Mención de Honor en el V Concurso Literario de Cuentos y Relatos de la Sociedad Italiana de San Pedro (Argentina)*
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Foto: Bartolomé Esteban Murillo, Vieja espulgando a un niño |
En
mil novecientos noventa y seis, cuando yo tenía ocho años, El
Cortico, alias Don Corto, alias Efrén Mosquera, mi papá y papá
de mis dos hermanas, fue acusado primero del delito de maltrato
infantil, y luego, revisado su expediente en segunda instancia y
escuchados los testimonios de Doña Celia y Narices, las matronas del
barrio, que le conocían y estimaban y admiraban su tenacidad y daban
entera fe de su devoción y respeto hacia sus hijas, fue declarado
culpable del delito de insuficiencia paternal en materia económica.
Por tal razón, con apego a la ley, las doctoras del Instituto de
Protección Familiar decretaron, dos puntos, tutelar mis derechos, es
decir sustraerme de mi hogar, desprenderme de los mullidos brazos de
El Cortico y darme en adopción a una familia solvente, y tutelar los
derechos de mis hermanas, una de las cuales permanecería junto a su
padre y la otra también sería dada en adopción… «Escoja usted,
Don Corto, con cuál de ellas se quedará, si con Tin-Marín o con
Do-Pingüé.» Efrén Mosquera respondió que le dieran un día para
reflexionar y despedirse para siempre de sus chiquillas… «A solas,
por favor, tengan un poco de compasión con este pobre padre, roto
por dentro»…
El
día, obviamente, no era para ningún reflexionar sino para escapar
de las garras sarmentosas de las doctoras, huyendo a un lugar del
mundo donde nadie nos tutelara, donde los cuatro pudiéramos seguir
siendo lo que hasta ahora, una familia unida y feliz que, a fuerza de
probar y corregir y probar nuevamente, había encontrado la manera de
hacer frente a los retos de la supervivencia con la consigna de
“despiójala, que yo te despiojaré”... «Tú a Tin-Marín y
Tin-Marín a Do-Pingüé y yo a ti, mi Cúcara-Mácara, y asina mis
tres chiquillas con la barriga llena y la cabeza libre de
parásitos»... Pero el día de tregua pasó y, como no pudimos
eludir el cerco impuesto por los sabuesos del Instituto de Protección
Familiar y El Cortico no supo decidir, las doctoras decidieron por
él… «Cúcara-Mácara al centro de adopción del norte, Do-Pingüé
al centro de adopción del sur y Efrén Mosquera en casa con
Tin-Marín. Comuníquese y cúmplase». Doña Celia y Narices
rezongaron y declararon que lo que nos hacían era una maldad bien
gorda, que ellas pondrían remedio al mal arropándonos y
adoptándonos, Celia a Do-Pingüé y Narices a Cúcara-Mácara, pero
no hubo caso, ellas eran muy viejas y tan o más insuficientes en
materia económica que Don Corto, así que tuvieron que agachar el
moño, no sin antes prometernos que harían hasta lo imposible por
juntarnos de nuevo… «Tengan paciencia, hijas. Les juro que ésta
será una separación tan corta para ustedes como su pobre y afligido
padre».
Llevaba
seis meses de estancia en el centro de adopción del norte, siendo
entrevistada por padres y madres que me encontraban linda y educada
pero, para mi fortuna, muy crecida y con convicciones demasiado
arraigadas, cuando un representante de la Defensoría del Pueblo,
conocido del novio de la nieta de la comadre de Narices, revisó
nuestro caso y solicitó una narración libre y espontánea de los
hechos por parte de las tres agraviadas, digo de las tres protegidas,
quienes, palabras más, palabras menos, dijimos lo siguiente en la
Corte de Apelaciones… «El Cortico se levanta todos los días a las
cuatro de la mañana a preparar el desayuno y el almuerzo de la
familia y a lavar la ropa sucia. A las cinco, una vez bañado,
despierta a Cúcara-Mácara, quien se encarga de empacar en sus
respectivas loncheras el almuerzo de su padre, el de sus hermanas y
el suyo propio, y de servir el desayuno para todos. A las cinco y
media, una vez bañada, despierta a Tin-Marín y a Do-Pingüé.
Tin-Marín se encarga de bañar y de darle el desayuno a Do-Pingüé,
y de lavar los trastes del desayuno. Do-Pingüé, por su parte,
tiende las camas. A las seis en punto El Cortico engancha a su
bicicleta un cajón con ruedas, donde pone a sus hijas para llevarlas
a la escuela. A las tres de la tarde, luego de estudiar,
Cúcara-Mácara recoge a sus dos hermanas y las tres aguardan la
llegada de su padre en un quiosco ubicado en un costado de la
escuela. El Cortico, luego de trabajar, recoge a sus hijas a eso de
las cinco de la tarde. A las seis de la tarde los cuatro llegamos a
casa. Don Corto prepara la merienda, barre y limpia la casa donde
vivimos. Cúcara-Mácara hace sus tareas escolares, ayuda a sus
hermanas en las suyas y lava los trastes de la merienda. Luego, un
poco de televisión, un poco de charla, unas pamemas y a dormir que
mañana es un nuevo día»… Cuando el Representante nos preguntó
si no se nos antojaba esa faena diaria demasiada carga para nuestras
pobres y pequeñas espaldas, no supimos qué responder. Nunca vimos
las cosas de ese modo. Para nosotras, todo aquello no era una carga
sino una manera práctica de unir fuerzas en pos de un beneficio
común. Yo despiojaba a Tin-Marín y Tin-Marín a Do-Pingüé y El
Cortico a las tres. Porque era más fácil despiojar que despiojarse,
porque ocho manos despiojan mejor que dos, porque mientras más nos
despiojábamos, más nos queríamos y más nos uníamos, y más ganas
nos daban de estudiar y de jugar y de vivir y de soñar con grandes
proyectos. Lástima, eso sí, que no hubiera alguien que despiojara a
Don Efrén o, visto de otra manera, lástima que Don Efrén no ganara
lo suficiente como para mantener sus piojos a raya... Como era
inaudito que un hombre de las cualidades humanas de El Cortico
recibiera castigo por cumplir cabalmente y con mucho amor su deber
de padre, como era más inaudito aún que dos de sus hijas fuesen
separadas de su entorno familiar y declaradas “objeto de adopción”,
como si fueran niñas huérfanas o abandonadas, por el simple hecho
de ser pobres, el Despacho de la Defensoría del Pueblo echó para
abajo el fallo contra Don Efrén Mosquera y ordenó que Do-Pingüé y
Cúcara-Mácara fueran reintegradas de inmediato a su hogar, dulce
hogar, para que pudieran despiojarse unas a otras a placer y
recuperaran de esa guisa su fe en la humanidad y sus ganas de jugar y
de vivir.
Una
cosa es lo que piensa el burro y otra el que lo está ensillando. La
Defensoría del Pueblo podía decir hasta misa y rebuznar y cacarear
cual gallina culeca todo lo que quisiera, regañando y ordenando a la
topa tolondra, igual las doctoras del Instituto de Protección
Familiar no modificarían ni un ápice su decisión, mantendrían a
las niñas de Don Corto en un hogar temporal, a buen recaudo,
protegiendo sus derechos inalienables hasta que el padre tuviera
dinero contante y sonante para adquirir aya, nana, ayuda de cámara,
ama de llaves, chef y ayudantes de cocina, y comprara un carro para
llevar a sus hijas a la escuela y las matriculara en un after-escul…
«No se escribe así doctora, se escribe after school»…, es
decir, hasta que las ranas echaran plumas, las niñas murieran de
viejas o El Cortico se sacara el premio gordo de una lotería que
jamás compraba...
Pasaron
seis meses más de resquebrajamiento familiar, mi hermana y yo
haciendo las veces de hijas falsas de una madre profesional, bien
intencionada pero con métodos muy sofisticados y antisépticos para
matar los piojos, y por lo mismo carentes de afecto y emoción,
pasaron seis meses para que, a expensas de la fama que cosechó mi
padre gracias al trabajo denodado de Doña Celia, Narices y otros
más, fluyeran donativos de tal o cual organismo no gubernamental y
el corto se creciera, y con los bolsillos abarrotados, reclamara su
derecho a despiojar a sus niñas, y todo el mundo llorara y
aplaudiera. Lo que yo decía. Faltaba, para comer perdices, que
alguien ayudara a quitarle los piojos a mi papá…
Han
pasado diez años desde entonces, y como la pobreza y la desigualdad
han seguido creciendo en mi país como una mala hierba alentadas por
las políticas públicas, y como no hay cama para tanto niño
menesteroso, y como todas las madres y padres no son como El Cortico,
y como no hay donativos que alcancen a cubrir todo el hueco provocado
por la injusticia social, en las calles deambulan por miles infantes
andrajosos sin ninguna esperanza de redención, sin que haya un par
de manos que les quiten los piojos de la cabeza. Yo estudié economía
y sueño con virar el rumbo de la nave, con instaurar algún día en
esta sociedad desmadejada un modelo de gobierno que valore y pondere
al ser humano por encima de los mandamientos de las fuerzas del
mercado y del sistema financiero internacional, que ayude a los
padres a despiojarse para que estos a su vez puedan despiojar a sus
hijos, de tal suerte que prevalezca la unidad familiar y Tin-Marín
pueda crecer al lado de Do-Pingüé y de Cúcara-Mácara, como tiene
que ser.
* Publicado en Litteratura por cortesía de la Sociedad Italiana de San Pedro (Argentina).
Duro y claro reflejo de Argentina,muy buen texto,crudo y directo. Gracias Jordi por compartirlo.
ResponderEliminarMariano Contrera
Jajaja, duro reflejo de latinoamérica pues este cuento fue escrito por un colombiano
ResponderEliminarEfectivamente, como señala John Muñoz, el autor es colombiano, pero un colombiano universal: considero que, con algunas (pocas) excepciones, la historia podría haber sucedido en cualquier país de Latinoamérica, por eso fue premiada en Argentina. Y tienes razón, Mariano, el relato es duro, crudo y directo, pero creo que siempre con un poso de ternura.
EliminarPor último, muchas gracias a vosotros, Mariano y John, por seguir LITTERATURA!!!