domingo, 20 de julio de 2014

Sumida en la más profunda tristeza......Jordi de Miguel

Fragmentos de un diario del dolor existencial (VII)


Foto: www.welt.die
Habitación de mi casa
Barcelona, Invierno 1994
         ¿Cuántas navidades he pasado sumida en la más profunda tristeza?...
         Después de cuestionarme con furia si era una pose el quedarme sola en el apartamento la noche que todo el mundo celebra el solsticio de invierno o si era genuina mi sensación de bienestar y alegría al liberarme del peso ciego que suponen tradiciones tan contradictorias como la navidad, he saltado a la siguiente fase: la levedad de saber que puedo elegir entre cenar con la maldita familia, con una amiga o bien irme a la cama a dormir, mientras mi novio, por supuesto, cena en casa de su madre con su familia.
         Cuando intento explicar cuál es mi lugar, localizar mi espacio-tiempo, no paro de imaginarme estar presa en esa línea delgada y simple que forma la circunferencia, estar arriba o abajo, a derecha o izquierda, se convierte en lo mismo, te desplazas a la misma velocidad que tus sentimientos ligados al pensamiento y al raciocinio. De forma coloquial, la llamamos “la periferia” y la tratamos igual que a una prostituta vocacional que trabaja para su chulo.
         Ayer me pasó una cosa muy curiosa. Quedé con mi madre para tomar el café, vino a verme y se lo dije: en febrero se me acaba el año de paro y, si no encuentro trabajo ya, tendré que volver a su casa. Total, que terminé con los nervios alterados y echando víboras por la boca. En el mismo instante de salir del piso, sentí una necesidad absoluta de correr hacia donde estaba mi Tigre. Necesitaba hallar refugio entre sus brazos y, como si fuera instintivo, me descubrí caminando hacia su casa. Tuve la precaución de llamarle por teléfono antes de seguir, y menos mal, porque vive en la otra punta de Barcelona.
         (Jamás hasta ahora había admirado tanto al señor Bell. No puedo evitar telefonearle todas las noches, aún a riesgo de hacerme pesada, pero es que su voz me ayuda a dormir. Después de hablar con él, todo se calma un poco.)
         El solo hecho de encontrarnos, de verle, de mirarle a los ojos y tener media hora de charla fue suficiente para tranquilizarme, hasta tal punto que empecé a soltárselo todo: “Mi padre no me habla… Bueno, en realidad es mi padrastro, pero ha sido como un padre para mí, ya desde muy niña… Yo no volvería si no es porque no me queda otra. Tú no sabes lo que es tener que volver a casa para mí… ¿Sabes por qué me fui?...” Un poco más y acabo por contarle toda la historia de mi vida.
         Nunca me había pasado algo así, me hizo reír, me hizo sentir que le quería, me di cuenta de todo el amor que siento por él, pero nunca lo había experimentado de esta manera: me encuentro feliz a su lado; y todo eso me hace tener mucho miedo, más bien terror, porque la experiencia que tengo es la de perder a la gente que he amado con más intensidad.
         Esto me hace reflexionar sobre si he sido yo quien ha alejado a esos seres queridos (suelo acabar haciendo daño a los que más me aprecian, como mi ex o Juanma) o son sólo las casualidades de la vida, no lo sé…, pero espero sobrevivir si el futuro me depara otra hecatombe emocional.
         Ésa es una verdad aplastante en mi personalidad. La imaginación me salvó del pozo inmundo en que se convirtió mi realidad a los dieciocho años, pero a día de hoy mi imaginación se ha vuelto caprichosa y un poco desleal, es como si en mi inconsciente, o sea, a mis espaldas, se hubiera erigido un gran castillo de palillos sujeto por finísimos hilos de seda y todo su peso descansara en mis manos, manos trémulas que mantienen el equilibrio. Todo se mueve, retiembla, pero la sola voluntad de mantener mi obra en pie me hace aguantar este estrés, provocado por el hecho de amar hasta la muerte el esfuerzo generado en su construcción.
         Por la noche quedamos los cuatro juntos, montamos una cena navideña en casa, con cerveza, vino, champán (por una vez, hasta él bebió un poco), turrón, polvorones y muchas risas, y nos regaló a Amelia y a mí dos casetes con una recopilación personal de Joaquín Sabina (días atrás se había escandalizado cuando le confesamos que apenas lo conocíamos). Los ha titulado “Dirty Songs for Rustic Girls” (I y II) y estuvimos escuchándolos toda la noche, Javi y él cantando a coro un corrido mexicano: “Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres…”, que esto es música y no la mariconada de los villancicos, decía Javi. Sabina nos gustó mucho —Amelia ya se ha comprado su último disco— y nos lo pasamos en grande (hacía muchas navidades que no disfrutaba tanto), pero lo que de verdad me cautiva es la definición: “Chica rústica”.
         Me voy a dormir, que no aguanto más. Mmmh, mi cama huele a ti… Mmmmh, y la camiseta que te dejaste también. Me la pongo y me dejo invadir por tu olor…

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