viernes, 11 de diciembre de 2015

Punto de cruz en blanco y negro......María del Carmen Rosselló*

Segundo Premio del II Concurso Litteratura de Relato

Foto: suicidas-con-sonrisas-falsas.tumblr.com
La fotografía en blanco y negro, chiquita, presenta a tres personas acostadas boca abajo, mostrando sus rostros a un cuarto que saca la foto. El lugar es el campo Covadonga, el recreo que tiene el Centro Asturiano en Vicente López, me resulta familiar porque aparece una especie de escenario de arquitectura típica asturiana, donde los gaiteros tocaban alegres melodías cuando yo era chica y mis padres me llevaban en verano, antes de que el río se convirtiera definitivamente en riesgoso hasta para sumergir un pie en él. Los árboles de la foto son pequeños, son álamos, algunos paraísos y están pintados con cal, el día es espléndido, posiblemente otoño o primavera, ya que mi madre trae un chaleco de lana pero está en manga corta, su amiga Egle lleva un pantalón largo y José, el novio de ésta, se encuentra entre las dos mujeres. ¿Quién sería el que sacó la foto? Probablemente mi abuela o mi abuelo, que solían visitar ese recreo y acompañarlos. El lugar está solitario, no se ven otras personas, y por la sombra de los árboles sería muy cerca del mediodía.
         Recuerdo los piletones para lavar la lechuga y las parrillas, y los escondrijos que encontrábamos siempre para ocultarnos y jugar. La piscina olímpica de pentagre celeste, a la cual jamás pude entrar por no saber nadar; y la mano de mamá apretando la mía, como lo hacía cada vez que cruzábamos la calle. Subíamos a la terraza del lugar para verlo a  papá cómo nadaba de bonito y, desde allí, sentirme la dueña del mundo porque digitaba la dirección de los autos que pasaban por la avenida del frente.
         En la foto, a mi madre se la ve muy feliz, posiblemente el que la sacó sería su novio en aquellos tiempos. Un marino sanjuanino cuyo nombre jamás se me reveló.           


Nada es más divertido que desenredar madejas de hilos para bordar, que fueron cortados, adrede o sin querer, en pequeños trozos de quince centímetros. Estos hilos los rescaté de un terrible incendio que sí fue adrede; cuando mi papá, el que nadaba bonito, los quiso quemar, con telas, lanas, moldes y revistas de moda, la escritura de su casa, dedales, trencillas, botones y demás chucherías que atesoraba mi mamá en el cuarto del fondo; ella había muerto accidentalmente hacía unos meses. Pasaron muchos años y no sé por qué motivo los guardé. Ahora se me dio por el punto de cruz y me propuse de alguna manera usar esos hilos para finalizar algo que ella había dejado empezado. Porque ¿para qué había cortado tantos pedazos de esa medida? Lo comprobé cuando empecé con mis lecciones de punto de cruz. “Hay que cortar las hebras para facilitar el trabajo” y desarmar el bastidor hasta el día en que se iniciará de nuevo la labor. En la maraña había hilos matizados y lisos, algunos me fueron familiares porque son los mismos de la carpeta con rosas sin espinas que tengo en mi mesa, ésa sí me la dio mamá cuando me casé. Esa carpeta primorosamente bordada era de su ajuar, como también me dio algo parecido a una pequeña sabana de granité con vainillas (no de las que se mojan en la leche) para cuando viniera el médico y necesitara escuchar los bronquios. Y de la carpeta con rosas sin espinas que tengo en la mesa pasé al ajuar que había preparado mi madre para casarse con ese marinero sanjuanino anónimo. Y a la carta que, adrede o sin querer, recibió durante ese otoño o esa posible primavera de la foto. Aquella carta, en cuyo sobre rezaba el nombre y la dirección de ella en Villa Urquiza, iba dirigida a José, el personaje que está entre las dos mujeres de la foto, que era también marino y compañero del innombrable sanjuanino. Allí le confesaba a su camarada, con palabras gruesas, de hombres, que no se pensaba casar, que ya había conseguido lo que quería y no tenía sentido postergar más el tema del matrimonio, que no le interesaban las ataduras, que como era marinero, en cada puerto se tiene un amor… y más. 
         Sé que mi mamá se quiso tirar bajo el tren, ése que para en Villa Urquiza, exactamente en Triunvirato, que fue muchas veces cuando salía de su empleo en la mercería, que miraba cómo se hundía en el empedrado la vía cuando pasaba el tren, y la chicharra, la luz roja..., y creo que también tendría sus manos frías porque no le quedaban más rosas sin espinas para bordar. ¿Tuviste miedo…?, le pregunté, ella me contestó que no lo hizo por mis abuelos.
         Pasó el tiempo y el mismo Centro Asturiano, pero el que está en capital federal, calle Solís, le dio al que nadaba bonito, el que quemó todas esas cosas de mercería. Y la vida siguió, adrede o sin querer, siguió y aquí estoy yo con estos hilos y el punto de cruz.


María del Carmen Rosselló
* Nació en San Antonio de Padua (provincia de Buenos Aires) en 1954 y actualmente reside en Carpintería (provincia de San Luis, Argentina). Escritora aficionada, ha publicado un cuento en la antología de Editorial Dunken (2015) y ha obtenido el Segundo Premio en el II Concurso Litteratura de Relato.

2 comentarios:

  1. Hermoso relato, María del Carmen; destila nostalgia. Sin dudas, mereces tu premio. Felicitaciones. Por cierto, en Caracas, donde vivo, surcan los cielos hermosos guacamayos o papagayos, no sé cómo las llaman allá, iguales a los que aparecen en tu foto. Son muy ruidosos y alegres.
    Una vez más, felicitaciones.

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  2. Relato emotivo y humilde. Me ha gustado mucho leerte y por su puesto, compartir contigo el podium del certamen. Saludos.
    Sergio.

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