Tercer Premio del III Concurso Litteratura de Relato
Después de la segunda
operación se sintió invencible. Su imaginación auguraba
entusiasmos, apenas vulnerados por el trauma de la convalecencia o los
sobresaltos de sus recuerdos, mitigados en gran parte por la calidez
que transmitían las manos de su madre al posarse en las suyas.
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Foto: Lee Jeffries, Lost Angels |
Soñar que podía volar era su
mejor escape. Al despertar seguía soñando, eludiendo con la
imaginación el trajín tedioso de hincones, sueros, sondas y
chequeos de rutina, lo mismo que durante el horario de visita, cuando
las historias fantásticas de sus abuelitas le hacían sentir la
adrenalina de la aventura. Soñar despierta la revitalizaba tanto
como la medicina y casi no alteraba el ritmo de sus pulsaciones en el
electrocardiograma. La evolución de su recuperación era rápida y
progresiva, de manera que esperar una recaída era poco probable, y
menos a tres días de llevársela a casa.
Sus padres estuvieron a su
lado hasta que logró estabilizarse y abrió los ojos. ¿Qué pasó?,
pensó mientras le besaban las manos. ¿Sigues ahí? Quiso meter una
mano al bolsillo, pero le faltó fuerza. ¿Fue un sueño? La emoción
de sus padres la distrajo un momento de sus pensamientos y la hizo
partícipe de una alegría que no habían sentido los tres juntos
desde hacía mucho. ¿Es un sueño o qué?... Sus abuelitas llegaron
poco después y se acoplaron a la dinámica de aquel día maravilloso
de anuencias implícitas, y cuando se hizo de noche y la enfermera
agregó el sedante a la solución intravenosa, se despidieron de ella
con un beso en la frente y un te amo al oído. El último en irse fue
su padre. Con voz nerviosa y cuidando de que no ser visto u oído por
nadie más, susurró perdón: ¡Perdóname!
Ya a solas, su mano dentro del
bolsillo jugueteaba con lo que casi le cuesta la vida. Apareciste
justo a tiempo, pensaba. Justo cuando vino papá. En fin, el doctor
dice que ya pronto estaré bien. ¡Y podré correr como los demás
niños y te atraparé si intentas huir! Sus ojos enrojecidos ya no
pudieron sostener más el peso de los párpados y sus manos poco a
poco se fueron quedando quietas, aunque ni así dejó de sentir los
hincones de unas patitas ansiosas. Oye, por cierto: ¿tienes nombre?
Valentín fue su mejor amigo
durante las siguientes dos noches. Cuando su madre le cambiaba el
pijama o las enfermeras mudaban sábanas, se las arreglaba para
encerrarlo en un puño, cuidando de no aplastarlo. Luego lo volvía a
meter en el bolsillo o debajo del almohadón, o abría la mano y se
divertía con el cosquilleo de las patitas sobre su palma, siempre
atenta de mantener a resguardo su secreto. La penúltima noche, su
madre casi la descubre, y de los nervios cerró la mano sin calcular
la fuerza y la escondió con premura debajo del edredón. Ahora que
estamos solas, oyó, ¿vas a decirme qué provocó tu recaída? Su
respuesta mitigó cualquier suspicacia, y ya en soledad pensó
largamente en la verdad omitida. Recordó el esfuerzo casi mortal al
estirarse para atrapar al gorgojo que había estado aleteando entre
la cabecera de su cama y el ventanal y rezó en silencio,
agradeciéndole a Dios. ¿Y dónde estaba tu padre?, oyó, esta vez
sólo en su mente. ¿Qué estaba haciendo?
Aflojó un poco la presión
del puño y sintió el biz biz de un aleteo débil buscando escapar.
De tanto intentarlo, Valentín perdió un ala y ella se desesperó.
Con gran cuidado, palpó el ala en su palma, la pegó a su índice y
de inmediato quiso colocársela, ubicándolo boca arriba sobre el
contorno lateral del almohadón, como si fuera a operarlo. No dolerá,
decía, pero estate quieto. Por toda luz tenía un halo luminoso
proveniente del pasillo. Al cabo de media hora, Valentín perdió una
pata y ella se rindió. Por mi culpa, dijo, los ojos nubosos e
iracundos. Siempre por mi culpa. Mejor vete. No tiene caso estar
conmigo.
Pero Valentín no se fue. A la
mañana siguiente lo encontró debajo de la almohada, ovillado y
moviendo las patas con lentitud. Más que adolorido, parecía
cansado. Cuando de noche la dejaron sola, lo pegó a su mejilla y le
pidió perdón: ¡Perdóname!
Le contó las buenas nuevas
con una emoción inusitada, sin percatarse de los leves picos que
sobrepasaron la lectura regular de sus pulsaciones cardiacas. Por la
mañana comenzaría su terapia de recuperación y en pocos meses
podría tener las mismas condiciones físicas que una niña sana. Un
milagro, dijo, un poco agitada, mirando al cielo. Oye, por cierto:
¿cómo te llevas con tus papás?
La tarde que la llevaron de
vuelta a casa, Valentín estuvo con ella, escondido como de costumbre
en algún bolsillo. Con el consentimiento de su madre, lo instaló en
un hogar de tierra, hojas y flores dentro de un enorme frasco de
vidrio, cuya tapa era una lámina de plástico con agujeros que
facilitaban la respiración, pero no el escape. De noche, ella solía
pegar el rostro a la tapa y le contaba los pormenores del día,
hasta que su madre o su padre apagaban la luz. Le contaba, por ejemplo,
las peripecias de sus travesuras de largo aliento, o cómo había
asumido un nuevo rol proteccionista para con aquellos que eran
objeto de abuso. Se sentía invencible, sobre todo en sus sueños,
cuando no los interrumpían.
Una mañana destapó el frasco y lo acercó a la ventana, y al regresar del colegio vio que Valentín ya no estaba. La contrariedad que entonces sintió pronto se convirtió en alegría al imaginar la magnífica sensación de aquel vuelo liberador, que siempre habría de recordar con una sonrisa en los labios y un nudo en el corazón. Ah, caray, se decía, mirando al cielo. Hubiera sido lindo irnos juntos.
Una mañana destapó el frasco y lo acercó a la ventana, y al regresar del colegio vio que Valentín ya no estaba. La contrariedad que entonces sintió pronto se convirtió en alegría al imaginar la magnífica sensación de aquel vuelo liberador, que siempre habría de recordar con una sonrisa en los labios y un nudo en el corazón. Ah, caray, se decía, mirando al cielo. Hubiera sido lindo irnos juntos.
En vano trató de seguirlo. De
noche, cuando esas manos frías reptando por entre sus muslos la
hacían sentir como un ratón asustado, apretaba los párpados y
predisponía a su mente a volar sin rumbo, anhelando jamás regresar.
Cierta vez voló de regreso a la clínica y se vio a sí misma
atrapando a Valentín, en un esfuerzo desesperado por verse libre, y
aunque lo logró de momento, a la larga siguió siendo vulnerable.
Este es nuestro secreto, solía escuchar. Mamá y papá se separarán
por tu culpa si lo cuentas. ¿Tú quieres eso?... El beso en la boca era el preludio protocolar del espasmo final, pidiendo perdón:¡Perdóname!
Oírlo la despertó. Con los
ojos entreabiertos vio el panorama poco promisorio de su padre
rodeado por la policía, mientras su madre lo acusaba, aduciendo que a la niña se le había entendido todo durante una amarga pesadilla: ¡Papá, no!... Los ojos de su padre se
posaron en ella, y a tal punto la turbaron que ni siquiera reparó en
el punto marrón escabulléndose de entre sus manos entrelazadas. De
pronto, el sonido del electrocardiograma alarmó a los doctores y las
enfermeras mandaron a todos afuera, excepto a su madre, que se quedó
a su lado para sostenerle las manos hasta el último momento.
Quizá consiguió alzar el vuelo con
el ala rota, pensó, mirando al cielo. Quizá intentará lograr lo
mismo que yo.
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Diego Palma |
* Nació
en Lima (Perú) en 1986. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos y se dedica a la producción literaria en base a la
investigación de la herencia prehispánica de su país en el contexto actual de la sociedad de consumo, con lo que planea
establecer nuevos fundamentos de identidad nacional peruana, en
busca de una sociedad más igualitaria. Ha publicado artículos,
entrevistas y notas en revistas y medios de difusión como la Guía
del Arte de Lima, el Suplemento Cultural de Laboratorios Merck,
Magazine Cruz del Sur, Revista Nidos de Lima y Revista Lápiz y
Papel. En 2013 publicó un libro infantil sobre las costumbres
y mitos peruanos, titulado MAGIA. Además, trabaja en un proyecto de
difusión cultural web y es asesor comercial para ventas online del portal transnacional de hoteles www.booking.com. Tercer Premio del III Concurso Litteratura de Relato.
Muy bonito mi estimado.
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