domingo, 24 de agosto de 2025

Sonata de otoño......Mª Isabel Gracia Victorio*

Finalista del V Concurso Internacional Litteratura de Relato  

Foto: CoffeeAndMilk (istockphoto), Hermosa mujer tocando el violín
Un grillo chirriaba en solitario, como si se hubiera propuesto un concierto aquella primera noche de otoño. Marta, sola y sentada en el balcón, disfrutaba con la luz de la luna llena que caía sobre el mar, formando una imagen más típica de un cuadro que de la realidad. Tenía un libro en sus manos; hacía un rato que lo había terminado, pero se negaba a dejarlo en el estante. La última hora había estado leyendo con la mezcla de la alegría por el final de la trama y la tristeza por dejar a su compañero de las últimas semanas. Generaba una relación de amor con los libros, se convertían en sus amantes; los leía, los disfrutaba y los sufría a partes iguales. El ritual estaba claro, llegaba a casa a las seis de la tarde y, si el tiempo lo permitía, llenaba tres dedos de una copa de vino, y se zambullía mediante el paladar y la vista en una nueva vida, diferente, donde ella, afortunadamente, no era la protagonista.
          Cada libro le pedía una variedad de vino, era un placer que había descubierto en una extraña tienda que habían abierto hacía un año justo debajo de su casa, “La Bino-teca”. Allí, una mujer de unos cincuenta años con camisa y americana te recomendaba los mejores vinos de su despensa; al lado, otra que debía rondar los cuarenta, con un piercing en el labio, te acompañaba hasta el estante y te daba el libro que combinaba mejor. También se podía hacer a la inversa, tomar un vino y acercarte a Teresa para pedir el conjunto en letras. Hacían una extraña pareja local, con una línea de negocio innovadora.
          Cuando Marta compró “Matar a diecisiete” de Sergi Belbel, se llevó Fosca negra, un vino mallorquín del que nunca había oído hablar; otro día, mientras se paseaba por la despensa, le robó la mirada Can Sumoi de La Rosa, una botella especialmente curiosa que contenía un rosado delicado; cuando lo cogió, y sin reclamar, Teresa se presentó con “32 de marzo” de Xavier Bosc, y mientras hojeaba La pasión según Renée Vivien”, de Maria Mercè Marçal, un Vol d'Ànima (Vuelo de Alma) de Raimat, ecológico, fue a parar a su cesta.
         Aquel era su cuarto libro bautizado con vino, y ahora, terminado, el olor a mar le llegaba intenso, junto con la brisa que hacía sentir un poco de fresco en esa primera noche de la estrenada estación.
      La siguiente pareja de baile era una sorpresa, había sido un regalo de cumpleaños de Maribel, su hermana, y todavía no había abierto el paquete. Tenía ganas de empezar una nueva aventura, pero el regusto agridulce de la última novela todavía se paseaba por su lengua; demasiado precipitado iniciarse en una nueva relación, demasiado inmediato, necesitaba hacer el duelo, y entonces se dio cuenta de que la culminación de la lectura no se había armonizado con el final de la bebida, y la botella todavía guardaba parte del elixir en su interior; en cuanto se levantó, rebautizó la copa que había quedado desnuda, y en un ataque de nostalgia fue a buscar el violín. No tocaba desde que su hija había muerto hacía cinco años, la música se la recordaba, la quemaba, le obligaba a entrar en el recuerdo de la carencia, del dolor, y no solamente la música clásica, sino cualquier canción.
         Fue el violín el que le cogió las manos, fue el violín que le obligó a tocarlo, y a medida que el tinto caía por su interior, las lágrimas empezaron a bajarle por la cara. El cuerpo se movía mientras las manos se paseaban cogiendo el arco, y “Por una cabeza” sonaba dentro y fuera de su cuerpo. Un baile entre el arco y la copa culminaron el tango, un jazz y una pieza clásica; la música empezó a formar parte de ella, y volvió a amarla como antes, con cada sorbo suave de aquel tinto que le llenaba el corazón y la vaciaba del agua tanto tiempo acumulada, de la tristeza pegada, escondida, que se había mantenido en la sombra, haciendo de ella una oscura superviviente casi muerta.


Cuando el vino acabó, cuando la música llegó al final, se acercó a abrir el regalo. El desconsuelo estaba presente, pero una pequeña ligereza, quizá por las lágrimas derramadas, por la tristeza desenmascarada, por la exposición del dolor, la hacía sentir un poco mejor, o quizá solamente la hacía sentir, y eso era suficiente.
      Llàgrimes de Tardor (Lágrimas de Otoño) era el vino escogido, y al lado, un libro en blanco le acompañaba. Entonces entendió el mensaje, entendió el llanto, las lágrimas de otoño que le ayudarían a vaciarse de su historia, para deshacerse de ella, para eliminarla y guardarla, para que los años que todo lo borran no pudieran con ese recuerdo, el recuerdo de la hija perdida que quedaría para siempre, enjaulado, entre las páginas de aquel tomo.
           Y empezó a escribir. 


Mª Isabel Gracia Victorio
*Se define como escritora de vocación (en catalán y castellano) y psicopedagoga de profesión, y trabaja en el IMET (Instituto Municipal de Educación y Trabajo) de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Ha obtenido diversos premios: ganadora del Premi Literari Primavera 2007, del Premi Literari Hospital de Santa Creu i Sant Pau de Barcelona (2008), Concurs Literari Sant Jordi (2008), Somnis Daurats de Tardor (2008), Narcís Lunes (2013) y Vila de Lloret (2014), Segundo Premio en Homilies d’Organyà (2007), Tercer Premio en el Certamen Castellar Joan Arus (2007 y 2008) y en el Premi literari Miquel Bosch i Llover (2007), accésit en el Premi Josep Trench Odena (2007), Premis Gesbert (2008) y Certamen literari en llengua catalana (2008), y finalista del Premi Vent del Port (2000), del Premi Mercè Rodoreda (2006 y 2008), Premi Hospital de Santa Creu i Sant Pau (2006), Premi el Drac de la Trinitat (2006) y Premi Víctor Mora de narrativa breu (2007). Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Relato.


 

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