Tercer Premio del V Concurso Internacional “Litteratura” de Poesía
Lloran
los álamos la caprichosa cadencia de los días,
implorando
con manos descarnadas
que
eclipsan mi mirada en otro otoño.
Absorta
en esas ramas péndulas,
se
detiene mi sombra bajo un árbol
y
caminamos pie con pie,
jugando
al escondite con las nubes.
Se
extravía y regresa como las golondrinas.
Se
cansa de mi mano y del camino,
pero
es tan mía que ya no me abandona,
y
yo la miro con ternura, con secreta ternura,
No
distingo si lo que mece el viento son nubes o es el agua,
palpo
sólo la suavidad del aire sobre el puente,
testigo
de mis sueños y mis citas,
que
insiste en ignorar que lloré en este río
para
darle sabor de llanto al mar.
Su
melena ondulada me delata
que
son otras las lágrimas que llegan al caudal
al
mirarme en su espejo de culpas y de miedos.
Miedo
a saber en qué lugar el agua perdería su memoria.
Miedo
a pisar el dardo agudo del dolor,
a
compartir mi pan con otra piel.
A
que mi sombra conozca la verdad de mi sonrisa.
El
río se adormece envolviendo la tarde
y
el verdor de un ciprés que, entre tejados,
apunta
con su dedo al cielo. Nieva, nieva.
Poco
a poco las huellas hieren el manto tenue.
Se
podría decir que la nieve es silencio,
un
silencio que clama negra esperanza blanca.
Dejadla
en su silencio.
Dejad
caer las lágrimas de escarcha
desde
ramas desnudas vestidas como novias,
que
ellas saben de sueños derretidos.
Me
rindo a una belleza transparente
que
exhorta mi codicia y mi sed.
Al
eco agonizante de lo que fue pasión,
nevada
melodía que me lleva al otro lado de un espejo
donde
espera el sombrerero loco.
Conmigo
deambula por rincones empedrados de luna,
rincones
que destilan los pasados del aire,
el
humo ceniciento, las noches no encontradas,
los
ocultos murmullos de estas hoces,
mientras
la tierra se alfombra de armonía, de pureza nívea.
Se
eterniza el instante.
Flor
de un día
que
da paso a las luces de farolas
y
a una danza acrobática de copos.
Casi
a la vez se encienden las ventanas,
y
es la nieve quien da su luz
a
un cielo perforado por el sol
que
la deshace, y baila, y gira
hacia
el cristal, buscando saciar la sed de besos.
Entonces
me pregunto si la noche,
que
ya usurpó mi sombra,
robará
a mis pupilas la magia del fundido
de
milagro y espuma, este blanco arco iris
que
en espiral me acerca a la niñez
al
evocarme otro albor lejano:
el
velo que cubría las calles empedradas,
los
patios encalados,
el
aljibe, la hiedra, los añiles,
semilleros
de juegos que recuerdan las rodillas heridas.
Besan
mi piel los copos, los atrapo
y
sueño con caballos de mi infancia.
Pero
al abrir el puño, mi sueño a cuanto espera,
noto
que ya no están.
Sólo
encuentro en mi mano sombra y agua que fluye,
como
en mis ojos hoy al despertar.
Pilar Geraldo Denia |
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