
edificio, levantando persianas y encendiendo luces. De vez en cuando,
cambia la manguera del jardín de sitio, para que vaya regándose
cada zona.
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Portada de El pequeño ruiseñor |
Julio encuentra el café
hecho y la mesa preparada con los dulces de horno que ella compra
antes de abrir el instituto. Se asoma a una de las ventanas del
jardín. Aún falta un rato para que empiecen a llegar los chicos.
Observa a Cristina, que mueve la boca de la manguera, quita unas
flores secas, limpia la barandilla de la rampa… No sabe estar
quieta esta mujer, piensa. Y suspira mientras la imagina en su vida
diaria, de mujer soltera, sin hijos, sola en su casita pequeña de
conserje, probablemente haciendo punto frente a un televisor siempre
encendido, con un puchero pequeño borboteando en una cocinilla
antigua de butano.
Abajo, Cristina riega con
mimo su joven ginkgo, que plantó hace cinco años en sustitución de
un viejo ciruelo moribundo. Un arbolito que compró a la vuelta de su
segundo viaje a Pekín, donde, bajo uno de ellos, escuchó recitar
unos versos de Duo Duo que decían: «La reconstrucción es cosa
eterna del crepúsculo. / Y el futuro irrumpe en nosotros como
ejército.»
Cristina ha viajado tres
veces a China. De vuelta no trae abanicos, sino libros de poesía. Ha
aprendido a leer en su lengua, aunque se pierde con algunos
significados complejos. Pero ya se atreve a llenar su cuaderno de
viajes en ese idioma.
Cierra la manguera y la
recoge en su sitio. Ve a Julio tras el cristal de la ventana de la
sala de profesores. Siempre llega el primero. Oye las voces de los
demás, que entran desde el aparcamiento. Es hora de abrir la verja.
Es hora de cerrar la
verja. La jornada laboral de Cristina ha terminado. Entra en su
casita pequeña de conserje. Pone agua a hervir para el té y prepara
el atril y los útiles de escritura.
Escribe desde el
atardecer hasta que la vence el sueño:
«Muere el crepúsculo.
Han vencido la noche y el futuro.
»La muerte vendrá un
día. He de contar lo que sé.
»La primera vez que vi a
los hombres que paseaban pájaros en el Parque Ritan, en Pekín,
recordé el cuento de Andersen, «El pequeño ruiseñor». Un cuento
bien conocido, en el que un ruiseñor salva la vida del Emperador de
China, a pesar de que éste lo había despreciado, prefiriendo a un
ruiseñor mecánico que cantaba siempre lo que se esperaba oír de su
mecanismo. O que cuenta muchas más cosas, según cómo se lea, o
según quién lo lea. En la edición que poseo, una para niños de
una colección que compré para leer a mis sobrinos cuando me los
deja mi hermana a dormir en casa, de formato pequeño y preciosamente
ilustrada por Lisbeth Zwerger, cuando el ruiseñor auténtico se
queda en palacio, le permiten salir de vez en cuando, acompañado por
doce cortesanos, cada uno de los cuales sujetaría una cinta de seda
atada a sus patitas. Hay un maravilloso dibujo de ese momento.
»Los hombres que pasean
pájaros en el Parque Ritan siguen una antigua tradición que fue
suprimida durante la Revolución Cultural. Cuando supe esto, no fui
capaz de entender la razón. Pero eso me sucede relativamente a
menudo. Para los hombres que lo hacen, además de una actitud
elegante, les permite tener una razón para salir, hacer un poco de
ejercicio, encontrarse con amigos, quizá echar una partida a algún
juego… Y, por supuesto, lleva aparejado, como cualquier otro hobby,
un mundo de posibilidades: distintas razas de pájaros, de colores,
formas y tamaños espectaculares, o con habilidades canoras
magníficas, que, a su vez, necesitan jaulas con sus accesorios,
alimento y suplementos. Todo un mundo sobre el que comparar,
discutir, presumir, etcétera. Al fin y al cabo, no es escuchar el canto
del ave lo que llama a aquellos que le dedican su tiempo y su dinero,
sino la parafernalia social que se organiza a su alrededor.
»Como casi todo en este
mundo, da igual el país, su cultura, sus tradiciones… Al final,
todos nos parecemos unos a otros.
»Y, como en el cuento de
Andersen, a todos nos iguala la Muerte, salvo que tengamos un
ruiseñor especial, alguien que nos ame por encima de todo, quizá
porque un día agradeció las lágrimas que derramamos por recibir
sus dones.
»Una vez que comprendes
esas dos cosas y las pones en tu vida en el lugar que les
corresponde, es probable que no te interese competir por el plumaje
de un pájaro, ni por la longitud del mástil de un velero, ni por la
cantidad de libros de tu biblioteca. Yo, por mi parte, he encontrado
la felicidad en la lectura de unos versos, en la conversación amena,
en aprender por el propio gusto de entender. La muerte vendrá un día
y, quizá, podremos hablar un rato juntas sobre lo que ya no podré
transmitir a nadie. Espero recibirla con el pelo recogido y la ropa
limpia, a la luz de un crepúsculo infinito, en un silencio sólo
roto por el lejano canto de un ruiseñor en el parque, y que, antes
de llevarme, me diga quién me recordará con amor al menos esa
noche.»
A la mañana siguiente,
ve de nuevo a Julio, mirándola en la ventana de la sala de
profesores.
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Cristina Cifuentes Bayo |
* Nació en Madrid en 1960. De formación administrativa, vive en un pueblo cercano a Zaragoza, La Puebla de Alfindén, donde puede practicar sus tres aficiones favoritas: la escritura, la fotografía y la bicicleta. Lectora voraz desde la infancia, comenzó a escribir "hacia fuera" alrededor de 2009. Su formación es casi autodidacta: realiza cursos y talleres literarios, participa en encuentros con autores y grupos de escritura, y colabora con asiduidad en diversas publicaciones digitales: Canal Literatura, Blog de los escritores inéditos, Madriguera de Historias... Ha publicado cuatro relatos en Ia I y
II Antologías de El corral de las palabras, un relato en Mayores
sin reparos, y otros cuatro en antologías de Valencia Escribe. Ha sido galardonada en numerosos concursos: finalista del Premio Volkswagen-Qué Leer de novela (2009), cuatro premios en los Concursos Literarios La Puebla de Alfindén y otros cuatro en los Concursos CPEPA Alfindén, Mención de Honor en el I Concurso y ganadora del II Concurso NOCHES DE BV80 (2012 y 2013), Primer Premio de la Editorial Sobre Líneas (2012), Segundo Premio de relato en el I Premio Fundación Julia Donald (2014), ganadora del X Certamen Asociación Canal Literatura (2014), del Concurso Érase otra vez de Aragón Radio (2016) y del Concurso Pippa & Cochomata (2017), finalista del Certamen de Literatura “Miguel Artigas” (2017), mención especial en el 15 Concurso El coloquio de los perros (2018) y ganadora del Bente d’Abiento (2018). También fue finalista del VIII Certamen Poemas sin rostro. Asociación Canal
Literatura (2014). Acaba de publicar su primera novela, El blues de la luna sin humo (Donbuk, 2018), obra ganadora del II Concurso de novela tucoachliterario.com. La puedes seguir en su página web www.irae.es. Finalista del III Concurso Litteratura de Relato.
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