Finalista del V Concurso Internacional “Litteratura” de Poesía
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Foto: www.recreoviral.com |
Mi abuelo José
(los
dos abuelos se llamaban José
y
las dos abuelas, Ana;
pero
hablo del José que vino desde Italia
con
su padre
a
los seis),
mi
abuelo José, digo,
era
una fiesta de ojos cálidos,
una
plaza de sonrisas,
un
país de ternuras y caricias y cariños.
Jamás
lo oí insultar.
No
digo que nunca lo haya hecho
(la
vida es la vida y, a veces, se merece un
insulto exquisito).
Entonces,
aquel día.
era
la
patria que anhela cada niño,
la
casita del árbol, las historias queridas,
un
viento de alegrías, de sonrisas,
de
acordeona y música y cantar a los gritos.
Los
pongo al tanto: apenas llegaron al país
su
padre fue a buscar trabajo allá en la pampa gringa. Salió a laborar
de
lo que fuera,
y
dejó a su hijo al cuidado de otro tano y su esposa.
Pasaba
meses sin volver de visita.
Les
recuerdo, seis años.
Ahora,
escuchen:
Lo
hacían dormir en el galpón, con los perros
(imagino
el
calor de febrero, las heladas de agosto
y
los cuzquitos abrazando a José niño).
Una
vez le dieron de comer, en el almuerzo, un coppa di testa, recuerdo
de la última carneada,
en
un panino.
Pero
él, seis años, vio que el sándwich se movía.
Había
gusanos en el embutido.
Pasó
la vida.
Entonces,
aquel día.
Mi
abuelo José
era
la risa hecha hombre,
la
dulzura hecha gringo.
Sus
brazos, dorados de sol
y
agrietados de frio,
sabían
de abrazos y de amor y de caminos.
Era
el día de los muertos, y fuimos de visita al cementerio.
Mi
abuelo José me llevaba de la mano,
saludando
a
los seres queridos que se habían ido.
Entonces
vio la tumba de aquel gringo.
Le
vino como un fuego
(lo
noté por el leve cambio en el apretón de mi mano),
«Se
murió el muy hijo de puta», dijo.
Así
descubrí que mi abuelo insultaba.
Y
está bien.
La
bronca de un tanito de seis años estallaba
con
su nieto de la mano
en
una visita a los queridos seres
que
se habían ido.
Supongo
yo que a los ángeles
uno
que otro insulto
les
está permitido.
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Daniel Frini |
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