viernes, 1 de mayo de 2020

Entrevista de trabajo......Jordi de Miguel

¡Feliz Día Internacional de l@s Trabajador@s!

Foto: Pieter Paul Rubens,
San Ignacio de Loyola
—Hoy en día parece que el mundo se ha vuelto loco, ¿no crees?
             —Hombreee... —medio concedí, mientras me acomodaba en la ancha silla de roble.
            —¡Y dicen que es que estamos en crisis! Te voy a decir una cosa: ¿sabes por qué estamos en crisis?... ¡Porque se han perdido los valores! No es un problema económico, noooo, ¡es una crisis de valores! —enfatizó, dando dos golpecitos con el puño sobre la mesa, como si estuviera llamando a la puerta—. Se ha perdido la ética, la moral, el respeto a la familia, la religión, las tradiciones, ¡se ha perdido el magis ignaciano! —Y aquí abrió las manos, mirando al techo. Ahí va la hostia, a saber lo que era eso—. Hoy en día, la gente sólo piensa en el vil metal, y más en España, y así nos va... Todos me preguntan: “¿Cuál es el sueldo?” ¿Cómo que cuál es el sueldo?... Pues el del convenio de la escuela concertada, ¡ni un duro más! ¡Y ya puedes darte con un canto en los dientes, que si por mi fuera...! Ojo —y el hombre alzaba un grueso dedo índice—, hasta que demuestres tu vocación de servicio. Siempre se lo digo a mis alumnos: Si alguien empieza preguntándome “¿Cuánto cobraré?”, ¡ya no le contrato! Yo lo que quiero ver en un docente son cuatro cosas —y, a medida que las enumeraba con los dedos, se iba exaltando—: obediencia a sus superiores, vocación de servicio: la misión fundamental de todo hombre sobre la Tierra, capacidad de organización y, sobre todo, voluntad de trabajo, trabajo, ¡TRABAJO!
              Y extendía los brazos con las manos abiertas, diríase que en una mala imitación del cristo de madera que presidía el amplio despacho, junto a la reproducción de un cuadro de Rubens: un calvorota vestido con una casulla escarlata recamada en oro, que parecía mirar al cielo con tristeza.
            Madre mía, pensé, ¿con qué clase de loco me he topado?... No, si la culpa era mía por fiarme de la nomenclatura: había echado el currículum a todos los institutos privados concertados de Barcelona, pero eso sí, evitando con sumo cuidado los que se llamaban sagrado corazón o inmaculada concepción, Las Salles, los salesianos, jesuitas, escolapios o maristas, y los que tenían nombre de virgen, santo o abad... ¡y resulta que la “Escuela Politécnica Profesional del Clot” era una guarida oculta de los jesuitas! ¡Muy propio de ellos, esconderse bajo un título laico!
            —Te voy a ser muy claro —prosiguió el director de la Politécnica, ya más calmado, desde el otro lado de la robusta mesa de roble macizo sobre la que descansaban los dos folios de mi currículum—: tienes una cosa a favor y otra en contra: tienes a tu favor que en poco más de... ¿dos años?
             —Dos años y un mes —me apresuré a aclarar.
       —Pues eso... has trabajado en siete u ocho centros diferentes, de localidades distintas, y estás acostumbrado a ir arriba y abajo para hacer sustituciones de pocos días... ¡Eso me gusta, eso me gusta! ¿Ves?, eso habla muy bien de ti: eso es vocación de servicio. —Y dio otro golpecito sobre la mesa. ¡Vaya, hombre, y yo que pensaba que eso era precariedad laboral!—. Porque te seré franco: esto es lo que necesito, estoy muy contento con la plantilla que tengo, por algo la he seleccionado yo —remarcó. Miedo me daba el proceso de selección—, pero siempre hay que ser previsor, y de cara al curso que viene, nunca está de más tener a mano a un sustituto por si algún profesor de Ciencias Naturales o de Tecnología pillan la gripe en invierno, ¡Dios no lo quiera!... —Se santiguó, hizo una deliberada pausa y me miró a los ojos—. Pero tienes una mancha negra en tu expediente.
            Aquí ya flipé pepinillos. No pude evitar que se me escapara un “¿Cuál?”
            —¡Que siempre has trabajado en la escuela pública! —me espetó—. Sí, sí, no me digas nada... ¡Venís envenenados de la pública! Siempre he tenido problemas con los profesores que vienen de la pública.
            No me extrañaba.
            —¿Y sabes por qué?... ¡Porque no tienen voluntad de servicio! Y si alguna vez la tuvieron, la pierden en cuanto pasan a ser funcionarios y ¡hala, ya tienen trabajo fijo para toda la vida, hagan lo que hagan! No falla: ¡todos, todos los funcionarios se acaban convirtiendo en holgazanes! Vuelva usted mañana, ja... Y te voy a decir una cosa: ¡eso lo promociona el gobierno! —Esta vez el golpe fue seco y brutal, con el canto del puño—. Si queremos que España llegue a alguna parte, ¡lo primero que debería hacer el gobierno es echarles a todos a la calle! Hay que acabar con la estabilidad laboral: en cuanto empieces a perder la voluntad de servicio, ¡a la calle, que hay muchos parados! Pero, claro, con el gobierno que tenemos... ¡Ja, estos socialistas corruptos!... ¡Dios mío, no me extraña que estemos en crisis!
            Claro, como si la recesión no fuera internacional: ¿el señor director habría oído hablar de la guerra del Golfo y del estallido de la burbuja inmobiliaria en Japón? ¿De los ataques especulativos contra las monedas más débiles del Sistema Monetario Europeo: la libra, la lira, el escudo, la peseta, ¡y hasta las monedas escandinavas!, que iban cayendo como moscas sin que Alemania moviera un dedo por evitarlo?... Pero no le dije nada porque el tío ya estaba desatado, explayándose en un largo discurso que no me atreví interrumpir (las cosas que hay que hacer para conseguir trabajo), un discurso a favor del libre mercado, la iniciativa privada y la privatización de toda la Res publica, empezando por la enseñanza, que como yo bien debía saber...
            —¡Todos, todos los centros docentes tendrían que educar en la fe de Cristo! Pero, hombre, ¡si es la única forma de educar en valores! Y te voy a decir una cosa: ¡es la única forma de acabar con la lujuria y la depravación de la juventud! —La hostia, pensé por un momento, ¿dónde está la cámara oculta?—. A las pruebas me remito: sólo tienes que ver a nuestros alumnos, ¡está demostrado que funciona! El estado que contribuya, que pague, está bien, pero que no se entrometa, que no fiscalice, que nos deje llevar la escuela a nosotros a nuestro modo, que somos los que sabemos, los que llevamos toda la vida dedicándonos a la enseñanza con vocación de servicio... Fíjate: la Compañía de Jesús desde el siglo XVI, ¿lo sabías?... ¡El Siglo de Oro español, ahí es nada!... ¡Más de cuatrocientos sesenta años nos avalan! ¡Más de cuatrocientos sesenta años contribuyendo al magisterio perenne de la Iglesia!
           Jooooder, esto no puede ser real, pensé, estoy viviendo un esperpento surrealista: ¡esto es una película de Buñuel y Fellini juntos! ¡Y con guión de Valle Inclán y Rafael Azcona! 
            Y yo que estaba contento, ingenuo de mí, de que me hubieran llamado tan pronto de un instituto... Hay que fastidiarse, ¡esto era lo único que me faltaba! No, si ya lo decía el bueno de Ken Loach: cuando estás en paro, todos los días llueven piedras.

2 comentarios:

  1. Hola Jordi, hace 7 años comentaste un escrito mío sobre Bukowski,http://lashuellasdelabestia.blogspot.com/2010/07/la-maquina-de-follar-charles-bukowski.html
    Hoy estaba recordando algunos textos y llegué hasta este blog, y veo que también escribe en él Ubaldo Olivero, con el compartí escritos y apartamento unos cuantos meses.
    Gran texto, escalofriante ¿no?, pero divertido. Saludos.

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    1. ¡Hola, Quique! ¿Qué tal, cómo va todo? Sí, Ubaldo es uno de los colaboradores habituales de "Litteratura", espero que ahora que nos hemos reencontrado, nos vayas siguiendo...
      Y me alegro de que te guste el relato, esta basado en una historia real, "escalofriante", como tú dices. Un fuerte abrazo

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