“Yo leo para recibir puñetazos en el cráneo y aturdirme los sentidos”
Emerio Medina |
»—Mi nombre es Andrés Martínez. Vine a leer sus manuscritos. Antonio Alba me habló de usted.
»Yo encogí los hombros y él retrocedió un paso.
»—No me diga que no conoce a Antonio Alba.
»Media ciudad lo conocía. Medio país, quizá. Seis meses atrás asistí a la presentación de un libro suyo en la Unión de Escritores. Después de la conferencia me senté bajo los ficus del jardín y hundí los ojos en un vaso de ron. Cuando levanté la mirada Antonio Alba estaba junto a mi mesa. Pidió permiso, se sentó a beber una gaseosa y no hablamos. ¿No hablamos? ¿De verdad no hablamos? Bien, él hablo. Algo dijo. Algo preguntó. No pude recordar qué. No era importante. Pero la mención de un autor tan conocido sirvió para que el extraño entrara a mi casa.
»—No hay muchos como yo —se aflojó la corbata, apoyó los codos en los brazos del butacón y adelantó la cara—. Mucha gente ha creído ver en esto su oportunidad de hacer dinero. Yo busco otra cosa. De hecho, no cobro por leer manuscritos. No podría cobrarle nada a usted.
»Un lector experto debe ser visto como una gran oportunidad. Pero podía ser un falso agente literario, un plagiario, un estafador, un ladrón. Pregunté por qué deseaba leer mis manuscritos.»
Este es el sorprendente comienzo de “El hombre que vino a leer”, el relato
(¿autobiográfico?) del escritor cubano Emerio
Medina (Mayarí, 1966),
buen amigo y colaborador habitual de nuestro blog,
que ha resultado ganador del Premio Iberoamericano de Cuento Julio
Cortázar
2023, uno de los galardones más prestigiosos y codiciados de toda
Latinoamérica, al que se presentaron más de mil textos en esta XXI
edición, y que Emerio, insaciable, obtiene por segunda vez (allá por el 2009, ya había sido premiado por el relato “Los días del juego”), tomando así el relevo de la autora colombiana Laura
Restrepo. No en vano, el escritor Víctor Hugo Pérez Gallo, en las charlas que imparte sobre cuento en La Casa de las Américas de Lisboa y en su curso de escritura creativa de la UNED, presenta a Emerio Medina como “uno de los nueve mejores cuentistas del habla hispana”.
Según Dazra
Novak, también autora cubana y portavoz del jurado, se trata de “Una historia muy bien urdida acerca de la creación literaria, la lectura y las
borrosas fronteras del texto narrativo de ficción”, que hace gala
de “un manejo eficaz del lenguaje”. “Y como un secreto homenaje a Cortázar, el cuento, sin perder su autenticidad, acude a ciertos artilugios del gran fabulador argentino, como es el caso de
la incertidumbre.”
Emerio Medina (dcha.), con Jordi de Miguel y Ur Olivero en Mayarí |
“—Pude escoger a otro. Muchos tienen ese mismo problema. Es algo peligroso, aunque el resto del mundo no lo vea así. Para la mayoría de la gente un escritor es una persona con cierto nivel cultural que se divierte inventando historias y llevándolas al papel. Alguien a quien le sobra el tiempo y se siente muy a gusto con su forma de gastarlo. No saben que ese camino puede llevar a la enajenación, la esquizofrenia severa o el suicidio. Podría enumerar ahora mismo una veintena de casos, pero usted los conoce tanto como yo.
»Yo conocía las historias y los nombres. Muchos novelistas consagrados tomaron una dosis de veneno y pasaron al otro mundo con el rostro retorcido. Otros se pegaron un tiro en la cabeza y fueron enterrados con el tiro. Otros más se ahorcaron en la sala de su casa y lucían muy estirados en una caja de madera. Pero no estaba bien hablar de muertos, ni me gustó que la conversación tomara un rumbo siniestro. Pregunté si de verdad creía saludable gastar su tiempo en mí.»
Se percibe al personaje como víctima, ¿no?, indaga Abel Isaac Cruz, del
periódico “¡ahora!”. “Esa es una de las características de
mi cuentística, mis personajes suelen ser víctimas siempre, seres
atacados, abusados, apartados de la sociedad, sin futuro… Es la
forma en la que yo me planteo el arte, para mí es desesperanza,
desamor, fracaso. No me veo escribiendo un cuento o una novela donde
alguien triunfe. Escribo desde el dolor. Es el mundo que me gusta
explorar. La condición humana puesta a prueba al extremo, donde las
circunstancias de la vida te van aplastando. Incluso escribo sobre
seres que van triunfantes y, de pronto, su vida se tuerce porque se
equivocaron en algún punto, tomaron la peor decisión llevados por
el embullo o la ambición, y ya es tarde, no hay cómo volver atrás,
no hay solución, todo está perdido.”
En Litteratura hemos tenido el honor de poder hacerle un par de preguntas clásicas por videoconferencia: ¿Qué espera de una obra como
lector? y ¿Cuáles son sus influencias literarias más importantes? Las respuestas no tienen desperdicio y han dado pie al titular: “En materia de
lecturas, pienso como Kafka: ‘Si el libro que estamos
leyendo no nos despierta como un golpe en el cráneo, ¿para qué
molestarnos en leerlo? […] Lo que necesitamos son libros que nos
golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a
quien queríamos más que a nosotros mismos […], como un suicidio. Un libro debe ser
el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros.’ (Carta de Kafka a su amigo Oskar Pollak, 1904) Y muy pocos libros logran
eso. Y muy pocos autores. No leo para estar a tono con los tiempos,
ni para estar en paz con la sociedad, ni para enterarme de nada. Y
nunca leo un libro por tratar de un tema específico. En materia de
temas, todo me da igual. ¡Yo leo para recibir puñetazos en el
cráneo y aturdirme los sentidos! Es como si bebiera de golpe un gran
vaso de alcohol cien por ciento puro: busco ese estado de éxtasis en
que el organismo es incapaz de responder a los estímulos del medio y
trabaja para sí mismo, como lo haría un electrón excitado dentro
de un campo de fuerza. Y muy pocos autores han logrado aturdirme el
cerebro. Kafka, por supuesto. Mark Twain. El gran
Rulfo. Juan Rulfo es el dios de las palabras. Virginia Woolf. Alejo Carpentier.
Saint-Exupéry… No leo un libro si no me cascabelean sus
palabras. Si la sucesión de vocablos no llega a sonarme como música.
Si su ritmo no va con mi ritmo... A veces, un jovencito o un
desconocido del mundo de la cultura pueden escribir novelas que duren
cien años; y sin embargo, otros que viven en la alta esfera de la
cultura y aparentan ser grandes escritores por cómo se visten o por
los lugares que visitan, o porque ya han publicado algunos libros,
realmente no tienen un verdadero valor estético en sus narraciones.”
¡Ahí queda eso!
Por
otro lado, “La mayoría de los grandes autores que venero son seres
que acumularon mucha experiencia y luego la llevaron al papel. Creo
que para escribir, primero hay que vivir. La literatura de verdad, la
que se queda, la que no se puede matar,
la
escribió gente que vivió, gente que anduvo, gente que chocó con
problemas y seres diferentes, como Tolstói,
como Hemingway.”
Desde
Litteratura
queremos
transmitir nuestra más sincera enhorabuena al compañero Emerio, enviarle un fuerte abrazo desde el otro lado del charco, y recomendaros efusivamente a tod@s la lectura de “El hombre que vino a leer”, en cuanto se publique (os mantendremos informad@s). Y cómo no,
esperamos seguir disfrutando de sus cuentos en nuestro hasta ahora
humilde blog.
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